"Las personas que se van, nunca se van realmente."

44 8 5
                                    

-Oh, aquí están...- dijo mi papá al vernos entrar. -Qué bueno que llegan. Preparé ravioles al pesto.- sonrió orgulloso. -Estaba a punto de llamarlos y... ¿por qué están tan sucios?- preguntó mirándonos con una mueca.
-Estaba ayudando a Matt a remodelar el baño de Miros.- expliqué.
-Ah... ¿y por qué harían eso aho...- mi padre guardó silencio cuando yo coloqué mi dedo índice sobre mis labios, haciéndole saber que no era el momento, y que mejor se callara. -Claro, eso...- rió nervioso. -Es genial, bueno, como sea, vayan a cambiarse y a lavarse para comer.- dijo con una risita nerviosa.
-Claro...- respondió Matt.
-Eh, eh, eh, eh... tú en el baño de aquí abajo...- ordenó.
-Padre...- puse los ojos en blanco.
-No, no hay problema, linda. Sólo subiré por mi ropa y me cambiaré aquí abajo.- aseguró Matt.
-Bien, eso me agrada.- sonrió mi padre y siguió en lo suyo.

Matt:

La comida con Courtney y el señor Anderson se había tornado incómoda, y sé que había sido por mi culpa. Pero en verdad no tenía ganas de decir una sola palabra, ni siquiera de comer. ¿Por qué tenía que estar molestando a otros con lo mal que me sentía?

-Ahm... ¿les gustaron los ravioles?- preguntó el padre de Courtney.
-Sí, papá.- respondió Courtney.
-Sí, sí, son deliciosos, señor...- respondí con la mirada perdida. No podía seguir fingiendo más. Esa canción me había hecho recordar tantas cosas. Cosas que venían a mi cabeza una y otra vez. Necesitaba un momento, un momento para llorar como el marica que era. Dejé el tenedor en el palto y me puse de pie.
-Matt...- me llamó Courtney, preocupada.
-Señor Anderson, su comida está deliciosa, en serio lo está, es sólo que no me siento bien...- dije al borde del llanto.
-Descuida, hijo...- dijo apenado al ver que no podía contener más mi cara de: "Todo está bien. Soy muy fuerte."
-Bonita, perdóname, yo... sólo... sólo necesito un minuto...- subí por las escaleras hasta la habitación de Courtney, ahí me encerré en el baño y descargué todo el dolor atascado en mi pecho.

Después de algunos minutos, sentado en el suelo, sollozando lo más bajo que podía, escuché unos golpecitos al otro lado de la puerta. Tenía un nudo en la garganta tan grande que me impedía pronunciar palabra.

-¿Puedo pasar?- el señor Anderson asomó la cabeza. Sólo pude asentir con la cabeza. Entró, cerró la puerta y se acomodó a mi lado.
-Yo también perdí a alguien muy importante a tu edad. Incluso tal vez un par de años más joven... Perdí a mi madre.- explicó. Tragué saliva intentado que mi garganta se despejara para poder decir algo, pero me era imposible. -Estuvo muy enferma en el hospital, por varios días hasta que falleció...- dijo mirando a la nada. -Después de sepultarla yo quedé muy exhausto... sin ganas de nada. Así como sé que te sientes ahora. Y así estuve por días, hasta que tuve un sueño en el que ella me hablaba... con esa sonrisa tan encantadora de siempre y me decía que ella siempre iba a estar conmigo. A donde quiera que yo fuera... ella estaría ahí... Mi sueño concluyó cuando una suave y familiar mano recorrió mi mejilla. Al abrir los ojos me llevé la gran sorpresa de ver a un pequeño pájaro con plumas de muchos colores. Un ave que evidentemente era extraño que habitara en la ciudad...- mi llanto había parado y mi atención estaba al cien porciento en la anécdota del señor Anderson. -Y esa ave sólo estaba ahí, mirándome. Yo estaba en shock, no sabía qué pensar después de sentir aquella mano sobre mi rostro y recordar lo obsesionada que mi madre estaba con las aves exóticas.- soltó una risita. -Y después de algunos segundos ese pájaro emprendió el vuelo y salió por mi ventana.- concluyó y se volvió a mirarme. -No te digo todo esto para que creas en historias de fantasmas o reencarnación... o alguna de esas cosas. Lo que quiero hacerte ver con esto, hijo, es que las personas que se van... nunca se van realmente. Siempre vivirán en nosotros.- solté un suspiro. -Todo lo que ellos dejaron en nosotros, lo que aportaron a nuestras vidas, las risas, las lágrimas, los besos, los abrazos... van a vivir hasta el final de nuestros días. Y siempre los encontraremos vivos en esas pequeñas cosas.- aseguró. -Sé que ahora mismo nada de estas cursilerías te ayudarán, pero es algo que yo aprendí con el tiempo. Y cuando lo hice, deseé haberlo entendido mucho antes. Por eso te lo digo ahora...- aunque él no lo creyera, su reflexión se había adherido a mí como una pequeña fuente de sanación para mi dolor. -Y sé que Miros era como una madre para ti, pero... ella está en dónde quiera que tú estés.- me dedicó una sonrisa, dio un par de palmaditas en mi hombro y se levantó.
-Siento mucho ser una molestia, señor.- dije antes de que se fuera. Él se volvió hacia mí.
-No eres una molestia, Matt. Sé que necesitas compañía y qué mejor que la de mi hija. Que por cierto, no la dejé subir, se puso muy triste cuando te retiraste.- rió.
-Lamento contagiar mi pésimo estado de ánimo.- dije apenado.
-No tienes por qué disculparte por eso. Ambos entendemos que esto no es fácil para ti, ni para nadie... Puedes quedarte el tiempo que necesites.- puso punto final a la conversación y salió del baño.
-Muchas gracias, señor.- sonreí.

I'm Your CrimeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora