Perdido

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La rabia de sentir que algo que te importa se te va de las manos y que sientes que es tu culpa aunque en realidad no lo sea me recorría por dentro mientras corría escaleras abajo, persiguiendo a Sheld y gritándole que se detuviera.

Pero él no me escuchaba. Corría resbalándose ocasionalmente y golpeándose contra los muros, aunque sin reducir su velocidad.

Los gatos eran veloces; yo no tanto.

Sheld se escapó de mi cuando le perdí de vista al salir por las puertas giratorias a la entrada del gran recibidor del hotel.

Afuera estaba oscuro. Las calles empedradas y las casas de madera solo eran iluminadas por las grandes farolas de aceite que hacían resplandecer todo en un color fogoso anaranjado.

Sheld se desapareció en la noche y no pude hacer otra cosa mas que buscarle entre las calles con la espera de que quisiera verme.

Porque entendía sus sentimientos y, aunque no fuera mi culpa, aunque yo no hubiera querido besar a Adam, él me había visto.

Nos había visto.

Mis labios estuvieron implicados y para que haya un beso debe haber dos personas.

Quizas le di falsas esperanzas a Adam y no me di cuenta de ello. Quizás debí prestar mas atención. Quizás Sheld estuviera molesto y esto fue la gota que derramó el vaso...

Porque no he sido buena persona, ni el mejor novio. Nunca seré lo suficientemente bueno para Sheld, al parecer.

Quizás me merezco este mal fin...

Pasaron horas en las que gritaba su nombre por todo el reino, pero era inútil. Si sheld no quería verme simplemente nunca lo encontraría.

Volví a la academia, sintiéndome un asco.

Tomé una ducha para relajarme y poder dormir aunque sea un poco antes de que saliera el sol, pero fue un total fracaso. Me revolvía en mi cama que se sentía vacía.

Solo unas horas habían pasado de que todo sucediera, pero ¡Diablos, se sentía como si fueran años!

Su mirada, la mirada que puso cuando nos vio, se veía tan llena de ira, de dolor, de amor, pero lo peor de todo era la decepción que sus pupilas mostraban.

Estaba decepcionado de mi.

Desearía que nunca me hubiera enseñado a leer las miradas como él siempre hacía conmigo, así no podría saber todo lo que sus ojos transmitían en ese momento.

Y la mirada se grabó en mi cerebro. Su dolor era mi dolor, porque lo quiero y no quiero hacerle daño.

Pero lo he hecho...

...y me siento lo peor del mundo.

Un sonido me despertó. Me había quedado dormido. Sentía el rostro cubierto por una capa de, lo que supuse, serían lagrimas secas.

Miré hacia mi izquierda, como acostumbraba hacer cada mañana.

No había sido una pesadilla. Sheld no estaba.

Me incorporé sobre la cama. Sentía mi cuerpo pesado y dolido por dormir mal y no lo suficiente, pero poco me importaba en ese momento.

-¿Piensas levantarte en algún momento? -me habló Jay mientras se arreglaba el cabello frente al espejo.

Ni siquiera recuerdo si estaba ahí cuando entré en la habitación, aunque lo mas seguro es que estuviera durmiendo cuando llegué por la madrugada.

-Tenemos clase -habló nuevamente Jay.

Volteó a mirarme. Esperaba que me levantara y me apresurara a arreglarme para llegar a tiempo.

-Sheld se fue -le dije intentando convencerme que lo que decía mi propia boca era una mentira, pero sabía que era cierto. No puedo engañarme a mi mismo. Siento su ausencia, aunque sea redundante, es algo que se nota.

-¿A dónde fue? -preguntó Jay confundido.

Tenía los ojos hinchados, la cara pálida y un gesto de sufrido, probablemente eso fue lo que lo alertó y se acercó dándole mayor atención a lo que decía.

-No lo sé -Mi voz se quebraba-. Solo se fue.

Golpeé mi nuca contra la cabecera. Era poco comparado con lo que merecía.

-Pero ¿por qué? Estaban muy felices ayer durante el almuerzo -cuestionó Jay.

-El príncipe que está de visita me besó -confesé sintiendo lo amargo del caso en mi boca-. No supe que hacer, yo... quise alejarlo, pero cuando lo hice... ya era tarde, Sheld nos vio y salió corriendo.

Nuevas lagrimas se asomaron por la esquina de mis ojos.

Jay lucía realmente preocupado, quizás nunca me había visto tan mal.

-Pero tu no hiciste nada. No es tu culpa que el príncipe ese te haya besado -me defendió Jay aunque no tenía por qué.

Tal vez era cierto, yo no tenía la culpa, pero yo no lo creía.

-No lo merezco -dije-. No merezco ser su novio.

Me derrumbé sobre la cama. Sollozando cual niño tonto que era.

-Calma. Llamaré a Evie, no te alteres Carlos.

...

-Y... ¿Qué piensas hacer? -me dijo Evie mientras me abrazaba a la orilla de mi cama.

Después de mucho rato, ella y Jay lograron tranquilizarme y lograr recuperar un poco de cordura.

-¿Piensas perderlo así simplemente? -me preguntó la peliazul. Negué con la cabeza. No quería eso, lo necesitaba y no quería hacerme a la idea de perderlo-. ¿O piensas aclarar las cosas?

Evie esperaba un asentimiento, que dudé en darle.

¿Sería posible aclarar todo?

¿Sería que el malinterpretó algo tan simple?

O ¿acaso yo... habré malinterpretado tantas cosas y que hablar con el solo me haría darme cuenta de que tan torpe fui?

¿Me seguiría queriendo? ¿A pesar de darle ese dolor, capaz de crear esa mirada sufrida?

-Escuchame Carlos -habló Evie en tono firme-. Vas a buscar a Sheld, le dirás lo que pasó, que lo amas y que lo sientes. Serás sincero y lo recuperarás ¿Entendido?

-S-si

-¿Cómo planeas que lo encuentre? -cuestionó Jay-. Es un gato mágico, puede esconderse donde sea.

Tenía razón, yo nunca lo encontraría. Posiblemente ya estuviera lejos de Auradon. Posiblemente nunca lo volvería a ver.

Y dolía el pensar en la posibilidad.

Evie lo meditó un poco. Era la mente detrás del plan así que tenía que encontrar una solución si o si. Pareció recordar algo y chasqueó lo dedos al instante.

-¡Lo tengo! -festejó-. Jay, trae a Mal.

Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora