Capítulo 69

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—Debemos ser cautelosas —comente y Regina asintió dándome la razón.

Acune su rostro entre mis manos —¿Estas lista? ¿Cómo te sientes? —no había tenido tiempo para mirarla a los ojos, estaba asustada.

—De eso nada —la chica tomo mi antebrazo separándome de Regina—, no hay tiempo para eso.

Me quede estática cuando vi que le planto una buena bofetada que le volteo el rostro — ¡Reacciona carajo!

Por instinto me coloque entre medio y la empuje —No vuelvas a hacer eso —le advertí y ella me miro con una ceja arqueada.

—Si sigue tildada será un estorbo...—me mira a los ojos y se acerca a mi encarándome— y si la dejamos aquí lo que sea que le haya pasado se lo harán tres veces peor.

Tense la mandíbula; ella tenía razón, en este lugar no se andan con juegos, ya lo tenía claro. De reojo veo como Regina se reincorpora a mi lado.

—Hay que irnos ya —suelta la chica, se asoma por la pequeña ventana que tiene la puerta—, todo está lleno de guardias.

Gruñe por lo bajo y lo que hace a continuación parece ocurrir de cámara lenta, no me da tiempo de detenerla o si quiera reaccionar de alguna manera. Simplemente la veo tomar el armario donde anteriormente nos escondimos con una facilidad tan grande que luce como si no pesara nada, retrocede varios pasos para agarrar vuelo y lo lanza contra la pared.

El sonido que la acción produce es todo menos cautelosa pero justo ahora ya no hay marcha atrás, le doy un apretón a Regina. El armario atravesó la ventana y derribo los barrotes, una ola de polvo inundo la habitación, no hubo tiempo siquiera de toser cuando la chica ya nos había lanzado fuera.

Aterrice boca abajo, el aire sale de mis pulmones y mi pecho comenzó a pensar. El suelo tenia gravilla que se me clavaron en el abdomen, brazos y piernas. La distancia era considerable pero no hubo tiempo de nada, apenas duramos un segundo en el suelo porque para el siguiente ya estábamos corriendo.

—¡No miren atrás! —escucho pisadas tras nosotras, y mi pulso se dispara. Nos adentramos en el bosque e imploro para que cada vez se haga más espeso y por fin nos pierdan de vista.

Me siento agobiada y ruego porque mis piernas no se rindan, por ningún motivo suelto la mano de Regina.

—¡Atrapen a la chiquilla, solo la necesitamos a ella! —escucho la voz de la Dra. Ren a lo lejos y la vista se me nubla. Sé que se refiere a mí.

—Falta poco —nos informa la chica.

¿Falta poco para qué?

Pienso en preguntar pero no puedo ni abrir la boca, me concentro en correr.

Doy pisadas fuertes y certeras.

Madre tierra, madre mía.

Ayuda a tu hija, haz que quienes la quieren cazar no la encuentren.

Guíanos y muéstranos un camino.

Entre las grandes raíces de los sabios arboles oculta nuestra presencia, opaca nuestro aroma con las flores salvajes y haz que el canto de las aves oculte el sonido de nuestros acelerados corazones.

Madre mía, te ofrezco la esperanza que siento como ofrenda.

Madre tierra, acepta esta humilde ofrenda.

Ella es mía (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora