Capítulo 31

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La manera en que el Señor Andrew me miraba solo me provocaba molestia, me reprobaba con sus orbes rojos como si hubiera hecho algo atroz y osado, estaba perplejo por mis actos y por la manera en que lo reté.

—Las Lunas no son así —escupe—, solo son adornos y están hechas para criar a los hijos del Alfa. Las Lunas no tienen poder y tampoco dan órdenes porque son mujeres. Así que sáquese esa idea de la cabeza y no me hable con esa altanería.

Levantó su mano para tocar mi frente y por segunda vez la abofetee.

—Pues está Luna no —sentencio—, no soy ningún adorno y de una vez le digo que no vuelva a ponerme una mano encima.

Levanta la cara —¿Me amenazas mujer? —espera mi respuesta y yo estoy que ya no puedo con esta situación, voy a explotar en cualquier momento

—Le doy una advertencia y... —Me mira con burla y levanta su mano para tocar mi rostro.

—¿Que harás al respec...?

Discedite a me

Mis ojos se vuelven felinos del enojo y termina chocando contra el mueble que pateo momentos antes.

—Dije que no me pusiera una mano encima —se recompone enseguida y me mira con odio.

Se acerca unos pasos y cuando nuestras miradas se cruzan su rostro se llena de sorpresa pero lo disimula de inmediato.

—Una bruja —dice y me ofrece una sonrisa que no supe cómo interpretar.

Lo miro atenta esperando su próximo movimiento.

—La rebeldía no te va servir de nada, bruja.

—¿Padre? —todos volteamos en la dirección de dónde provino la voz— ¿Que ocurre aquí? —cuestiona desconcertado.

—Señor Haugen —Regina llega junto a Derek con una sonrisa ladina y le da un cálido abrazo—, recibió mi urgente llamado.

La cara se me descompone ¿Ella lo llamó? Porque traería a semejante sujeto.

—La manada estaba hecha un lió con eso de que Derek solo estaba aquí medio día, pensé que su presencia podía ser de ayuda. —anuncia y me mira triunfante.

—¿Por qué descuidaría así la manada?

—No me corresponde hablar sobre eso Señor Haugen, tal vez debería charlar con el Alfa —sugirió Regina.

—Ya oíste —el tono severo con el que se dirigió a Derek no me gusto para nada y a Derek no le quedó de otra más que desaparecer por la puerta junto a su padre. Apenas se perdió de mi campo de visión me volteé y puse de pie a Sarah.

—¿Por qué hiciste eso Regina? —la cuestione.

Me miro con una sonrisa —El señor Haugen es el indicado para poner en su lugar a cierta bruja.

—Lastimó a Sarah —la miro y ni se inmuta.

—Es una Omega, algo tuvo que hacer mal —se encoge de hombros.

—¿Que te asegura que no te lastimará también?

La sonrisa se le baja un poco pero no la quita. —No haré nada mal, siempre obedezco.

—¿De eso se trata para ti? ¿Obedecer? —mis palabras la dejan pensando un poco pero termina respondiendo.

—No trates de cambiar las cosas —se cruza de brazos.

—¿Y si Elizabeth hace algo mal? —la sonrisa se le borra de la cara— No se trata de pensar solo en ti Regina, usa la cabeza.

—Créeme que la use —avanza hacia mí—, y estoy dispuesta a todo con tal de que Derek me ame y me convierta en Luna de la manada.

—¿Lo haces por eso? —no me costó mucho creer sus palabras, Regina estaba loca— No crees que si Derek hubiera querido lo hubiera hecho antes de que yo llegara.

Me mira con odio y sus ojos se vuelven morados brillantes.

—Te advierto Regina...

—Yo no te tengo miedo —da un paso en mi dirección—, no te creas la gran cosa que fácilmente puedo contigo.

La miré con una ceja alzada y con Sarah pegada a mi brazo le pasé por un lado.

—No tengo tiempo para perder contigo —me sostuvo de la muñeca deteniéndome y prendió su mano en fuego.

—O no tienes la valentía —se mofó.

Mire su agarre y extinguí el fuego. Supongo que debe ser una bruja elemental pero apenas una novata porque su fuego no tenía ni una pizca de comparación con el de Chant.

—No seas idiota y suéltame —me zafé de su agarre— y si quieres realmente dañarme esfuérzate un poco más Regina que con ese fuego apenas y asas un bombón.

La deje con la palabra en la boca y subí las escaleras en dirección a la habitación de Derek. La situación estaba jodida eso lo tenía claro, si Andrew se quedaba aquí las cosas empeorarían muchísimo y con el odio que le tiene a las mujeres nos volveríamos un blanco fácil y aunque se niegue a aceptarlo Regina también estaba jodida.

Abrí la puerta de la habitación y metí a Sarah dentro de ella, cerré la puerta tras de mi. Me lleve una grata sorpresa al darme cuenta de que ninguna de las plantas se había secado.

—Siéntate Sarah —me miró un poco y sus ojos se cristalizaron.

—Luna...—casi podía sentir el nudo que ella tenía en la garganta. La atraje hacia mi pecho y me abrazo con mucha fuerza— Creí que no volvería

—Sarah...yo...—me sentí una total egoísta—, lamentó haberme ido.

Se sentó en la cama y yo me quede parada frente a ella.

—El Alfa explicó que su familiar enfermo, no fue su decisión.

Sentí una culpa tremenda y la miré a los ojos. —No, Sarah es que...—me puse de rodillas frente a ella— pude haber vuelto antes pero no lo hice yo...si hubiera regresado antes el no te habría lastimado. Prometí que no las lastimarían y yo...yo falle. —me sentí miserable en ese momento como pretendía gritar y llamarme Luna si no podía cuidar ni si quiera a quienes estimo.

—Luna —me levantó el mentón—, sé que usted no estaba muy cómoda aquí, comprendo que en el momento en el que estuvo fuera volvió a sentir esa libertad que tanto extraño —me sonrió y limpio una de mis lágrimas que caían por mi mejilla—, pero decidió regresar y eso es lo importante. Además de que se enfrentó al padre del Alfa por mi culpa, soy yo la que debería disculparse siempre la meto en líos.

Negué con la cabeza, mis ojos se llenaron de lágrimas y mi único impulso fue abrazarla por un largo rato.

—Gracias por cuidar las plantas Sarah —me limpie la cara con el dorso de la mano y me puse de pie en dirección al baño.

—Yo no fui quien las cuidó Luna —escuche desde el baño, salí con un algodón en la mano para limpiar la sangre que había en su rostro.

—¿Como? —tomo el algodón de mis manos y lo hizo ella.

—El Alfa no permitió que nadie tocara sus plantas —sus palabras me tomaron por sorpresa y sonreí inconscientemente—, insistió en hacerlo el mismo.

La imagen de Derek con mi regadera se instaló en mi mente y me causo gracia y ternura al mismo tiempo. —Le agradeceré a el entonces —digo.

—La extraño mucho —dijo Sarah—, el pobre apenas y comía. Cuando no estaba en el edificio líder, salía de la manada a velar por su bienestar y llegaba apenas salía el sol, descansaba muy poco.

—Pobrecillo —susurre.

—Pero ahora que usted está aquí va a descansar muy bien —la miré con una sonrisa—, claro si es que descansan —su comentario iba con segundas y sonrió al ver un rubor en mis mejillas

—Sarah no digas eso —negué con la cabeza divertida y ella me dio un codazo.

—Ay no sea haga —de mi boca salió una carcajada limpia. Vaya que ocurrente es esta mujer.

Ella es mía (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora