CAPÍTULO 8. La científica

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     Ambos caminaban con precaución por unos largos pasillos, totalmente blancos, en busca de una salida. Mientras caminaban empezaron a sufrir unas terribles punzadas en la cabeza. Los jóvenes recuperaban, a flases, la memoria de lo ocurrido antes de acabar en esa caja. Él recordó el disparo y se echó las manos al abdomen, no había herida de bala alguna, pero sí tenía un pequeño moratón y un diminuto orificio de color rojo en el centro, le habían disparado un dardo tranquilizante, no una bala. Ella recordó los tubos que la cubrían, el agobio, la sensación de falta de aire, el fuerte ruido de una alarma. Mientras avanzaban más claros parecían los recuerdos.

     Ambos pararon en seco tras una nueva punzada. Él recordó el frío de la camilla y los gritos desesperados de ella, la habían torturado se lamentó mirando a su compañera con compasión.

     Ella, por su parte, recordó las transformaciones, el intenso dolor, aquellos recuerdos hicieron que quisiera vomitar, se paró un momento agarrándose a la pared y agachándose hasta quedar de rodillas. El detective se agachó para ayudarla. Le cogió la mano y la miró con preocupación.

     Shiho se sentía muy mareada, ¿qué le habían hecho? había sufrido tanto que su mente había decidido olvidar esos momentos, pero ahora aparecían de nuevo, sin motivo aparente, destrozándola por dentro.

- Haibara... ¿puedo hacer algo por ti? -preguntó el chico mientras sostenía la mano de su amiga con firmeza.

- No... sólo quédate aquí un momento -respondió ella, aferrándose a la mano de su amigo-. Sólo necesito un momento -dijo cerrando los ojos y recuperando la respiración.

     Al cabo de unos pocos minutos ya estaban de nuevo en pie, buscando una salida. El chico iba delante, sosteniendo el improvisado bate entre sus manos preparado para lo que fuera necesario. La chica, que seguía mareada, caminaba detrás apoyando sus manos en la espalda de él para no perder el equilibrio y evitar caer.

     Al girar una esquina, ambos pudieron ver a una mujer sentada en el siguiente pasillo en una especie de barandilla posa manos.

     La chica tenía una belleza enigmática y sus facciones eran de lo más atrayentes. Su piel era tostada y su pelo, completamente plateado, acababa en unos reflejos violetas en las puntas, lo llevaba recogido haciendo ondas y dejando caer un largo flequillo a los lados de su rostro. Llevaba unas finas y grandes gafas sin montura tras las que se ocultaban unos amplios ojos color miel. No aparentaba mucho más de veinte años.

     Su postura era elegante y altiva y cruzaba las piernas con sensualidad, vestida con unos apretados pantalones de cuero negro y una camisa de tirantes, bastante escotada, del mismo violeta que sus mechas. Encima llevaba abierta una bata blanca de laboratorio. Estaba fumando un cigarrillo mientras balanceaba los pies con gracia, unos pies que llevaban unas familiares botas negras de montaña.

     El chico relajó las manos que sujetaban la pata de la mesa, que anteriormente agarraba con fuerza. Ella estaba sola, podríamos reducirla sin llegar a la violencia, pensó.

- Vi... -susurró sorprendida su amiga, detrás de él.

     Se giró para mirarla y lo que vio fue su rostro totalmente desencajado. ¿La conocía? El detective no pudo preguntarle porque en cuanto se quiso dar cuenta la chica le había arrebatado de entre las manos el palo de madera de un fuerte tirón y se dirigía corriendo hacia ella, con el bate en alto, y con un grito furioso se situó frente a la mujer en cuestión de segundos. La joven miraba a la chica con el rostro totalmente impasible y con la más serena calma en su mirada, no movió un músculo para apartarse y le sostuvo la mirada, desafiante, todo el tiempo.

SherryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora