61-

28 0 0
                                    

No -reconoció Atreyu.
Énguivuck pareció un poco ofendido.
-Bueno -dijo-, seguramente no te mueves en los medios científicos porque, de otro
modo, te hubieran dicho sin duda que no podrías encontrar mejor consejero que yo si
quieres ver a Uyulala en el Oráculo del Sur. Has venido al sitio adecuado, muchacho.
-¡No te des tanta importancia! -se entrometió la vieja Urgl-. Luego bajó de su asiento y
desapareció refunfuñando en la gruta.
Énguivuck hizo deliberadamente caso omiso de la interrupción.
-Te lo puedo explicar todo -siguió diciendo-: he estudiado el asunto por dentro y por
fuera durante toda mi, vida. En realidad, para eso he montado mi observatorio. En breve
publicaré una gran obra científica sobre el Oráculo. Su título será: «El enigma de
Uyulala, resuelto por el profesor Énguivuck». No suena mal, ¿eh? Por desgracia,
todavía me faltan algunos detalles. Tú podrías ayudarme, muchacho.
-¿Un observatorio? -preguntó Atreyu, que no conocía la palabra.
Énguivuck asintió con los ojos chispeantes de orgullo. Con un gesto de la mano, invitó a
Atreyu a seguirlo.
Entre las enormes losas de piedra subía un pequeño sendero que daba muchas vueltas.
En varios lugares, donde el sendero era especialmente empinado, había diminutos
escalones tallados que, naturalmente, eran demasiado pequeños para los pies de Atreyu.
Simplemente, se los subía de un salto. Sin embargo, tenía que esforzarse para seguir al
gnomo, que trotaba ágilmente delante de él.
-Una clara noche de luna -le oyó decir a Énguivuck-. Podrás verla.
-¿A quién? -quiso saber Atreyu-. ¿A Uyulala?
Pero Énguivuck negó con la cabeza enfadado y siguió adelante bamboleándose.
Por fin llegaron a lo alto de la torre de rocas. El suelo era plano y sólo en un costado se
alzaba una especie de parapeto natural: una barandilla de losas de piedra. En el centro
de esas losas había un agujero, evidentemente hecho con herramientas. Delante del
agujero había un pequeño catalejo, sobre un trípode de madera de raíz.
Énguivuck miró por él, lo ajustó ligeramente haciendo girar unos tornillos y luego hizo
con la cabeza un gesto de satisfacción, invitando a Atreyu a echar una ojeada a su vez.
Atreyu obedeció la indicación, aunque tuvo que echarse en el suelo y apoyarse en los
codos para poder mirar por el tubo. El catalejo estaba orientado hacia la gran puerta de
piedra, de forma que se veía la parte inferior de la pilastra derecha. Y Atreyu vio que,
junto a esa pilastra, erguida y totalmente inmóvil a la luz de la luna, había una
imponente esfinge. Sus patas delanteras, en las que se apoyaba, eran de león, la parte
trasera de su cuerpo de toro, en la espalda tenía unas poderosas alas de águila y su rostro
era el de un ser humano... por lo menos en cuanto a la forma, porque su expresión no era

La Historia Interminable Donde viven las historias. Descúbrelo ahora