Jay

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¿Acaso había escuchado bien? La voz que me hablaba por el teléfono era idéntica a la voz de Mal pero su actitud, la forma en que hablaba no parecía ella.

Tardé en reaccionar, dejé el teléfono sobre el escritorio con el altavoz puesto y me senté en la cama. Crucé mis brazos inseguro de si quería hablar o no.

-¿Por qué tendría que escucharlos? -reclamé indignado.

-Simple -dijo ella-. Porque quieres respuestas.

Odiaba que fuera tan astuta. Sentía tanta curiosidad como enojo y quería sanar al menos una herida antes de abrir muchas mas estrellando mi puño contra la pared.

Desde que descubrí todo el engaño mi mente se dividió en dos. Era difícil y complicado lidiar con dos ideas, como dos duendecillos Tratándome de convencer cada uno de su historia; por una parte quería odiar a todo mundo, sentía desprecio por todos los que me habían encerrado y fantaseaba con aplastar sus cabezas. Por otro lado me quería convencer de que todo tenía una razón, de que no me encerraron por gusto pero como siempre, la verdad no puede mas que ocultarse bajo los hechos y, a como iban las cosas, no lucía como un acto de aprecio por mi.

-¡Carlos! -la voz de la joven bruja me trajo de nuevo a la realidad.

-¡Ah! ¡Si! -solo atiné a decir.

-Bien, entonces Jay irá a visitarte. Intenta no matarlo. -Mal se escuchó seria al pronunciar lo ultimo, no parecía que lo dijera de broma. ¿Acaso ocurrió algo así antes?

Yo nunca fui asesino. Me costaba dañar siquiera a algún animal indefenso. Mi debilidad me había costado varias burlas en mi infancia cuando el pasatiempo de los demás niños eran las resorteras para matar lagartijas.

Alguien tocó la puerta. Dudé por un momento si abrir o no. No me sentía seguro de ver cara a cara a alguien que me había traicionado, no sabía como reaccionaría el o incluso no sabía como podría reaccionar yo.

Me acerque y puse la mano sobre la perilla; se sentía tan fría que me causó un escalofrío.

¿Por qué me costaba tanto abrir una simple puerta? ¿Qué podría suceder? ¿Acaso estaba listo para confrontar la verdad?

Respiré hondo y giré lentamente la perilla. La puerta se abrió con un sonido chirreante que no hizo mas que acrecentar mi inseguridad. Me sentía tan desesperado solo por ver a una persona, esa persona que me traicionó.

-Eh, hola Carlitos -me saludó el chico musculoso que por primera vez desde que lo conocía lucía angustiado.

No le respondí. Mi mente quería decir tanto pero mi boca se negaba. Solo me quedé en silencio, mirándolo.

-Esto es un poco dificil pero... -Suspiró con temor-. Pero Mal lo creyó mejor... ¿Puedo pasar?

Me moví hacia un lado para dejar entrar a Jay al dormitorio. Aun no podía esbozar palabra alguna. Todas las preguntas que alguna vez me abrumaron la cabeza ahora se habían desvanecido y no quedaba mas que un recuerdo del dolor.

El chico se sentó en su cama -O la que le correspondería si todo no fuera falso-. Hizo una seña para que me sentara junto a él.

Me acerqué al tipo pero preferí mantener la distancia y me acomode sobre mi cama abrazando mis piernas contra mi pecho. Sumiendo mi cara en mis rodillas y sintiéndome nada por dentro.

-¿No vas a hablarme? Bien, es mas fácil así. ¿Por donde comenzar?... Veamos... Mmm... Sabes que somos tus amigos y que nunca te haríamos daño ¿verdad? -El chico me miraba esperando que le respondiera. A estas alturas no sabría qué responder-. ¿Recuerdas aquel día en la isla cuando...?

-¿Por qué? -lo interrumpí.

-¿Disculpa?

-¿Por qué? -repetí-. ¿Por qué encerrarme aquí, en medio de una farsa, una ilusión que sólo me ocultaba que me engañaban y me usaban como una marioneta más de su show? Eh, ¿Por qué?

Había estallado de repente. Sentía como si una gran carga se desvaneciera de encima de mis hombros pero dejara un gran hueco dentro de mi.

Solo quedaba esperar por una respuesta, una respuesta que podría enfurecerme, deprimirme o solamente confundirme mas pero sabía que no me gustaría.

El silencio me abrumaba pero era mas tranquilizante que gritarle a Jay.

-Pues, no lo sé.

-¿Cómo que no?

-No tengo idea de por qué te mentimos pero sé por que te mantuvimos aquí dentro, y aunque no me creas no fue porque te odiamos ni queríamos deshacernos de ti.

»Te mantuvimos aquí adentro para protegerte...

-¿Protegerme? ¿Protegerme de qué exactamente?

-De ti.

-¿De mi? -repetí sorprendido.

-¿Te has mirado al espejo últimamente? -me preguntó Jay.

Recordé un poco, no me había visto desde ya mucho tiempo. Me paré para ir frente al espejo y observar por mi mismo mi aspecto.

-¿D-donde está el espejo? -pregunté desconcertado ante la ausencia de éste.

-Exactamente. ¿Has visto tus manos?

Comenzaba a preocuparme. Miré rápidamente mis manos por todos los ángulos posibles. Tenía marcas, cicatrices que no recordaba haberme hecho.

-¿Qué...? -exclamé.

-Hace una semana, en el ultimo episodio, Rompiste todo lo rompible en tu habitación. Hubieras visto la cara de Mal cuando vio toda su "obra de arte" destruida, pagaría por verla así de nuevo -dijo divertido por el recuerdo.

-Debo reconocer -continuó-, eres de las pocas personas que han hecho enojar tanto a la gran y malévola hija de Maléfica y que ha seguido con vida...

-¿A que te refieres con "el ultimo episodio"?

-A tu ultima crisis de maldad.

-No comprendo.

-Nunca lo has hecho, Carlitos -suspiró divertido-. Las crisis de maldad las llamo así porque entras en crisis y liberas tu maldad ¿Comprendes? -Negué con la cabeza-. Sucedieron con frecuencia días después de tu ataque de miedo en el bosque.

Me indigne por su burla, no había sido miedo, era doloroso y no comprendería nunca cuanto. Él notó mi disgusto por lo que se excusó con un: "Así lo describe Mal".

-Poco a poco se intensificaron, y por suerte también disminuyeron de frecuencia...

-No... No logro comprender...

-Viejo, ¡Te volviste loco!

Era una gran explicación sin fondo pero no sabía si creerle. Quería creer que fuese cierto y que todo lo ocasionara alguien mas pero no podía abandonar la idea de su traición...

Un chillido me distrajo de mis pensamientos y mando a mi mirada a centrarse en el chico que trataba de cesar el sonido proveniente de su reloj sin lograr que se detuviera.

-Lo siento -se excusó-. Esta cosas es nueva... Y molesta -Vaya que lo era-. Bien, hora de irme. Tengo entrenamiento y no puedo llegar tarde. ¿Puedes creer que por llegar unas cuantas veces tarde el entrenador me obliga a usar esto? -me preguntó señalando su reloj.

-Oye, espera aun no...

-Disculpame Carlitos pero no quiero arriesgarme a que el entrenador me ponga una correa para arrastrarme hasta el campo -dijo antes de desaparecer por la puerta.

Corrí tras él para intentar aclarar algunos puntos de su reciente y confusa charla pero no se detendría ya.

-Descuida -añadió a lo lejos-. Evie vendrá mañana... ¡Tratala bien! Sólo quiere ayudarte...

Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora