La vista me gusta

686 66 8
                                    


Me gustaba ver los paisajes, siempre me han gustado. En la isla, de pequeño, había momentos que hubiese deseado poder capturar la belleza del momento. Eran lo único hermoso en la isla, lo único que parecía invaluable y a la vez inmutable. Tan lejos.

Una de las ventajas de ser un buen escalador era que podía trepar por los balcones y escurrirme hasta las azoteas o las torrecillas del castillo de Maléfica y contemplar el mar deslizándose lentamente tras la silueta del puerto calavera. O si era un buen día podía escalar los arboles cerca del barranco de las hienas y mirar el bosque con un cielo menguante bañado de colores pastel.

Era como si me transportara fuera de la isla, a un lugar mejor.

Ahora que estaba literalmente en un mejor lugar fuera de la isla, los paisajes me recordaban a cuando estaba quieto mirando el horizonte sobre el techo de mi casa. Me recordaban a mi hogar.

Claro, los paisajes eran igual de bellos aquí que en la isla; pero aquí había algo que los hacía especiales, tal vez era el aire más fresco, libre de odio y resentimiento hacia todo ser viviente; o tal vez que ahora estaba acompañado. No cabía duda de que todo se ve mejor cuando Sheld está junto a mí.

Nuestras escapadas a la terraza más alta de la academia eran prácticamente mágicas. Sentarnos a platicar observando las estrellas era suficiente para no dejar de sonreír.

Lo habíamos hecho como unas tres o cuatro veces.

Pero no sabía que de día lucía igual de increíble.

El almuerzo de Mal me lo demostró. Era tan bueno tanto de día como de noche.

Me quedé mirando hacia la distancia tanto que Adam lo notó.

-La vista es impresionante ¿no lo crees? -Asentí sin titubear-. ¿Por qué no nos acercamos para ver mejor? -ofreció.

Adam puso su mano sobre la mía esperando una respuesta de mi parte. El simple tacto me causa una sensación de incomodidad.

<No Carlos, lo estás exagerando todo>.

Lentamente removí mi mano de debajo de la suya y me negué amablemente. Por Mal tenía que hacer un esfuerzo y comportarme porque sería una pésima persona si arruino un momento tan especial para ella. Volteé a verla y ella seguía conversando sobre magia y esas cosas con su "socio".

Además, Sheld estaba aquí y no quería quedar mal frente a él.

-Quizás después -respondí forzando una sonrisa.

En ese momento, la puerta de acceso a la terraza se abrió violentamente y entró la persona que menos quería ver en ese lugar: Ben.

-Siento llegar tarde, tuve que atender unos asuntos con el consejero real y se alargó más de la cuenta -se excusó en lo que recuperaba el aliento.

Parecía que había llegado corriendo. Después de que su respiración dejara de agitarse, se recompuso en su sitio y saludó a todos los presentes.

Por suerte, tomó asiento lejos de mí. Desgraciadamente, quedaba justo en medio de mi campo de visión.

No tenía muchas ganas de verlo y por más que intentaba no podía apartar la mirada. Así que no tuve más opción que ir a otro sitio.

-Ahora que lo pienso, no suena tan mal lo que propusiste -dije a Adam. Acepté acompañarlo a mirar el paisaje, lejos, donde no estuviera una incómoda figura con corona.

Tomé del brazo a Adam y lo jalé hacia alguna clase de mirador que tenía la terraza. Era una parte que estaba en desnivel, en la orilla del edificio con un barandal de madera tallada desde donde se podía observar claramente casi todo el reino y parte del bosque.

Mucho mejor que la vista anterior.

Me acerqué a la orilla y Adam me imitó. En silencio observábamos todo.

-Es genial ¿no lo crees? -rompió el silencio. No contesté-. De donde vengo no tenemos vistas así. Allá casi todo está... muerto. Muy deprimente, la verdad.

Continuó hablando solo.

En eso, su mano se deslizó por el barandal hasta chocar con la mía que estaba utilizando para recargarme en este. Sentí una pulsación que me recorrió hasta la mitad del brazo derecho.

Esto iba por mal camino.

-¿Te gustan los atardeceres? -preguntó de repente.

Lo miré con recelo. Hubiera preferido ignorarlo, pero seguramente no sería buena idea y seguiría charlando hasta obtener respuesta. Asentí levemente con un movimiento de cabeza.

-Eso creí. A mí también me gustan. Me recuerdan a cuando era pequeño y corría por el campo con mis hermanos. ¿Tienes hermanos?

-No.

-Que suerte. Yo tengo tres hermanos mayores y dos menores.

-Las cenas familiares deben de ser divertidas -bromeé perdiendo por un instante el papel de chico rudo que no quiere socializar y me arrepentí al instante.

-Lo son – rió-. Pero seguramente es mas divertido una cena familiar de villanos malévolos.

Tan rápido como lo perdió, se ganó mi odio nuevamente.

-Lo siento, no lo dije como algo malo -se disculpó rápidamente.

-No... no -suspiré-. No me gusta la palabra malévolo.

-Lo sé, lo entiendo. No creo que que seas malo, ni tu familia. De hecho, yo admiro a tu madre.

-¿Ah si? -me sorprendí. Nunca conocí a alguien que admirara a mi madre.

-Si. Adoro sus diseños, aunque no me gustaba mucho la idea de usar piel de animales, pero creo que es una de las mejores diseñadoras de todo Áuradon -alabó.

-No pareces alguien que le interese la moda -dije.

Y es que, si veías al príncipe Adam, lucía como un adolescente cualquiera que solo se dejaba guiar por las tendencias que veía y que imitaba. Todos los princesuchos se vestían idéntico.

¡Patético!

-Me gusta eso de la moda, pero... en mi casa está prohibido. Todo lo que debes vestir lo confecciona el sastre real, tú no puedes elegir casi nada, solo tienes que ponerte lo que te indican.

>Y digamos que mi madre no comparte la misma admiración que yo por Cruella de Vil.

-Oh, ya veo. Una situación complicada.

-Si, me gustaría poder vestirme bien, como quiero... ¡Así como tu! -me señaló y a mi ropa de pies a cabeza-. Me gusta tu forma de vestir -alagó.

-¿Y por que no te vistes así? Digo, ahora que estas lejos de casa. No creo que te obliguen a usar cota de malla mientras paseas por la ciudad.

-Porque no tengo más ropa. Necesitaría la ayuda de alguien muy bueno en moda que me asesore -contestó cabizbajo-. Pero... ¡Tú! -gritó repentinamente-. ¡Tú eres el hijo de Cruella deVil! ¡Tú podrías ayudarme! ¿Cierto?

-¿Yo?

-¡Si! -saltó emocionado.

El chico me rogó infinidad de veces restregándose muy cerca de mi por lo que tuve que aceptar para que parara.

Lo ayudaría a vestirse bien...

¿Cómo había acabado aceptando algo tan increíblemente molesto?

Eso me pasaba por abrir mi boca.

Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora