Amor tangible

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Las clases eran aburridas, al menos para mi y la mitad del salón. Casi en todas las materias los estudiantes eran un desastre y no prestaban atención. No me excluyo de eso, claro está.

La mayoría platicaban entre sí o mandaban "discretamente" mensajes de texto. Yo me remitía a mirar por la ventana que tenía a un lado de mi asiento, casi siempre en la esquina de atrás del aula.

Con las clases de Culturas extranjeras no sucedía eso, para nada. La maestra Roussemeirg era la más estricta de toda la academia y siempre en su clase luchaba por no dormirme.

-¡Señor deVil! -me llamó sacándome del mar de mis pensamientos-. ¿Puede decirnos el nombre de alguno de los tres rituales de las ninfas en vísperas de otoño?

Estaba muerto. Realmente no prestaba nada de atención a estas clases, y dudo que alguien lo haga. No lograba ni comprender lo que me preguntaba.

Volteé hacia mi cuaderno completamente vacío. Me incomodaba el que todos me estuvieran mirando esperando una respuesta.

Sentí un cosquilleo en mi oreja acompañado de un susurro que decía: "El ceremonia de la cosecha".

Fue raro pero definitivamente sabía que había sido -o quien-.

-La ceremonia de la cosecha -repetí sin dudar.

La señora Roussemeirg se sorprendió de mi respuesta. Incluso yo me sorprendí por responder algo... con ayuda pero respondí.

-¡Correcto! -La señora miró su reloj e hizo un gesto de desagrado-. Pueden salir todos -agregó.

Todos salimos rápidamente del aula. Afuera, recargado en los casilleros de enfrente, estaba esperando mi chico-gato como siempre.

-Hola -me sonrió y tomó mis cosas para cargarlas él.

-Alguien fue muy bueno conmigo y me sopló unas respuestas, lástima que no sé quién es para agradecerle ¿Tu lo conoces acaso? -bromeé.

-No, no sé de quién hablas -mintió dejando ver ese brillo en sus ojos que me hipnotizaba.

Me acerqué a él y le di un beso rápido en la mejilla.

-Gracias.

Su suave piel tomó un ligero color rojizo. Era aún más lindo cuando se sonrojaba, adoraba hacerlo.

-¿Cual es tu siguiente clase? -preguntó.

-Mmm... ¡Ninguna! -recordé alegre-. Las clases de física se suspendieron para que remodelaran los laboratorios.

-Bien, y entonces ¿A donde vamos, amor?

Me distraje. Sucedía siempre que me llamaba así. Me volvía un niño de nuevo embobado con su sonrisa hermosa.

-¿Carlos?

-Ah, si. Vamos a... Vamos a mi habitación -pensé.

Comenzamos a caminar hacia ella. Al llegar abrí la puerta y dejé pasar primero a mi novio. Sheld dejó mis cosas sobre el escritorio y se acostó en mi cama.

Abrí las ventanas dejando entrar la luz y el aire fresco. Miré un poco por la ventana. Todo lucía perfecto, como contaban los mayores que habían sido sus vidas antes; llenas de vida, de colores, de amor... Definitivamente el culpable era Sheld. Soy más feliz desde que lo tengo en mi vida y no hay palabras para explicárselo. Pero espero que lo sepa.

Sentí la cercanía de otro cuerpo y como sus brazos rodeaban mi cintura. Recargó su cabeza en mi hombro y ambos quedamos viendo los jardines de la academia.

Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora