69 - Pronto vendrán

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Jay no tardó más de una hora en llegar hasta el punto en el bosque en el que se encontraba la cabaña de Sheld y los otros chicos.

Sólo había estado ahí en una ocasión anterior pero sus habilidades de observación eran bastante buenas como para notar que algo había cambiado drásticamente. El lugar estaba más callado, no había sonidos de animales o personas cerca; igualmente las ramas de los arbustos más cercanos estaban destrozadas como si alguien se hubiera abierto pasó violentamente entre la hierba.

La cabaña lucía igual, aunque no parecía haber nadie dentro.

Jay tocó a la puerta, nadie respondio.

Como buen ex-ladrón, no le ocupó más de un minuto forzar el cerrojo y abrir la puerta de la casa.

—¿Hay alguien aquí? —llamó.

El lugar estaba hecho un desastre. Había objetos rotos por todos lados, los muebles estaban astillados, los cuadros en el suelo y solo la mesa del comedor parecía haber sido recolocada en su lugar.

Jay se acercó a la estufa. Pasó la mano por encima, aún estaba algo caliente lo que significaba que una de las hornillas había sido usada no hace mucho.

No deben estar lejos, pensó.

El desorden le preocupaba un poco. Podría ser que hayan tenido una pelea o algo similar… o que alguien más estaba ahí.

Tuvo un muy mal presentimiento.

En ese momento, alguien se lanzó a su espalda y lo tacleó.

Jay cayó al suelo golpeando sonoramente su pecho contra el suelo de madera. Con la mayor fuerza que tuvo consiguió darse la vuelta y encarar a su atacante quién aún estaba encima suyo.

Intentó lanzar un golpe pero no sirvió de mucho, la carne que golpeó era tan dura como un escudo y no inmutó en lo absoluto a su agresor.

Un aliento caliente le resopló en la cara y un líquido viscoso cayó sobre su cuello. Se trataba de un animal… Un lobo.

El lobo presionó con sus patas ambos brazos del chico haciéndolo perder toda la fuerza en las extremidades.

A su lado apareció un chico apuntándole con una flecha.

Hizo memoria, Jay reconoció al chico como uno de los amigos de Sheld.

—¿Qué haces aquí? —demandó el arquero con notable recelo.

Obviamente no estaban abiertos a visitas sorpresas, quizás con buena razón.

Jay tuvo la esperanza de que no le guardaran rencor por su primera impresión de él y que recordaran un poco lo bien que se comenzaron a llevar hacía algunos días.

—¡Bro, vengo en son de paz! ¡No dispares! —pidió Jay.

El chico pareció relajarse un poco. Con una seña hizo que el lobo se quitará de encima suyo y se  convirtiera en el otro amigo de Sheld.

Jay soltó el aire aliviado.

—¿A qué vienes? —rugió el chico-lobo, igualmente atemorizante que en su forma animal.

Las miradas oscuras le dieron el presentimiento a Jay de que algo malo les había pasado en los días después de su viaje al lago. Quiso preguntar pero se abstuvo a seguir su misión. Estaba más que claro que no era bienvenido y cuanto más pronto se alejara de ahí mejor.

—Estoy buscando a Sheld.

El chico-lobo soltó una risa amarga que resonó entre los muros de piedra. Ambos chicos lo miraron mal.

Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora