B - El Club de las Princesas

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Capítulo especial - El club de las princesas sin corona

Carlos tenía ocho años cuando sus amigas formaron el club de las princesas.

Mal e Evie se adueñaron del ático en casa de la mayor: una pequeña torreta olvidada que servía solo de consolación para su madre por su gran castillo perdido.

Las niñas sacaron todo lo viejo, incluido un carrete antiguo, sacudieron el polvo y quitaron las telarañas con sus respectivas y abominables ocupantes —Mal adoptó a tres de ellas, para disgusto de Evie—. Decoraron el lugar a su gusto con recortes de telas viejas y papeles. Trajeron todo tipo de objetos y muebles para llenar la sala y construir su propio castillo.

Finalmente, colocaron un letrero de madera en la puerta que decía: Reino prohibido. Lo habían bautizado así porque según sus fundadoras estaba prohibida la entrada a cualquiera que no fueran ellas dos y quién osara adentrarse pagaría las consecuencias.

"Yo te nombró la reina del Reino prohibido" proclamó Evie utilizando una varita de madera astillada como cetro.

"Y yo te nombre la otra reina del Reino prohibido" dijo Mal utilizando la misma vara.

Así fue la fundación de su nuevo reino y club de princesas donde ambas niñas decidieron que sería su lugar propio y dónde podían ser quienes en verdad eran: reinas.

"¡Yo también quiero ser reina!" les pidió Carlos inocentemente.

Mal e Evie no pudieron evitar reírse.

"Tu no puedes ser reina Carlos. Eres un niño" le explicó Evie.

"Los niños no son reinas"

Carlos no entendía las convenciones sociales que dictaban las reglas. Para él simplemente era un juego del que quería ser parte.

"Pero yo…"

"Además, no tienes el estatus que se necesita. No tienes sangre noble"

"Si, tu mamá no es reina de nada y por lo tanto tú tampoco eres de la realeza"

Carlos quería debatir, pero en efecto su madre nunca le contó sobre castillos y dragones, reyes y reinas, caballeros y espadachines… No era parte de ese mundo y sus amigas se encargaron de dejárselo muy claro.

Ese día su mamá lo encontró llorando escondido en un rincón de su habitación. El pequeño parecía tan débil que incluso conmovió a Cruella, la villana más desalmada de todas.

Cuando el pequeño le contó a su madre quienes fueron las culpables de hacerlo llorar lo primero que pensó fue en incendiar su "reino" con ellas dentro, pero luego de que Carlos le suplicara que no se fuera de su lado, la mujer cambió de idea.

Carlos era su niño adorado, su tesoro más preciado y cada que lo tenía cerca sentía más ganas de querer protegerlo de todo el mal del mundo.

"Tranquilo, Carlitos" le dijo al chico aún temblando entre sus brazos. "Quizás no seamos de la realeza, pero para mí tú siempre serás mi príncipe"

Carlos le sonrió tímido y se acurrucó mejor sobre Cruella. Aún recordaba el olor de su gran abrigo peludo de algodón y cuero sucio y viejo. Puede que no tuvieran mucho, ni castillos ni corceles o ni siquiera una gota de su sangre fuera azul, pero eran villanos innatos y tenían lo que se necesitaba para ser grandes. 

Y Carlos estaba orgulloso de ser un DeVil.

Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora