Odiaba escribir en un diario porque me sentía como una niña pequeña, pero mi terapeuta lo había sugerido, había dicho que era una buena forma de expresar mis sentimientos y plasmar mis experiencias.
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Hoy no fue un buen día, lo sabía. Cuando te vi, parecía mentira, tenerte de nuevo para mí sola, después de tanto tiempo. Desde siempre me ha embrujado tus ojos, esa sonrisa franca y esa mirada pícara que me desnudaba.
Después de hablar un poco y revivir nuestros recuerdos, sentí el roce de tu mano en la mía, y entonces todas mis fantasías aparecieron nuevamente frente a mí, y me perdí...
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Cenamos, todo perfecto, como siempre. Sabía que era especial, el único, mi caballero. Después de unas copas y un poco de música, acabamos en el hotel, el mismo que tiene entre sus recuerdos, mil y un encuentros, mil y una caricias, mil y una poesías.
Se dio cuenta que estaba nerviosa (había pasado tanto tiempo desde la última vez que nos vimos). Después de tomar un trago del vino que sirvió, me sacó la copa de la mano, y la hizo a un lado; sin mediar palabras me llevó al sofá, me hizo sentarme, lo que fue una suerte, porque mis piernas ya no respondían. Fue entonces cuando en medio de un millón de estrellas sentí la suavidad de su boca, primero en mi mejilla, y luego bajando hacia el cuello, hasta mi hombro, mientras deslizaba suavemente mi vestido. Yo estaba muriendo. Le tome la cara, y mirándolo fijo acerque mi boca a la suya para saldar una deuda que teníamos desde hace tiempo: un beso largo y profundo..
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Fue hermoso. Despacito, como sólo él sabía hacerlo, me recitó mi última poesía. Aquella que fue mi despedida. La sentía despacito entrar hasta lo más profundo de mi cuerpo. Se la regalé una mañana fría, dejándola olvidada sobre el calor tibio de la cama cuando deje a Jiwon.
Lentamente fue sacándome la ropa, y yo con mi boca desabotonando su camisa, encontrándome a cada paso con un trocito de su perfecto pecho. Hasta que llegué a su pantalón, levante la cabeza y lo vi, con los ojos en mi, esperando, como una fiera que espera el momento adecuado para dar el zarpazo, le desabroche el cinturón y termine de desnudarlo, sin dejar de mirarlo.
Cada caricia, cada beso, cada trazo de humedad, era un pedazo de cielo. Sentía su boca en mis pezones, lamiendo, besando, mordiendo, chupando como un niño, mientras yo no terminaba de dar gracias por este momento. Entonces sentí su mano deslizándose hacia abajo, cada vez más abajo, hacia mis tobillos, y allí empezó a subir por mis piernas, hasta mis rodillas, luego los muslos, y empezaron a jugar con mi entrepierna.
Finalmente se las arregló para irme acomodando en la alfombra, y abriendo mis piernas se introdujo en mi, dejándome tocar el cielo con las manos: lo sentí una y otra vez, en medio del ensueño, sentía como seguía mojándome, y lubricándome, cada vez mas, hasta que sentí el temblor en mi cuerpo, que acompañe con un grito de placer que hizo que todo mi cuerpo se contrajera, y volcando la cabeza hacia atrás empecé a susurrar, y a gritar y a gemir.
Entonces aumentó su ritmo, y lo vi otra vez mientras se derramaba dentro de mí, y gritó de placer.
Estuvimos así un rato quietos y entonces se levantó y me llevó a la cama, cuando se tumbó a mi lado, y me abrazó, yo pensaba si no había sido un sueño.
Pero no, sus manos, sus ojos, sus caricias , reclamaban más y ... yo, como siempre, estaba dispuesta a dárselo. Sabía que me arrepentiría. Se lo había dicho tantas veces. ¡Pobre iusa! Bobby sabía que ya no había marcha atrás. Que mañana volveríamos a mancharnos...
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