Jungkook bufó mientras bajaba las bolsas de despensa de su camioneta, odiaba ir por las compras ya que tenía que conducir hora y media al supermercado.
— ¡Mierda no!
Inmediatamente y sin pensarlo, tomó el arma que escondía tras él y se adentró a la casa.
Había pasado seis meses desde que Yeeun había entrado al programa de protección de testigos, luego de verse involucrada en un altercado con el dueño del club nudista donde trabajaba. Aquel hombre era peligroso y malavado, y mientras Yeeun trabajaba en ese lugar sabía y veía cosas que nunca se debió involucrar.
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Por esa razón la unidad especial de Seúl le ofreció su protección con tal de su confesión en los tribunales, y mientras el juicio se acercaba, Yeeun vivía en un pequeño pueblo al otro lado del país, con otro corte y color de cabello, un nuevo oficio y una nueva oportunidad de vida.
Sólo que había un pequeño detalle.
Yeeun no estaba viviendo sola, en realidad alguien más dormía bajo su techo. Un hombre bastante ardiente, sólo que ella lo odiaba demasiado como para reconocerlo.
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El agente en cubierto Jeon Jungkook quien estaba a cargo de cuidar su vida durante su estadía, vivía bajo su techo. Y ante los ojos de todo el pueblo, ese hombre era su novio.
Se adentró al baño cuidando que el área estuviera despejada pegando su cuerpo a la pared.
— ¡Dios no, no, no!— Se quejaba una y otra vez obligando al pelinegro a entrar al baño y apuntarle a la ahora rubia con el arma. — ¡Mierda Jungkook baja eso!—
— ¿Por qué gritaste? ¿Estás bien?
— No, hay una iguana en la regadera— Sollozó provocando que Jungkook rodeará los ojos y guardará el arma.
Las cosas funcionaban, si. Jungkook cuidaba de ella fingiendo trabajar en un mecánico, la casa estaba rodeada de cámaras y sensores de movimiento que le permitía dormir seis horas sin preocuparse de su vida. Nunca salían a bares ni clubes por su seguridad.
