El baile - tarde

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"El baile de la liberación de la magia - parte 2"


—¡Corre Sheld o llegaremos tarde! —apresuré al chico que luchaba por no quedarse dormido mientras abotonaba su camisa.

Yo por mi parte trataba de acomodar mi cabello de una forma decente frente al espejo pero aún seguía pareciendo como si cientos de escobas voladoras hubieran hecho una carrera en mi cabeza. Las ojeras tampoco ayudaban mucho ¿Por que rayos tenía ojeras si incluso habíamos dormido más de la cuenta?

—¿Por que necesitamos despertar tan temprano? ¡Es sábado y el baile es hasta la noche! —se quejó Sheld con un puchero en el rostro adormilado.

—No discutas. Le prometimos a Mal ayudarle con los preparativos para el baile.

—Yo no he prometido nada...

—Pero yo si, y si quieres ser un buen novio me acompañaras ¿cierto? —recriminé como última opción.

Volteo a verme serio y quedó meditándolo unos segundos en los que creí que me diría algo o reclamaría aún más. Suspiró y asintió levemente con la cabeza volviendo a su labor con los botones de la camisa.

—Si nos desocupamos temprano te prometo que puedes volver a dormirte el tiempo que quieras —juré.

—Ok —asintió por fin sin tanta mala gana— ¿Qué necesita Mal que hagamos?

—No lo sé, nos lo dirá cuando la veamos... así que alistate pronto —apresuré una última vez.

Finalmente, había encontrado un modo en el que mi cabello lucía decente. Me aparté del espejo y me dirigí hacia Sheld. Aún no termina siquiera de abrocharse todos los botones de la camisa ¿que tanto le costaba?.

—Ven, te ayudo —dije acercándome a el cuello de su camisa y enderezando los dobleces. Por último cerré los dos botones faltantes dejando uno sin abotonar. Sonreí.

Sus labios rápidamente se posaron sobre los míos en un fugaz beso robado que me dió. Cielos, adoraba que hiciera eso. Estaba sonrojado, lo sentía en el calor de mi rostro pero no me importaba si la razón de ese sonrojo era siempre él, solo él.

Sus manos capturaron mi cintura y adjuntaron nuestros cuerpo un poco más del debido. Sheld me miraba a los ojos y yo de  vez en cuando hacía lo mismo.

—Sheld, se nos hace tarde. No quiero que Mal nos mate...

—Shh... —me acalló suavemente para después hacerlo uniendo nuestras bocas. Era un lento vaivén sobre mis labios que no necesitaba fuerza para ser intenso ni durar milenios para ser inolvidable—. Quiero estar así solo un momento. Sólo uno y ya... —susurró lo último a mi oído.

...

Definitivamente Mal se había molestado por llegar tan tarde a ayudar, y se había vengado dándonos la peor de las tareas.

Puedo jurar que algún hueso de mi espalda hizo "crack" por estar arrastrando esas cubetas con hielos desde la cocina de la Academia hasta el salón de baile.

Tuvimos que arrastrar seis cubetas enormes con hielos dentro por casi todos los pasillos de la Academia. Lo peor fue subir los escalones a la entrada del congelador de la cocina, esas cosas pesaban demasiado, para después arrastrarlas por todos los pasillos intentando no quebrarme más huesos de los que ya tenía.

—No sabes cuánto te detesto por esto Mal —maldije al aire.

Finalmente, cuando vi los seis baldes en el gran salón pude jurar que no había nada más satisfactorio que eso.

—Listo —informé a Mal quien llevaba una papeleta con todos los pendientes para la fiesta, y tachó en ella los hielos. Sonrió al ver que casi cumplíamos con todos los  preparativos necesarios.

—Genial, solo falta... —revisó de nuevo la lista en sus manos— Los ingredientes para las pócimas y que llegue la música.

—¿Pócimas? —repitió un poco insegura Evie.

—¡Será el espectáculo! —gritó la, de nuevo, emocionada Mal—. Ya que el motivo del baile es la incorporación de clases de magia, lo más lógico es hacer una demostración...

—¿Y eso es... Seguro? —preguntó Jay.

—Por supuesto que si —contestó incrédula ante su desconfianza de su dominio de la magia—. Soy casi una experta —se vanaglorió.

—¿Casi?

—Bien, aún me falta aprender ciertas cosas pero nada que no se arregle con práctica —confesó la joven hechicera—. Vengan, les mostraré.

Se acercó a una gran mesa con cajas encima y de ellas sacó unos cuantos frascos de vidrio. Tronó los huesos de sus manos como si estuviera calentando y comenzó a mezclar los distintos contenidos de los frascos.

Ninguno de nosotros se atrevió a acercarse más a los desconocidos líquidos con temor de que la sala entera pudiera prenderse en llamas.

—Realmente no es necesario, te creemos que puedes hacerlo —excusó Evie con cierto recelo de las habilidades de Mal.

Las sustancias se mezclaban y sus colores cambiaban de azul a verde, de verde a púrpura, de púrpura a rojo. Con cada nuevo movimiento, los frascos expedían vapores y sus contenidos burbujeaban.

Finalmente, Mal tomó el frasco que ahora contenía, lo que esperábamos, una pócima funcional. Levantó el brebaje victoriosa.

—Ok... Y eso... ¿Para que funciona? —preguntó escéptico Jay.

Sin más, Mal quitó el corcho del frasco y no dudó en tomar de el. Fue atemorizante sabiendo que con cualquier error esa podía ser la última cosa que hiciera en su vida.

Una vez vaciado el frasco, lo dejó sobre la mesa y nos dedicó una sonrisa para tranquilizarnos.

—Entonces... —cuestionó nuevamente con una ceja alzada.

No podía creer como poco a poco la complacida chica de cabellos morados que teníamos enfrente se iba difuminando y desaparecía de nuestra vista.

—Impresionante ¿no lo creen? —dijo la, ahora invisible, Mal.

—¡Si que lo es! —festejó Evie. Se notaba lo orgullosa que estaba por su amiga.

¡Vaya, incluso yo estoy sorprendido!

—Es increíble, Mal —le felicité.

—Pff, no lo creo —menospreció mi querido chico-gato con los brazos cruzados—. Yo puedo hacer eso también... Y sin necesidad de tomar cosas raras.

Rodé los ojos. Mi novio era increíble. ¿Podía arruinar más el momento? No lo creo, sin embargo eso era lo que lo hacía especial. Su carácter egolatra era lo que me conquistó.

—Eres un tonto. —Lo abracé sin pensarlo.

El gran reloj del vestíbulo resonó por toda la escuela indicando que ya eran las 6:00 de la tarde y lentamente la figura de Mal se volvía visible nuevamente.

—Todo está listo ya, así que deben ir a arreglarse para la fiesta en estos momentos —nos indicó la anfitriona.

—¿Segura que no necesitas más ayuda?

—Totalmente, ya han ayudado mucho y necesitamos vernos bien para esta noche así que vayan —Agitaba sus manos frenéticamente para que nos fuéramos cada quien a prepararse para el baile.

Hoy debía ser una gran noche. Se lo debía a Sheld. Incluso le había prometido que bailariamos juntos hasta que los pies nos dolieran. Estaba emocionado pero no tanto como él. Extrañamente le hacía mucha ilusión el "ir a un baile y pasarla con su enamorado"; aunque lo negara, por dentro era muy cursi.

Si es algo tan especial para Sheld, lo es también para mi y me encargaría de que esa noche fuera perfecta para los dos...

Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora