Un beso lo arruina todo

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Lo besé, tan intensamente como había querido hacerlo desde aquella noche. Lo besé como lo soñaba todo el tiempo sin querer.

A cada rato me descubría pensando en él. No pensaba en otra cosa mas que en sus labios con sabor a miel y sus manos rodeándome, haciéndome sentir protegido por él. No quería ir a ningún otro lugar, solo quería quedarme con mi príncipe.

Pero volví a la realidad, lo estaba besando aunque él no me correspondía. Solo yo disfrutaba de su boca. Me aparté, Ben nunca lo intentó pero sabía que no sentía lo mismo con el contacto de nuestros labios.

-No -susurró melancólico cuando sus labios quedaron libres.

Lo empujé y lo separé de mi. Él seguía pasmado. Se levantó de encima de mi y me dejó tirado en la cama con un gran sentimiento de culpa que crecía en mi interior.

No entendía por qué ahora sus besos me sabían amargos. Sentí su mirada sobre mi, replicándome y culpándome una y otra vez al tiempo que los recuerdos dulces de su boca se desvanecían entre la vergüenza.

¿Es él o soy yo? ¿Por qué sus besos ya no eran igual? ¿Habrá dejado atrás todo lo que sintió alguna vez por mi?

-¿Ya no me quieres? -dije débil, indefenso e iluso pero Ben logró escucharme.

Me sentía destruido. Mis ojos comenzaron a humedecerse y los cerré fuertemente. No quería llorar, no debía llorar.

Todo empeoró cuando a mis oídos llegó el rumor de una puerta cerrándose. No podía haberse ido ¿o si? Abrí los ojos soltando lágrimas depresivas solo para comprobar que de nuevo estaba solo. Volvía a estar solo como antes de conocerlo.

Comencé a llorar en mi habitación. Soltaba lágrimas y sollozos como un loco. No me importaba nada mas que mi tristeza. El mundo de afuera hacía mucho que lo había olvidado, ya no me importaba. Creía que solo existía mi mundo de adentro pero ahora también se había ido con él. No me quedaba nada.

Lloré hasta que mis ojos se secaron, hasta que mis pulmones dolieron y mi cuerpo olvidara sus manos. Lloré hasta quedarme dormido.

Una voz risueña me despertó. Estaba seguro que conocía al dueño de esa voz. Me despabilé para ver quien era. Mis ojos ardían y mis mejillas se sentían tiesas. Abrí los ojos, la luz del sol ya no era problema, había dormido hasta el anochecer.

Di un vistazo a mi alrededor, no había nada fuera de lo normal. Volteé a la izquierda, ahí estaba Jay que roncaba como dragón.

«Él no pudo haber dicho nada» pensé «Está dormido. Carlos, debes de estar volviéndote loco» me dije en mi mente.

Un crujido resonó en la oscuridad de la habitación. Miré para todos lados. Comenzaba a preocuparme.

-¿Quién es él? -dijo una voz proveniente de donde estaba Jay pero que no era suya.

Retorné la vista al cuerpo dormido de Jay y sobre él pude observar una sonrisa volante, de dientes afilados que resaltaban hasta en la más negra noche, pegada a un rostro de rasgos finos con cabello alborotado del que sobresalían dos orejas peludas de gato.

Pegué un grito al descubrir a Sheld en la habitación. Jay se levantó al oírme gritar pegando un salto sobre su cama. Estaba medio dormido pero aún así consiguió preguntarme que qué había sucedido.

-No, no ha sido nada -contesté para que se calmara y volviera a dormir -. Solo es...

-Solamente un amigo -me susurró al oído restregándome sus delgados bigotes por los cachetes y produciéndome un escalofrío pequeño.

Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora