1. RUTINA.

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Mi habitación estaba completamente obscura cuando abrí mis ojos, fruncí el ceño, un golpe sordo había hecho que despertara, tomé mi celular de la mesita de noche para mirar la hora.
¡Eran las malditas cuatro de la mañana y alguien ya había arruinado mi sueño! Todos en la casa saben perfectamente que me es muy difícil dormir. Lo peor de todo es que quien me había despertado, comenzaba a alejarse por el pasillo en el segundo piso de la casa, directo a la habitación que le pertenecía, encendí la lámpara del teléfono para tratar de ver algo a mi alrededor y saber que había provocado el golpe sordo, observé que los cuadernos, que hasta hace unas horas estaban apilados de manera un tanto desordenada en mi escritorio al lado de la puerta, ahora se encontraban desparramados por todo el suelo. Creí recordar a lo lejos que tras el golpe escuché una maldición. Me vi obligada a salir de mi cama, ponerme las pantuflas ridículamente rosas de conejo que mamá me regaló las navidades pasadas, para dirigirme al interruptor. Miré a mi alrededor un poco desorientada por la iluminación, me acerqué al tocador frente a mi cama, dejé sobre éste mi celular y observé mi rostro somnoliento un tanto tostado por el sol y el color natural de mi piel, estaba algo oculto por la maraña de mi cabello lacio, el cual comenzaba a volver a su color real, castaño oscuro, después de haber intentado volverlo azul rey, lo hice hacia atrás para poder ver mejor y lo até con una liga que tenía en la muñeca, noté que mis pupilas se habían hecho más pequeñas, aunque era muy difícil asegurarlo teniendo los ojos de un café tan oscuro que parecía negro, según mi mamá eran del mismo color que los de mi padre, aunque todos los demás rasgos de mi rostro se los debía a ella, y gracias a dios por su nariz recta y boca como arco de cupido, sonreí a mi reflejo por lo aleatorio de mis pensamientos, exhalé cansada, tomé valor y me dirigí a la puerta entreabierta de mi habitación, salí al corredor para poder husmear en el cuarto de al lado. Sabía perfectamente quien había entrado en mi habitación y lo peor es que sabía en qué estado venía. Suspiré y pensé cansada: de nuevo está borracho.

Entré cautelosamente y en silencio al cuarto vecino, perteneciente a mi hermanastro, desde la puerta llegaba el olor a alcohol, cerré la puerta y me recargué en ella, no quería que el olor a alcohol se expandiera por todo el pasillo. Noté que Matt se tambaleaba en medio de su habitación mientras trataba de quitarse la camisa sin desabotonar por la cabeza, la cual se resistía en salir, sólo alcanzaba a ver su bonito cabello obscuro.

-¿Necesitas algo Emmeline, o te gusta verme cuando me desnudo?- preguntó tan coherente como pudo, pero tan grosero como si estuviera sobrio, eran normales sus pullas ocasionales hacia mi persona.

-Otra vez estas ebrio- ignoré sus provocaciones cruzándome de brazos y avanzando unos pasos hacia él, escuché como su risa era amortiguada por la prenda de ropa.

-Cielos conejita, que perceptiva eres-logró por fin zafarse de la camisa- aunque es algo- hizo una pausa mientras trataba de no tropezar con sus propios pies-evidente, ¿no crees?.

Avanzó, mientras balbuceaba como el borracho que era, hasta que llegó a mi altura. Con su metro ochenta y tres, y mis lastimosos ciento cincuenta centímetros tuve que torcer la cabeza un tanto para poder mirarle a la cara. Su rostro era rectangular y delgado, y estaba a sólo unos centímetros de mi cara; sus ojos pequeños, grises y separados por su nariz recta, casi perfecta a excepción de la curvatura que suponía que se la había roto alguna vez, ni siquiera podían enfocarse bien por su estado y la poca luz que entraba desde su ventana; su boca, grande y delgada, se distorsionaba en una mueca burlona.

-Bueno, es que no estaba preguntando, solo afirmé- di un paso hacia atrás.

Su cercanía me hacía sentir incomoda, más aún si mostraba en todo su esplendor su pecho liso y el estómago plano marcado con ese caminito de vello, que debería parecerme ridículo y no sexy.

COLOREA MI CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora