hemos de ser siempre iguales,
sabio o rey, o viejo o niño,
no nos valdrán como tales.
Pero, lejos de esta tierra,
existe un mundo exterior,
y allí, casi siempre en guerra,
habita un ser superior.
Los hijos de Adán se llaman
los habitantes terrestres,
las hijas de Eva reclaman
que lo que sabes demuestres.
Todos tienen desde antiguo
la facultad de nombrar,
y a la reina, lo atestiguo,
siempre lograron curar.
Le dieron nombres magníficos,
pero eso fue en otra era.
Los hombres son muy científicos,
pero se han quedado fuera.
Hoy día se han olvidado
de que somos realidad,
mas ¡si hubiera un esforzado
que quisiera de verdad!
¡Si creyera sólo uno
y escuchara el llamamiento!
Si no podemos, ninguno,
ellos pueden al momento.
Pero ese mundo es su mundo
y allí no podemos ir...
¿Recordarás, muy profundo,
lo que acabo de decir?»
-Sí, sí -dijo Atreyu confuso. Se esforzaba cuanto podía por grabar en su memoria lo que
escuchaba, pero no sabía para qué y, por eso, no comprendía de qué hablaba la voz.
Sólo se daba cuenta de que era importante, muy importante, pero el canturreo y el
esfuerzo por oír y decirlo todo en verso le daban sueño. Murmuró:
«¡Quiero hacerlo! Y lo diré sin tropiezo,
pero contesta, Uyulala, ¿cuándo empiezo?»
Y la voz respondió:
«Eso debes resolverlo,
puesto que ahora ya sabes.
Y por eso, para hacerlo,
lo mejor será que acabes.»
Medio dormido ya, preguntó Atreyu:
«¿A dónde vas?