Camino a casa

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-No podré seguirte si te desapareces a cada rato -reclamé al aire esperando que Sheld no estuviera ya tan lejos como para no oírme.

Por alguna razón me ponía tan feliz que las cosas estuvieran saliendo tan bien. Sheld ahora me llevaría a su casa y podría conocerlo mejor y si no podía conquistarlo quizás el lo haría.

No podía dejar de pensar en cómo sería cuando estemos allá ¿cómo sería su casa? Por la dirección que tomó parece que vive en el corazón del bosque eterno, incluso el tipo de árboles había cambiado ya.

Tuve que interrumpir mis ideas sobre hogares cuando ya no supe a donde ir. A Sheld le parecía divertido aparecer y desaparecer a cada momento, para mi no era tan gracioso. Llevábamos caminando bastante tiempo y comenzaba a sentir el frío nocturno. Ya habíamos avanzado bastante y aún no llegábamos a ningún lado.

Para empeorar las cosas, había perdido de vista a mi gato guía. Simplemente desapareció.

-Sheld -le llamé después de unos segundos. Pensé que sería sólo un juego y luego aparecería. Le resté importancia-. ¡Sheld! -llamé de nuevo cuando se me acababan las esperanzas de que sólo bromeara.

Comencé a asustarme, ya había pasado demasiado tiempo. Empecé a creer que se había ido y me había abandonado en medio del bosque.

Unos arbustos crujieron tras de mi, me giré esperanzado de que fuera él pero no había nada. Poco a poco veía mi alrededor oscurecerse. El cielo anaranjado se apagaba y el viento era cada ves más helado.

Las copas de los árboles resonaban contra las corrientes de aire, los arbustos se mecían y los animales comenzaban a salir de sus escondites.

-¡Sheld! -grité algo desesperado-. ¡No es divertido! ¡¿Dónde diablos estás?!

Nadie contestó y en verdad me asusté. No podía creer que Sheld me abandonara en medio de un bosque a kilómetros de la academia. «No, estoy seguro de que no lo hizo a propósito -pensé -. Seguro debimos separarnos y me estará buscando justo ahora»

Seguí caminando sin saber a donde, si me detenía tendría un ataque de pánico.

-¡Sheld! ¡Sheld! ¡Sheld! -llamé sin respuesta. En ese momento sentí que algo frío tocaba mi piel. Volteé y sentí un alivio al ver de nuevo esos ojos azules frente a mi.

-Gracias al cielo, eres tu.

-Estas helado -dijo ignorando mi felicidad de encontrarlo.

-Si, hace frío, se supone que debo estar helado -intenté explicar para dejarlo de lado-. Pero no importa, sólo no te vuelvas a apartar de mi ¿ok?

Él asintió pero no olvidó el asunto del frío.

-Ya casi llegamos, sólo necesitamos atravesar el pantano y ya. ¿Seguro que no necesitas algo para el frío?

-Sheld, tu estás más frío que yo ¿por qué te preocupas tanto por mi? -pregunté aguantando las ganas de quejarme del frío que me calaba hasta los huesos.

-Yo puedo soportar más de lo que tu crees. Los gatos somos resistentes -Sonrió orgulloso -. Pero los humanos no, son tan delicados...

-Hey -reclamé. Lo empujé ligeramente en juego-. Eso no es cierto... del todo.

Yo me reí, él se limitó a sonreír decaidamente como si intentara ocultar la tristeza de lo cierto. Seguimos caminando en silencio. Ya había oscurecido pero aún podía ver, en parte gracias a las cientos de luciérnagas que habitaban en el bosque.

Era tan hermosa la escena, aunque no fuera un lugar perfecto tenía algo que le daba una esencia mágica y única, tan... tan... romántico.

Me detuve un momento a admirar la belleza del bosque noctámbulo. Luciérnagas por doquier, búhos, ardillas sonámbulas, incluso los hongos que crecían en los árboles eran perfectos. No parecía para nada uno de los bosques oscuros y macabros donde odiarías soñar con perderte y no volver jamás.

Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora