Cachorro enamorado

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Sus labios sabían a miel, dulces; más bien empalagosos pero insuperables.

No quería soltarlos. Sentía como Sheld saboreaba cada parte de ellos, como ambos disfrutábamos del beso. Era una nueva sensación, una que te erizaba la piel, que te despegaba del suelo y te transportaba a un nuevo mundo.

Sus brazos me rodeaban. Su contacto me hacía sentir protegido, me sentía seguro junto a él.

Continuaba besándome como si fuera lo único que importaba. Todo alrededor se desvaneció y sólo existiamos nosotros.

Mi corazón latía rápido. Su aliento acariciaba mi rostro. Nuestros labios danzaban con un ritmo sin música. Parecía de ensueño.

Las caricias fueron algo aún más tierno y acogedor. Sheld me abrazaba por la cintura después, paseó sus manos por mi cuerpo. Yo me tomaba de sus hombros para no perder el equilibrio, odiaba tener que ponerme de puntillas para alcanzar a besarlo. Claro que no sería un impedimento para hacerlo...

Estaba nervioso, nunca sospeché que eso le pudiera pasar pero pude comprobarlo cuando pasó su mano tibia y temblorosa por mi mejilla. La pregunta era ¿por qué estaba nervioso?

Mi pecho me presionaba, comenzaba a sentir un hueco dentro que crecía. Sensaciones hermosas y dolorosas se mezclaban en mi sistema nervioso.

No podía pensar, sólo besar, era lo único que me importaba en ese momento. No sabía qué me pasaba pensé que era amor...

Todo se fue borrando muy lentamente. La cara de Sheld, al igual que lo de a nuestro alrededor se difuminaba y perdía su color. Sentía sueño, mucho sueño. Casi caía al piso de no ser por que mi chico-gato detuvo el beso y me llevó hasta una de las bancas.

Por dentro me inundaba una pesadez. Me era difícil respirar, el pecho me oprimía, tomaba aire en complejas bocanadas. Sentía los ojos húmedos, creo que eso fue lo que le alarmó.

-¿Estas bien, amor? -me cuestionó.

-S-si, Sheld -respondí con trabajos-. Estoy bien

-Te llevaré a tu habitación.

Aún no veía claramente pero podía distinguir su silueta entre la oscuridad de la iglesia; era la mujer de mis sueños, la mujer alta y delgada que me hablaba.

«Piensa Carlos, es sólo tú imaginación -me reproché-. Lo que importa es sheld»

El chico-gato se acercó para cargarme en sus brazos. Yo me aferré a su cuello como si de ello dependiera mi cordura.

-Ven, vamos a casa -me dijo serenando mi mundo.

Me sentía un niño pequeño en sus brazos, que debía ser protegido y cuidado en cada momento. Eso me había vuelto con él. Niñera y niño, ¡que irónico! Aún sin mi madre sobre protectora tenía que haber gente que me estuviera cuidando y protegiendo todo el tiempo. Debía madurar, ese sería mi siguiente propósito.

Me llevó todo el camino de regreso a la academia en sus brazos. No había notado lo fuerte que era, a pesar de no tener músculos marcados.

No me bajó al suelo hasta llegar a mi cama, ni siquiera para abrir las puertas de la academia. Si hubiera estado totalmente cuerdo me habría resultado cómico el verle tratar de abrir las cerraduras haciendo malabares para no dejarme caer, algo muy considerado.

Me depósito sobre las sabanas que sentí tan frías, que contraste con su calor. Aún no quería que esa magia se acabara; necesitaba más.

-Buenas noches, mi cachorrito -dijo para despedirse y me dio un beso en la frente. Para nada era suficiente. Quería más.

Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora