MALDITA SEAS

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-¡Estoy arriba, papá!- ni siquiera me dio tiempo de ponerme el jodido sujetador.
-Courtney...- escuché como mi padre entró a mi habitación.
-Aquí estoy padre...- dije bajando las escaleras.
-¡Oh cariño!- se acercó y me abrazó con fuerza.
-Ahm... papá, ¿qué sucede?- pregunté confundida.
-Estaba preocupado por ti. Tuve un presentimiento que... no sé, tal vez sólo estoy demasiado sugestionado.- acarició mis mejillas.
-Padre, ¿de qué hablas?, ¿por qué estarías sugestionado?- su comportamiento era muy extraño. Y al parecer no fue porque vio a un desconocido salir de aquí.
-Hubo muy malas noticias hoy, hija.- dijo triste.
-¿Qué sucedió?- pregunté.
-Encontraron a la hija de mi amigo Brendan...- dijo con la mirada gacha.
-Oh eso es estupendo, ¿está bien?- alcé ambas cejas.
-Hija, está muerta...- mis ojos se tornaron como dos platos.
-¿¡Qué cosa!?- me sentí aterrada.
-La encontraron en un motel de mala muerte a las afueras de Portland con unas quince puñaladas en el pecho. Nadie sabe quién lo hizo. No había cámaras de seguridad, ni nada. Brendan está destrozado. Estuve llamándote pero no respondiste mis llamadas, así que vine a verte.- explicó.
-Sí, lo siento dejé el celular abajo y estaba estudiando... ahm... Qué horrible lo de la hija de Brendan. Lo lamento muchísimo.- mis ojos se llenaron de lágrimas.
-Lo sé. Sólo tenía 21 años, tenía toda una vida por delante...- negó con la cabeza. -Cariño, necesito que estés alerta. Por lo que supe; esto pasa muy seguido aquí...- añadió.
-¿Entonces crees que se trate de algún asesino en serie?- pregunté.
-Es probable, aún no sé bien del tema, pero me informaré con los vecinos. Pero como sea, necesito que te cuides y por lo que más quieras no me ocultes nada, por favor.- suplicó.
-Está bien, padre...- respondí seria.
-Mañana te compraré un atomizador de pimienta y también quiero que me avises si llegaste bien a la casa.- tomó mi mano derecha entre las suyas.
-Padre, sé cuidarme sola...- rodé los ojos.
-Por favor, cariño, estoy aterrado con todo esto...- imploró.
-De acuerdo...- suspiré.
-Eso...- besó mi frente. -¿Acaso hueles a perfume de hombre?- preguntó frunciendo el entrecejo.
-Nop.- respondí sin saber qué más decir.
-¿Segura? Hueles muy masculino.- me olfateó cuál perro.
-Debe ser la nueva loción que compré. No la volveré a usar, tienes razón huele a hombre.- reí nerviosa.
-Está bien, cariño...- se encogió de hombros y salió de mi habitación.

Lo sé, había empezado mal con la promesa que le acababa de hacer a mi padre, ¿pero qué más podía decir? En definitiva no podía decirle que olía a hombre porque me acababa de follar a uno arriba. Si iba a llegar más lejos mi relación con Matt, entonces tenía que conocer a mi padre. Que llegar a más con él era lo único que tenía en mente ahora.

Matt:

Encerrado en mi apartamento; ponía vendajes a mis lastimadas manos, que afortunadamente iban mejor. Había tenido que evitar a Courtney dos días seguidos, con la excusa de que mi abuela estaba enferma. Pero hoy no podía seguir escondiéndome, ya tenía un plan. La llevaría a pasear al jardín Japonés de Portland y de ahí a su casa para follármela de nuevo, y hacer lo que tenía que haber hecho desde la primera vez que me acosté con ella. Esa chica me había hipnotizado a tal grado, que por poco me olvidaba de ponerme condón.

Recordé como sentí que perdía la poca razón que me queda cuando salí por esa puerta sin dejarla en su cama fría y sin vida. Simplemente no habia podido hacerlo y seguía sin saber porqué. O tal vez sí sabía y no quería reconocerlo. Mi furia conmigo mismo estalló justo cuando llegué aquí; golpenado innumerables veces la pared de mi cocina imaginando que era yo. De ahí la razón de mis heridas en mis nudillos. Pero ya tenía planeado lo que le diría a Courtney acerca de eso.

Con una toalla enredada en mi cadera, me acerqué a mis cajones para poder escoger mi ropa mientras mi cabeza era tempestad absoluta. Maldita sea su belleza, maldito sea su rizado cabello color café claro, malditos sean sus oceánicos ojos, maldita sea su voz pronunciando mi nombre, su suave y blanca piel, sus labios rozando los míos... MALDITA SEA ELLA. MALDITA SEAS, COURTNEY. Tal vez sentía por ella algo más que atracción y por eso me fue imposible asesinarla. 

-No...- dije en voz alta para mí mismo mientras negaba con la cabeza. Abrí mi primer cajón dispuesto a buscar unos calzoncillos, pero estallé en el intento. Comencé a abrir y a cerrar el cajón una y otra vez con fuerza hasta que el mueble creado de madera se rompió haciendo que el cajón que manipulaba cayera al suelo. Como siempre desquitando mi ira con objetos que me había costado mucho comprar. Me senté en mi cama y no me moví de ahí hasta que logré tranquilizarme.

~

Toqué el timbre de la casa de Courtney y esperé pacientemente. No pasaron ni quince segundos cuando abrió la puerta.

-¡Matt!- rodeó con ambos brazos mi cuello y me abrazó emocionada. Se veía guapísima con esa corta pero discreta falda morada, una camiseta corta color lila y unos tenis del mismo color que su falda.
-¡Vaya!, sí que está feliz de verme, señorita.- reí correspondiendo a su abrazo.
-Hahaha lo siento es que te eché de menos.- ¿por qué tenía que ser tan tierna y gentil conmigo?
-Yo también a ti, preciosa, cómo no te imaginas.- detestaba que lo que acababa de decir no era una mentira. Ella me dedicó una sonrisa y besó mis labios. Sus malditos, tiernos e inocentes besos me hacían sentir que volaba, pero también me hacían querer matarla ya para no tener que seguir soportándolo.
-¿Qué te pasó en las manos?- preguntó angustiada viendo las vendas en mis manos.
-Oh, resbalé y me raspé ambas...- expliqué brevemente. -Soy un idiota.- reí despreocupado.
-Claro que no, pero debes tener más cuidado.- me impresionaba la labia que podía tener. Se lo había creído demasiado fácil.  -¿Nos vamos?- cruzó los brazos atrás de ella.
-Seguro, su carroza ya está lista...- dije en un elegante tono señalando el auto que mi abuela me había prestado. Un Ford Mustang 429, que ella ya jamás manejaba y que solía ser de mi abuelo.
-¡Wow! ¿Es tuyo?- preguntó acercándose al vehículo.
-No exactamente, mi abuela me lo presta siempre, era de mi abuelo.- me encogí de hombros.
-Está muy lindo.- dijo mientras miraba con extrema minuciosidad el auto.
-No más que tú, pero vamos ya...- abrí la puerta del copiloto para que ella entrara y manejé hasta el jardín Japonés que no estaba tan lejos de aquí. ¿Por qué tenía que hacer largas para asesinarla si podía follarmela cuando quisiera? Incluso podía hacerlo aquí y ahora, y ella cedería. Nadie se resiste a mis encantos, pero ahora yo no me estoy resistiendo a los de Courtney.

-¿Y cómo sigue tu abuela?- preguntó Courtney mientras caminaba a mi lado por un puente del enorme jardín.
-Mucho mejor, linda. Te agradezco que hayas comprendido el no podernos ver.- rodeé con mi brazo derecho su cuello.
-No, descuida.- sonrió ampliamente y tomó mi mano, que reposaba tranquilamente sobre su hombro. -Me alegra mucho que tu abuela esté recuperada, porque te veo un tanto cansado.- miró mi rostro con un poco de pena. Me veía como la mierda porque no había podido dormir ni una sola hora desde que no logré mi objetivo con ella.
-Ahm... sí lo sé... es que estaba muy preocupado. Tú sabes, hay más complicaciones cuando una persona es mayor de edad.- a veces mi seriedad salía a flote a pesar de que no lo quisiera así. Tal y como el cadáver de esa chica que tiré en el río Columbia. ¿Cuál era su nombre?, ¿Lacey?, ¿Hannah?... no, creo que era Karen.
-¿Sigues aquí, Matt?- preguntó Courtney divertida, al tiempo que agitaba su mano enfrente de mi rostro.
-Sí, sí, lo siento, estaba recordando si le había dado a mi abuela su medicamento antes de irme.- respondí con mi gran capacidad para esconder mi montón de mierda.
-¡Oye, están vendiendo helados ahí!- dijo emocionada y dando saltitos como una niña pequeña, señalando un pequeño local de helados de yogurt a varios metros de nosotros.
-Oh sí, ¿quieres u...- no me dejó terminar mi pregunta.
-¡A que no me alcanzas hasta allá!- se echó a correr.
-¡Courtney!- salí disparado detrás de ella. -¡Oye, ven acá!- le grité un par de metros atrás.
-¡Vamos, alcánzame, tortuguita!- se burló. No pude evitar reír ante su ocurrencia. Decidí dejar de jugar y alcanzarla de una vez, como ella lo había pedido. La tomé de la cintura y la cargué entre mis brazos mientras ella estallaba en risas.
-¡Suéltame!- dijo divertida.
-Esto querías, ¿no, linda?- la puse de nuevo en el suelo.
-No creí que fueras tan rápido.- puso la mano en su abdomen tratando de calmar su adorable risa.
-Aún no me conoces bien, bonita, no me subestimes.- sonreí de lado, siendo seductor.
-Ya te conozco desnudo, para mí ya es bastante.- rió.
-Ahh... ¿eso crees?- su risa era tan contagiosa y debo admitir que lo que había dicho había sido muy gracioso. -Tal vez no quieras conocer todo acerca de mí.- la miré a los ojos.
-Era una broma y claro que quiero.- se encogió de hombros.
-Ahm...- una vez más me interrumpió.
-Como tú lograste alcanzarme, te compraré tu helado.- se acercó a la heladería dando saltitos. Al parecer el aire puro le daba una energía tremenda a esta chica. Lucía tan tierna e indefensa.
-No, no, no, yo pago.- negué con la cabeza.
-¡Ay, vamos! Déjame invitarte.- ¿cómo podía decir que no a esos ojos azules que lo único que reflejaban era amor y pureza directamente de su corazón?
-Está bien...- rodé los ojos.

I'm Your CrimeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora