El que hace una bestia de sí mismo, se olvida del dolor de ser un hombre

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Matt:

Miré con los ojos llenos de lágrimas como Courtney salía de la cafetería, con un rostro que sólo reflejaba decepción. Maldición, iba a decirlo, en verdad quería hacerlo. Pero no tengo ni la más mínima idea de cómo hacerlo. Quería salir detrás de ella y suplicarle que no se fuera, ¿pero qué podía decir para que no lo hiciera? Lo sabía, pero era incapaz de decir lo que sus oídos querían escuchar. Impotente, azoté mi taza de café en la mesa, haciendo que el líquido se derramara en la misma. Me levanté, dejé el dinero en la mesa y caminé a la salida.
-¿No se le ofrece algo más?- preguntó la mesera que me había atendido.
-Conserva el cambio.- le dije con la voz quebrada sin detenerme.

Fui caminando hasta mi casa y al llegar cerré la puerta con seguro. La culpa por no poder decir lo que sentía me estaba comiendo en vida, dejándome a la brecha de un abismo, en donde la cordura brillaba por su ausencia. Mi demonio interior había salido de las tinieblas, para poder tomar control total de mi cuerpo. Y cuando regresé de ese endemoniado transe; vi como había destrozado todo lo que había a mi paso. Me encontraba sobre mi cama, donde la cabecera estaba destruida y las sábanas estaban arrumbadas en el suelo. Me hice bolita sobre el colchón y rompí en llanto, culpable por la bestia que había hecho de mí mismo, por ser un maldito cobarde y simplemente por el hecho de existir.

Había perdido la noción del tiempo. ¿Había transcurrido una semana?, ¿tal vez dos?... no tenía la más mínima idea. La ansiedad había inundado mi cabeza. Casi no dormía, ni comía. Los terrores nocturnos, los ataques de pánico y los insultos a mí mismo, se habían convertido en mis únicos compañeros. Lo único que me hacía mantenerme con vida, era hacer ejercicio como si no hubiera un mañana. Unos golpes en la puerta de mi departamento me sacaron de mis concetrados pensamientos, mientras hacía barras. Me solté de la barra que yo mismo había puesto en una columna del techo y fui a abrir la puerta.
-¿Qué?- dije en cuanto abrí.
-Santo Dios, Matthew...- dijo mi abuela preocupada al ver mi rostro. -Te ves muy mal, ¿acaso estás enfermo?- tocó mi frente con su mano derecha, tratando de sentir mi temperatura.
-¿Qué importa?- dije con el ánimo hasta los suelos.
-¿Cómo que qué importa?...- mi abuela entró a mi departamento y miró el desastre que era.
-Matthew, ¿qué has hecho aquí?- preguntó con los ojos como platos.
-Miros, en ningún momento te invité a pasar...- rodé los ojos.
-No me importa. Vas a decirme ahora mismo qué es lo que te pasa.- ordenó.
-Estoy haciendo ejercicio.- me encogí de hombros.
-¿Cuándo fue la última vez que comiste?- preguntó.
-Pff... Miros...- no me dejó hablar.
-¡Dime! Y más te vale que sea la verdad.- me apuntó con su dedo índice.
-No sé... ayer en la mañana, supongo.- respondí.
-¿¡Qué!?- gritó taladrando mis oídos. Tal vez su tono de voz no había sido tan elevado, pero me había acostumbrado al silencio de mi departamento. -¿¡Y así estás haciendo ejercicio!? Matthew te vas a desmayar.- dijo enfadada. Muy probablemente ya lo había hecho y lo había confundido con dormir.
-Da igual...- tomé una toalla y sequé las gotas de sudor que escurrían por mi cuello y mis sienes.
-¿Por eso no fuiste a verme en todos estos siete días?- al parecer no estaba tan mal respecto a la noción del tiempo. Sólo me encogí de hombros.
-Vas a ponerte algo de ropa ahora mismo y vas a ir conmigo a comer.- ordenó.
-No puedo, no tengo mucho dinero, no he ido a trabajar.- respondí.
-No es una petición, Matthew, es una orden. Vamos a ir a comer y me vas a contar qué es lo que está pasando contigo. Y por el dinero no te preocupes, yo invito.- se sentó en el sofá. -¿¡Qué estás esperando!?- preguntó enojada al verme pasmado.
-Ya voy, ya voy...- dije irritado.

La compañía de Miros me había hecho regresar un poco a la vida. Y gracias a esto, mi hambre se comenzó a sentir como la de un león que llevaba días sin cazar.

Comía con voracidad toda la comida que mi abuela me había pedido, mientras ella sólo me acompañaba con una taza de té.

-¿Ya vas a decirme qué pasa?- preguntó mientras yo me atascaba la boca con nuggets de pollo.
-Todavía no termino...- dije con la boca llena.
-Vamos, Matthew, puedes decirme mientras comes.- dio golpecitos con sus dedos en la mesa.
-No me he sentido bien...- di un mordisco a mi hamburguesa de doble carne.
-Eso ya lo sé. ¿Pero por qué?- preguntó.
-Es Courtney, Miros...- dije después de un suspiro.
-¿Qué le hiciste?- preguntó en voz baja. Di un golpe en la mesa molesto.
-¡Maldición, Miros, no le hice nada!- respondí.
-No me hables en ese tono, jovencito.- enseguida me arrepentí de la forma en la que le hablé.
-Abuela, lo siento.- dije apenado. Ella relajó su rostro. -No le hice nada malo, sólo que... yo...- solté el aire, di varios tragos a mi té helado y traté de buscar las palabras correctas. -Simplemente... no sale de mi maldita cabeza.- dije sosteniendo mi frente con la mano derecha mientras que con la otra metía un montoncito de papas a la francesa en mi boca.
-¿Así que estás enamorado de ella?- sentí como si la ansiedad regresara a mí después de escuchar esa palabra.
-¡No!... yo... yo no me enamoro.- relajé mi tono, pero mis apretados puños reflejaban mi verdadero sentir.
-¿Por qué?, ¿qué tiene de malo amar, hijo?- preguntó con una sonrisa.
-Tú sabes que yo no he amado desde... lo que pasó...- el aire se me iba hablando tan sólo de algo relacionado a eso.
-Matthew...- Miros tomó mi mano y la abrió con delicadeza para entrelazarla con la suya. -Eso ya es pasado. Tienes que aprender a dejar todo eso atrás.- acarició con su dedo pulgar mi mano. -Courtney es una niña encantadora. En cuanto la vi supe que valía la pena. No es como...- no la dejé continuar.
-No, no, no quiero oírlo...- negué con la cabeza.
-Está bien, no lo diré... pero sí debo decirte que Courtney es muy diferente. Tú lo sabes, por eso estás estancado con ella.- aseguró.
-No pude decirle lo que sentía, abuela. Simplemente no pude... soy un cobarde de mierda.- empecé a llorar cual marica.
-Oh cariño...- tomó mi rostro entre sus manos. -Claro que no eres un cobarde. Has tenido una vida... muy difícil. Te derrumbaste y así permaneciste, hijo. Tú solo te negaste al amor y a la vida.- dijo mirándome con pena. -Has vivido por más de nueve años fingiendo que tu pecho no es más que un pozo vacío. Te pusiste una venda en los ojos y optaste por dejar a un lado tus sentimientos. Y eso, cariño, no es vivir...- si tan sólo supiera toda la mierda que he hecho, tal vez ni siquiera querría verme.
-No puedo, Miros, el pasado se adhirió a mí como una maldita sanguijuela.- sollocé.
-Yo sé que sí puedes, hijo. Sólo necesitas tiempo. Descansar y aclarar tu mente.- pasó sus dedos por mi cabello.
-Estoy muy cansado, no logro dormir bien y si lo hago sólo tengo pesadillas en donde la pierdo por mi falta de valor, Miros. He tenido ataques de pánico varias veces al día... siento que no puedo más con mi existencia.- puse ambas manos en mi cabeza.
-No, no, no digas eso. ¿Te gustaría venir a mi casa? Tal vez puedas dormir mejor si yo te cuido.- sonrió.
-No, Miros, no puedo, no quiero molestarte, además ya no soy un niño.- limpié mis lágrimas.
-Eso ya lo sé, pero tú jamás podrás molestarme, cariño. Anda, termina tu comida, mientras yo voy por un poco de ropa a tu departamento, ¿sí?- dijo con ternura.
-Está bien...- suspiré y le dediqué una mediana sonrisa.

Al llegar a la casa de mi abuela, no pude evitar poner mis ojos en la casa de Courtney justo antes de entrar.

-Ven aquí, Matthew...- me llamó mi abuela desde adentro. Me llevó hasta la que solía ser mi habitación cuando aún vivía ahí. Misma que estaba exactamente cómo la había dejado. -Ya sé que dirás que ya no eres un niño, pero no tengo otra habitación aquí para darte.- dijo mientras acomodaba la ropa de cama.
-Está bien...- reí.
-Ponte algo más cómodo y recuéstate, cariño. Iré por tu té.- dijo saliendo de la habitación.
-De acuerdo...- me puse unos pantalones deportivos grises, me quité la camiseta y me tiré sobre la cama mirando hacia el techo, esperando a que mi abuela regresara.
-Muy bien... aquí está.- regresó con una taza de té caliente. Me incorporé en la cama y comencé a beberlo. Estaba en la temperatura perfecta y endulzado tal y como me gustaba. -Y toma esto...- me dio una tableta color azul antes de que terminara mi té.
-¿Qué es?- pregunté viendo con detenimiento la tableta sobre la palma de mi mano.
-Te ayudará a dormir, cariño.- respondió. Asentí con la cabeza, puse la tableta en mi boca y bebí mi último trago de té. Miros puso mi taza vacía en la mesa de noche y me cubrió con las sábanas. -Cierra tus ojos...- susurró mientras acariciaba mi cabello. Hice lo que ella dijo y traté de no pensar. Sólo concentrarme en mi respiración y en la sensación de tranquilidad que me daba el masaje de mi abuela en mi cuero cabelludo.

I'm Your CrimeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora