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tentáculos inmóviles. Era casi imposible saber dónde era firme el suelo entre las charcas
y dónde consistía sólo en una alfombra de plantas acuáticas.
Ártax resopló suavemente de espanto.
-Sí -respondió Atreyu-, hemos de encontrar la Montaña de Cuerno que está en medio de
ese pantano.
Espoleó a Ártax y el caballito obedeció. Paso a paso, iba comprobando la firmeza del
suelo y, de ese modo, avanzaban lentamente. Finalmente, Atreyu desmontó y llevó a
Ártax de las riendas. El caballo se hundió unas cuantas veces pero consiguió siempre
salir. No obstante, cuanto más profundamente se adentraban en el Pantano de la
Tristeza, tanto más torpes se hacían sus movimientos. Dejaba colgar la cabeza y se
limitaba a arrastrarse hacia adelante.
-Artax -dijo Atreyu-: ¿qué te pasa?
-No lo sé, señor -respondió el animal-, creo que deberíamos volver. No tiene ningún
sentido. Corremos tras algo que sólo has soñado. Pero no lo encontraremos. Quizá sea
de todas formas demasiado tarde. Quizá haya muerto ya la Emperatriz Infantil y todo lo
que hacemos sea absurdo. Vamos a volver, señor.
-Nunca me has hablado así, Ártax -dijo asombrado Atreyu-. ¿Qué te pasa? ¿Estás
enfermo?
-Es posible -contestó Ártax-. A cada paso que damos, la tristeza de mi corazón aumenta.
Ya no tengo esperanzas, señor. Y me siento cansado, tan cansado... Creo que no puedo
más.
-¡Pero tenemos que seguir! -exclamó Atreyu-. ¡Vamos, Ártax!
Le tiró de las riendas, pero Ártax se quedó inmóvil. Se había hundido ya hasta el
vientre. Y no hacía nada por librarse.
-¡Ártax! -gritó Atreyu-. ¡No puedes abandonar ahora! ¡Vamos! ¡Sal de ahí o te hundirás!
-¡Déjame,-señor! -respondió el caballito-. No puedo soportar más esta tristeza. Voy a
morir.
Atreyu tiró desesperadamente de las riendas, pero el caballito se hundía cada vez más.
Atreyu no podía hacer nada. Cuando, finalmente, sólo la cabeza del animal sobresalía ya
del agua negra, Atreyu la cogió entre sus brazos.
-Yo te sostendré, Ártax -le dijo al oído-, no dejaré que te hundas.
El caballito relinchó una vez más suavemente.
-No puedes ayudarme, señor. Estoy acabado. Ninguno de los dos sabíamos lo que nos
esperaba. Ahora sabemos por qué el Pantano de la Tristeza se llama así. La tristeza me
ha hecho tan pesado que me hundo. No hay escapatoria.

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