63 - Cuidados especiales

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Estaba por perder la cabeza. Los brazos me hormigueaban por el esfuerzo constante de permanecer a flote. Las sirenas comenzaban a arremolinarse a mi alrededor, estaban esperando a que cediera al cansancio y me llevaran al fondo del mar...

Pero no las dejaría.

Sentí un escalofrío y todo comenzó a verse borroso. Ya nada era claro, el mundo perdía su estabilidad natural.

Sentí que alguien me tomaba de la cintura, era la sensación de un brazo humano tomandote, protegiéndote. Entonces me jaló dentro del agua.

El mar ahogo mis gritos y solo podía ver la luz de la superficie alejándose poco a poco de mi, sin fuerzas para luchar, sin ánimos para luchar.

Solo cerré mis ojos por última vez.

...

Aire.

Sentí mucho aire, rellenando mis pulmones con oxígeno. Mi cuerpo tembló ante el frío.

¿Estaba muerto o la pesadilla continuaba?

La garganta me ardía, tenía la boca seca y los músculos adoloridos. Tosí sacando el agua de mi sistema.

Estaba tirado en la arena, los granitos se pegaban a todo mi ser. Era una sensación cálida, poco a poco más agradable.

Estaba vivo.

-Carlos. Carlos. ¿Me escuchas? -dijo alguien. Abrí los ojos. Había mucha luz, luz solar, solo veía unas siluetas difusas que me rodeaban. Intenté acostumbrar mi vista al brillo.

-Te llevaremos a casa. Descansa -dijo nuevamente la voz.

Al momento, unas manos me alzaron del suelo devolviendome el mareo. Me tomaron por los muslos y me alzaron para cargarme. Yo me aferré a mi cargador con las pocas fuerzas que me quedaban, me acomodé un poco, se sentía cómodo: era como revivir.

Sin darme cuenta me dormí en sus brazos.

Desperté lentamente. El cuerpo me pesaba y no tenía fuerzas siquiera para moverme. Todo me dolía, en especial el pecho, pero extrañamente estaba recostado en un lugar muy cómodo.

Poco a poco fui recuperando la conciencia. No estaba en el bosque, sino en una habitación, pero no era la mía. Tampoco era la enfermería ni ninguna sala en la que hubiera estado antes.

Todo era lujos y ostensosamente grande. La cama era especialmente grande también, podrían caber diez personas en ella y dormir cómodamente. Tiene sábanas de seda y las almohadas son muy cómodas. Si no estuviera realmente desconcertado disfrutaría mucho de la comodidad.

¿Acaso estoy en el cielo?

Si es así ¿Por qué me duele tanto el cuerpo?

La habitación es muy grande y está bien iluminada por un vitral que ocupaba todo un muro. La luz que entra ilumina todo con un brillo dorado. Parece como si estuviera en un castillo de oro.

Lo lujoso me sorprende. Nunca había estado en un lugar tan increíble, tan brillante...

Un sonido me distrajo de mi ensoñación. Las puertas a mi derecha se abrieron con majestuosidad y pesantes. Seguramente pesan una tonelada.

El deslizar lento y coloso de la puerta dorada hizo eco en el silencio de la habitación.

Entonces entró. Era él, estaba seguro. Ben.

Llevaba una bandeja de plata en las manos y su sonrisa radiante en el rostro.

-¡Buenos días dormilón! -me saludo con una calma pero alegre energía. Eso se ponía cada vez más extraño.

Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora