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Tragó duro y se removió de su lugar luego de hacer contacto visual por primera vez en toda la noche. Tenía que admitirlo, lo encontraba diferente, era mucho más alto, sus facciones eran mucho más finas, su cabello era de un color diferente y su porte era mucho más elegante. Definitivamente ya no era un niño. Era un hombre.
Volvió a presionar la copa de champagne luego de que volviera hacer contacto visual mientras hablaba con uno de los empresarios japoneses más importantes de la fiesta, pero a diferencia de la primera vez, este sonrió divertido por la reacción de la chica.
—Sana Minatozaki. —Ella se sobresaltó al escucharlo hablar tras ella—. Sabía que esa sonrisa la conocía de alguna parte.
—Nakamoto Yuta —Mencionó con una sonrisa—. Debo admitir que el mundo es muy pequeño
—Definitivamente. —Volvió a presionar sus manos contra la copa de cristal luego de que la mirada de Yuta la escaneara de forma veloz y sin ninguna vergüenza.
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Su historia no era compleja, no tenía giros dramáticos. Ambos habían sido vecinos, por ende amigos. Toda la escuela primaria y secundaria fueron confidentes, lloraron juntos, rieron juntos hasta que los exámenes de admisión a la universidad los separó. Cada uno tomó caminos completamente distintos.
Y ahora, después de diez años se encontraban frente a frente en una fiesta para los empresarios más influyentes del país.
Prácticamente Yuta había quedado extremadamente encantado con la belleza que su vieja amiga poseía. E inevitablemente una larga charla se hizo presente para ambos recordando algunas tonterías que hacían de pequeños. Yuta de vez en cuando le robaba sonoras carcajadas y enormes sonrisas a la rubia.
Pero pese a tener una de las charlas más agradables, Sana notó que había algo más. Una tensión que no sabría explicar. Atracción más apegada a lo físico. Sus ojos curiosos no dejaban de ver los detalles del cuerpo y rostro de Yuta, sus labios, sus manos, sus ojos, su nariz, incluso ver el porte que tomaba mientras hablaban.
