De nuevo él, de nuevo ella

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—¡Carlos!...¡Jay!...¡Abran ya! —gritaba Evie desde el otro lado de la puerta de la habitación y la golpeaba incesante. 

Sus gritos lograron despertarme, como ella quería pero no lo suficientemente rápido o al nivel que esperaba. Estaba medio consciente sobre lo que ocurría pero no podía razonar nada. Mi cuerpo seguía dormitando y mi cerebro apenas procesaba algo a mi parte consiente. 

En mis ojos solo percibía imágenes difusas de sombras borrosas que no tenían la mayor relevancia para mi. Eran solo borrones, pero pude ver que uno de esos se movía.

Era Jay, había despertado más completo que yo, y pudo pararse y abrirle la puerta a Evie. En mi periferia nada clara solo se veía una mancha azul que se quejaba con la otra mancha. No comprendí lo que le dijo pero si logré entender lo que me dijo a mí.

—¿Qué diablos ha pasado aquí? —dijo con asombro observando el desastre que decoraba la alcoba y del cual Jay aún no era consciente.

La chica se acercó a mi cuerpo tirado en el suelo y me sacudió tomándome de los hombros y agitándome. Le contesté con gruñidos y quejidos. 

Tomé aire en un bostezo ahogado y tallé mis ojos con el costado de mi indice y mi pulgar izquierdo. Separé mi espalda de las puertas del armario e intenté ubicarme en el espacio. Me dolía todo el cuerpo, había recuperado mi noción sobre el pero hubiese preferido no saber en que condiciones tan malas se encontraba. Me llevé una mano a la nuca, tenía el cuello entumecido.

—¡Carlos! ¿Sabes qué hora es? —preguntó animada.

—Es hora de dormir —le reclamé a Evie.

—No, ¡Es tiempo de que vuelvas afuera!

Gruñí. Tomé una camisa que estaba a un lado mio y me cubrí con ella a modo de cobija. No quería salir aún.

Evie me jalaba del brazo para intentar levantarme del suelo. No  le costó mucho trabajo, ella era muy fuerte; o quizá yo muy liviano. 

—Ñññ —me quejaba en sus brazos mientras me sostenía contra su cuerpo para que no me desplomara al suelo. Me llevó a rastras hasta la bañera y me soltó dentro de ella.

—Vamos. Tienes que ducharte antes de las clases.

—No quiero —renegaba medio dormido, estrellado con la pared del baño. Sentía las baldosas heladas contra mi rostro pero no me importaba mientras pudiera descansar un poco más.

Evie abrió el agua: —No me importa que no quieras, te bañaras incluso aunque traigas la ropa puesta, flojo —dijo.

Sentí el chorro de agua fría y me desperté. Di un salto y salí empapado de la ducha. Apenas me había mojado pero mi ropa escurría gotas de agua y yo temblaba de frío.

—¡¿Qué rayos te pasa?! —le reclamé. Ella solo rió—. ¡Sal de aquí!

La saqué del baño y me duché por mi cuenta, con agua caliente obviamente. Jay entró después de mi a la ducha y yo busqué entre los montones de ropas algo que ponerme. Elegí lo mejor que pude hallar y salí de la habitación.

Afuera Evie me esperaba mirando su teléfono. Lo guardó al verme y entrelazó nuestros brazos para llevarme por el pasillo hacia mi clase.

Después de eso solo fueron horas de aburridas lecciones y pesados maestros y niños divos que aún no lograban meterse en la cabeza que no eran lo mejor del mundo.

Así pasaron los días, los momentos buenos solo eran pocos y los pasaba con Evie o Jay. Mal no daba señales de vida por ninguna parte. No fue hasta una semana después de retomar las clases que la volví a ver. Charlaba con Ben. Parecían muy serenos y felices. Los miré solo al pasar pero me detuve un segundo más, lo suficiente para que Ben notara mi mirada y volteara a verme. Me sonrió y no supe qué hacer, solo me fui.

Me sentí raro después de eso, por suerte no volví a encontrarme con ninguno ese día.

Seguía atontado pensando en su mirada, en sus ojos que destellaban para mi y su sonrisa perfecta que lograba desconcentrarme tan fácil. Inmerso en mis pensamientos me seguí de largo por el pasillo hasta chocar contra alguien.

Algunos libros que traía en las manos cayeron al suelo y los apuntes de la otra persona también volaron lentamente en el aire. Me giré torpemente e intenté insultar al tipo que me había chocado pero mi boca se quedó muda al ver que era Raina.

Hacía ya mucho tiempo en que no me preocupaba en pensar en ella, había sido un problema del pasado y no necesitaba rememorar mas acertijos de sentimientos. Por una extraña razón, ahora quería disculparme. Me sentía apenado no sé porqué.

Ella no dijo nada tampoco. Cruzamos miradas unos instantes y sentí un escalofrío recorrer  todo mi cuerpo en un instante. Ella tartamudeó un poco pero no dijo nada, solo balbuceos.

La observé detenidamente, sin dejarme de sorprender. Había cambiado demasiado en el tiempo de no verla. Sus ojos verdes brillaban más; su cabello, su largo y hermoso cabello rubio ahora era mas cobrizo y rizado, era la primera vez que la veía sin una trenza o sin flores en el cabello. 

Para mi sorpresa, tenía pecas. No demasiadas pero si las suficientes para darle a su rostro un poco mas de juventud y rebeldía. No creía que las hubiese querido ocultar, eran muy lindas.

Sonreí inconscientemente; ella se sonrojó, apartó la vista avergonzada y se apresuró a juntar sus cosas e irse.

Era raro. Habían sucedido dos conversaciones incómodas solo con la mirada y ambas se sintieron tan extrañamente agradables e inexplicables. 

Junté también mis cosas y me dirigí a mi habitación. No quería asistir a la ultima clase del día, preferí quedarme en cama haciendo bocetos en mi libreta.

Dibujaba un pequeño conejo con ojos grandes y orejas extrañas cuando tocaron la puerta. Dejé la libreta a un lado y me levanté para abrir.

Abrí la puerta y vi a Ben. Me pasmé.

—Hola —me dijo con su sonrisa de miel.

No contesté nada. Intenté cerrar la puerta pero el la detuvo antes de lograrlo. No quería hablar con él, no podía hablar con él. Era una condición y no tenía posición de romper ni las mas pequeña de ellas. Además, tenía miedo sobre si sabría algo del collar, lo había buscado por todas partes pero nunca lo encontré. Quizá el lo tenía y con suerte no me culparía, eso esperaba.

 —Espera, necesito hablar contigo —dijo entre la puerta.

Lo dejé pasar y se sentó al borde de la cama de Jay. Lo miraba desconfiado, no quería arruinar nada pero con él enfrente ni yo mismo sabía lo que hacía.

—He querido hablar contigo desde hacía semanas, Carlos —reclamó—. ¿Por qué huyes de mi?

Me quedé callado.

—Sobre lo que pasó aquella noche... —siguió—. Aún lo recuerdo y sonrío. Pero entiendo que todo lo que sucedió solo fue un error, y solo quiero disculparme por besarte, Carlos. No quiero que pienses que soy un maniático pero yo solo... argh... 

Dejó de hablar esperando una respuesta pero no se me ocurrió nada que decirle. No podía siquiera mirarlo.

Pasamos un rato en silencio incómodo hasta que decidió irse. Se levantó de la cama y se dirigió hacia la puerta. Quería detenerlo pero no supe cómo. Me levanté también y lo tomé del antebrazo para pararlo.

Quizás tiré muy fuerte de él que volteó al tirar de él y se enredó con su piernas cayendo sobre de mi en la cama.

Su cuerpo quedó sobre el mio y su boca quedó tan cerca de la mía que casi podía saboreala nuevamente. 

No pude evitar sentir todo eso de nuevo y besarlo una vez más.




Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora