Misión de rescate

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Tras un breve momento de histeria colectiva, las cosas se enfriaron. Por suerte, nadie inició un ataque ni comentó otro insulto.

Robin ofreció servir té de hierbas como ofrenda de paz. Tenía un poco en la alacena, así que puso a hervir una tetera con agua y preparó todo mientras lo esperábamos sentados a su mesa.

La tensión anterior seguía ahí: Jay miraba fijamente a Rick quien no despegaba la vista de Mal y Evie, a su vez, me miraban a mi como pidiendo una explicación de por qué carajo estaban sentados como si nada hubiese ocurrido.

Todos tenían los brazos cruzados y los ceños fruncidos. Sus bocas estaban tan selladas que seguramente no dirían nada en un largo rato.

Me froté las manos. Estaba nervioso. Teníamos una situación muy delicada entre los amigos de Sheld y los míos y, sin su ayuda, nunca podría encontrar a mi chico…

… que para colmo huyó de mí.

Como predije, nadie movió un dedo hasta que Robin terminó de servir las seis tazas. Jugué un poco con la mía, estaba caliente, muy caliente. No tenía ganas de probarlo pero no podía darme el lujo de ofender a Robin en esos momentos, ni a Rick.

—¿Piensan decir algo? ¿Alguien? —reclamó Robin harto del silencio incómodo—. ¡¿Nadie?!

Jay chasqueó la lengua y automáticamente, Rick se irguió en su asiento —justo frente al del bronceado—. Evie sujetó la cucharilla como si fuese una pequeña navaja y Mal alistó su mano para conjurar lo que fuese necesario.

Todos estaban actuado como locos desquiciados.

Incluso si pasara una mosca ellos comenzarían una guerra.

—¡Por favor, siéntate! —le gritó Robin a su amigo—. ¡Es suficiente!

»Nadie de aquí matará a nadie ni intentará dañar a alguien —ordenó—. Al menos no hasta que aclaremos algunas cosas.

El chico volteó a verme.

Había llegado el momento de preguntas y respuestas. Lo que menos deseaba en esos momentos.

Suspiré.

—¿Que diablos hacen ustedes aquí? —preguntó primero el arquero.

Por suerte él intentaba controlar su enojo, no lo culpaba, yo hubiese estado igual si alguien llegara a mi casa sin aviso, dañará a mi amigo y me amenazara a mí y a mi familia. Lo comprendo, pero estoy desesperado y no puedo darme espacio de ser empático.

—Yo quiero a Sheld, quiero hablar con Sheld, quiero solucionar las cosas con él. Por favor, yo-…

—Suficiente —me cortó Rick—. Comprendemos esa parte. Eres un imbécil y quieres pedirle perdón.

¿Acaso me llamó imbécil? ¿Me estaba insultando? Él no tenía ningún derecho, no sabe nada de lo que pasó, no entiende que yo no tuve la culpa, que todo fue un malentendido y que quería solucionarlo. No soy un imbécil. Él lo es.

Pero, calma Carlos. Hmm, necesito a Rick de mí lado.

—Si soy un imbécil —me rendí. Le daría lo que quiere hasta que yo consiga lo que quiero—. Necesito encontrarlo para disculparme y pedirle perdón.

—Eso será difícil —intervino Robin—. Ahora que huyó…

—Pero podemos encontrarlo —dijo Mal—, aún tengo un poco de la pócima rastreadora; podemos usarlo para ver a dónde fué.

—¡Es fantástico!

Lo encontraría de nuevo, lo vería de nuevo y lo recuperaría…

—¿Y por qué deberíamos ayudarte? —habló repentinamente Rick en un tono claramente molesto.

Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora