Capítulo 66

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Mis lágrimas me nublan la vista, la garganta me arde de tanto intentar gritar, las muñecas me escuecen debido a las cadenas que me atan a la silla donde ahora estoy sentada pero mi mente está en la manada.

Agacho la mirada y mi corazón se hace chiquito, mi pecho me duele. No olvidaría jamas la mirada de Isaac quisiera poder decirle...

No fue tu culpa Isaac...

Me retuerzo de las cadenas que me atan intentando liberarme pero ya no se si es el dolor emocional o el dolor que me provoca la ponzoña que me inyectaron lo que me lo impide. La humedad de mi entorno me desorienta y la oscuridad junto al mal olor me deprimen.

No sé dónde demonios estoy, simplemente desperté atada aquí sin señal de vida a mi alrededor. Poco rato después y sin desistir de mi liberación una puerta es abierta, escucho como lanzan alguien a mis pies. Regina. La poca luz que la puerta abierta permite entrar me deja detallar un poco a los protagonistas de este acto atroz. El Sr. Haugen y mi madre.

Tenso la mandíbula, furiosa. Todo este tiempo llorando cada septiembre su muerte año tras año, desconsolada, extrañándola con todo mí ser para encontrarla de esta manera. Mi labio tiembla cuando nuestras miradas chocan pero ella mira en otra dirección incapaz de mirarme a los ojos.

Escucho el gemido de dolor de Regina, mi madre intenta acercársele.

—No te atrevas a tocarla —escupo con odio y el Sr. Haugen suelta una risa burlona que solo me hace querer arrancarle el corazón con mis propias manos.

—Deberías respetar a tu madre —me sujeta la mandíbula con fuerza y yo corro la cara intentando liberarme de su agarre— ¿Así la educaste...?—se dirige a ella pero después voltea a verme con burla— Ah...es verdad. No pudo hacerlo —sonríe con cinismo—, pobrecilla. Sin madre, sin aquelarre, sin familia...

—¡Suéltame! —mis ojos se vuelven felinos, saco fuerzas de dónde puedo y el sonido de las cadenas romperse hace que el Sr. Haugen borre su estúpida sonrisa.

Acorto el espacio que nos separa —¡Vas a lamentar esto! —una punzada en el pecho— ¡Y mucho! —una punzada más.

Ambos lo notan y mi madre deja de estar alerta, un sudor frio me recorre la frente y las punzadas en el pecho no me dan tregua, unas ganas incesantes de toser me quitan la respiración y termino cayendo de rodillas frente a él intentando recuperarme.

Me empuja con su pie y termino hecha un ovillo junto a Regina para después caer en la inconciencia.

(...)

Christal...Christal...Christal...

Una voz lejana me llama pero me niego a responder. Siento como me empujan levemente y poco a poco abro los ojos, mirando apenas abiertos una Regina muy preocupada.

Se lanza a mis brazos y me envuelve con fuerza —C-creí que no despertarías mas —dice contra mi hombro, el shock la dejo muy mal supongo.

Le devuelvo el abrazo segundos después algo desconcertada.

Cuando se separa de mi me sorprende verla deshecha por completo, tiene el cabello hecho un desastre como si hubiera querido arrancarlo por su propia mano, los brazos arañados y los nudillos rojos pero lo que más llama mi atención es ver sus ojos marrones en lugar de los habituales azules.

Voltea a verme y al notar mi confusión intenta acercarse pero me alejo de inmediato.

—No —le abofeteo la mano cuando intenta acercarse a mí, intento ponerme de pie pero mis piernas fallan así que de rodillas retrocedo como puedo lejos de ella—, tú no eres Regina.

—Si lo soy, déjame explicarte...—continuo negando con la cabeza y al oír la puerta rechinar mi preocupación se centra ahí y no en la falsa Regina.

Se asoma Elizabeth y trago grueso cuando veo que trae una charola plateada con dos jeringas llenas de ponzoña, sonríe ladina al ver un matiz de miedo en mis ojos. La desconozco por completo, no hay ni rastro de la bruja tímida que conocí.

—Buenos días Luna —me saluda con una falsa sonrisa—, hermana...—borra la sonrisa y veo a Regina agachar la mirada— Les traigo su desayuno...por qué esas caras —hace un puchero— deberías estar feliz de que por fin salimos de esa asquerosa manada —se dirige a Regina y luego voltea en mi dirección— ¿Y tú? —suelta una risa— Tu...tu permanece como estas porque —levanta la jeringa y la golpetea con sus dedos— vas a quedarte aquí por mucho tiempo —alarga la u—, bueno eso más bien depende de cuánto resista tu cuerpo con la ponzoña.

—¿Por qué haces esto Elizabeth?

Ella rueda los ojos por mis palabras —No quieras empezar con un estúpido discurso para que me arrepienta de lo que hago, porque no lo hare. Alguien como tú no lo entendería, naciste con privilegios que otras brujas simplemente sueñan —me mira con odio—. Nacimos en un aquelarre común, uno sin don distintivo —escupe con asco— pero yo no nací para ser escoria...no no no —repite—. Yo nací para grandes cosas, cosas que mi inútil aquelarre no me ayudaría a conseguir jamás, malditos mediocres.

Se sienta en la silla en la que anteriormente estaba atada y se cruza de piernas.

—Así que decidí acabar con sus insignificantes vidas —dice con simpleza mientras se mira las uñas— pero claro que con mis manos, no soy...no era una asesina en aquel entonces. —aclara—. Conoci a un cazador...

Un escalofrió me recorre y me mira para ver mi reacción pero no le doy el gusto para que note el miedo que albergo — Alarik. Había rumores de que él había acabado con aquel aquelarre que poseía el poder del caos y si pudo con ellos podría con los bastardos del mío —suelta un suspiro antes de continuar—. Ofrecí las vidas de todos ahí a cambio de la de mi hermana y por su puesto la mía...aunque ahora desearía haberla dejado atrás aquel día. De cualquier modo ese día no quedo rastro alguno de alguien del aquelarre Blavatsky...

—¿Pertenecen al aquelarre Blavatsky? —alguna vez llegue a escuchar que algunos miembros de aquel aquelarre tenían un don increíble para la adivinación instruido por su cabecilla la gran Helena Blavatsky. Una talentosa bruja conocida incluso en el mundo mundano como una famosa escritora.

Elizabeth negó con la cabeza —Nuestra madre era Helena Blavatsky...—Regina levanta la cabeza destrozada.

—No vale la pena llorar por brujas sin talento —resoplo Elizabeth—, la adivinación es algo que cualquier bruja puede hacer es no es un don.

La miro con el ceño fruncido —¿Traicionaste a tus hermanas?¿Las entregaste a un cazador? —le grito envuelta en lágrimas— ¿A cambio de que...? ¡Poder que ni si quiera aun eres capaz de conseguir!

La ira se hace evidente en su rostro, se pone de pie y me encara.

—Hice lo exactamente lo mismo que tu madre... —se burla en mi cara y sus palabras me duelen...toda mi familia acabada por el egoísmo de mi madre— pero a diferencia de ella yo lo hice por poder y ella...—la miro expectante—, ella lo hizo para mantener a salvo a una pequeña e indefensa bruja para que el caos permaneciera en la tierra.

Me mira directamente a los ojos y sin poder evitarlo me clava la jeringa en un brazo.

—Mucha charla —siento el mortal liquido entrar lentamente en mi sistema causándome un dolor inmenso—. Buen provecho, Luna. 

Ella es mía (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora