C - Los Monstruos

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Capítulo especial - Los monstruos

Carlos había crecido rodeado de cariño

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Carlos había crecido rodeado de cariño. Cosa extraña tratándose del hijo de un villano.

No todos los habitantes de la isla eran malos, pero sus corazones guardaban rencor y odio por aquellos que los aprisionaron. Así, las palabras como 'amor', 'querer', 'acogedor' no eran parte del vocabulario de los isleños. 

Cruella realmente no era diferente del resto. Vivía la vida con pesadez, sufriendo cada nuevo amanecer. Su ceño fruncido estaba comenzando a causarle arrugas en el rostro. 

La ex-modista estaba tan furiosa y enojada como cualquier otro villano. Su interior ardía con la llama del odio y la aborrecia hacia sus enemigos. 

Era comprensible. 

Sin embargo, esa furia incontrolable no se transmitió a su hijo. No. Al contrario. 

Cruella era un ser completamente diferente cuando estaba con Carlos. Siempre que miraba a su hijo, desde la primera vez que vio su rostro al nacer, la llama en ella se apaciguaba. 

La cruel mujer aprendió a transformar el fuego de su odio en un calor confortable, hogareño. 

Y por unos ligeros instantes, Cruella fue feliz con lo que tenía.

Y por unos ligeros instantes, Cruella fue feliz con lo que tenía

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—¡Carlos! ¡Carlos! ¿Donde te habías metido? 

La mujer había perdido a su hijo un cuarto de hora atrás, mientras hacía tratos con una bruja para confeccionar le un nuevo atuendo a cambio de un mísero pago. Ella y la bruja se pusieron a discutir y, entre tanto, Carlos desapareció por entre los callejones y los tendederos de comerciantes. 

—¡Mamá! —el pequeño Carlos fue corriendo hasta su madre— ¡Vi un monstruo! 

La mujer lo abrazó aliviando se de tenerlo de vuelta. Cuando vio lo realmente atemorizado que estaba el niño, lo tomó de la cintura y lo cargó en sus brazos. 

Los débiles brazos de la mujer apenas podían con el peso de un niño de cinco años, pero se las arregló para consolarlo. 

—Ya, ya, Carlos ¿Qué te he dicho? 

El niño paró de hipear. Le habían enseñado a no llorar para no mostrar debilidad, pero Carlos nunca fue capaz de controlar ni de manipular sus emociones tan bien como su madre. 

—Cuéntame, ¿Cómo era el monstruo? 
Cruella le apartó unos mechones negros de la frente. 

—E-era grande… Y peludo… ¡Como los monstruos de tus historias! 

—¡Un perro! —la mujer gritó histrionicamente—. Fuiste muy valiente para enfrentartele, Carlos. Yo no podría haber escapado de esa horrible bestia. 

Carlos olvidó repentinamente su miedo y se le infló el pecho de orgullo. Había sido valiente, y su madre estaba orgulloso de él. 

A Cruella le gustaba contarle historias a a Carlos antes de dormir sobre 'demonios peludos', como llamaba ella a los perros. Asustaba a su propio hijo, pero no por malicia, sino porque quería que se mantuviera alejado de ellos. Quería protegerlo del mal que ella había perecido. 

—Me dan miedo los monstruos —repetía Carlos a su madre cada noche antes de irse a dormir.

Cruella sentía su corazón encogerse cada vez que lo acompañaba hasta su cama, lo abrazaba y le acariciaba el cabello hasta que caía dormido. 

Se lamento de haberle infundido tantos miedos, de haberlo hecho temer a todo y de decirle que no confiara en nadie. Pero así era la vida de un villano. Ella no mentía jamás a su hijo. Por mucho que doliera la realidad. 

Se lamentó de no poder darle una vida mejor que esa isla de ratas. 

—Algún día llegará el momento en que tengas que enfrentarte a los monstruos más terribles, Carlos —le dijo una noche—. Los de aquí —Cruella señaló a la cabeza del menor—, y los de aquí —bajó su mano hasta colocarla sobre el pecho de Carlos, sobre su corazón latiente. 

—¿Hay monstruos dentro de mí? —se horrorizó el pequeño ante la idea de que en su interior pudiera haber demonios ocultos. ¿Cómo los sacaría? 

—Los hay dentro de todos —dijo—. Pero tienes que ser muy valiente para enfrentarlos. 

El pequeño Carlos asintió ya al borde del sueño. Sería valiente y cuando el momento justo llegara, vencería a sus monstruos, y su madre estaría muy orgulloso de él. 

—Ahora duerme, hijo. No es tiempo aún de preocuparse por ello… 

Cruella dejó un último beso en la frente de Carlos y se levantó de la cama, dejando a su hijo dormir en paz. 

—No es tiempo aún… —repitió Cruella, como un pensamiento fugitivo. 

 

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Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora