Amanecer con alguien

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El sol casi se ocultaba tras las olas del mar. Veía el atardecer sentado en la orilla del risco. Mis pies flotaban en el aire, se sentía bien un descanso para ellos. El viento fresco y marino me refrescaba la piel y el graznido lejano de las gaviotas formaba el ambiente marítimo perfecto. Todo era tan relajante.

Contemplaba el horizonte. Me gustaba aprovechar esos momentos para no pensar en nada, los usaba para desconectarme totalmente y eso siempre me relajaba.

Unos golpecillos sobre la roca del risco se escucharon a mis espaldas, acompañados de ruidos de pasos lentos y cansados. Volteé lentamente sólo por curiosidad.

Al hacerlo vi una figura delgada, alta pero encorvada, recargada en un báculo rústico de madera que casi mediría lo mismo que ella. Era una señora de edad pero conservaba la decencia a todo esplendor. Vestía con telas largas y arrugadas de colores pastosos. El rebozo le cubría más de la mitad del rostro por lo que sólo pude ver sus labios finos y arrugados.

La mujer camino hasta mi y se colocó al igual que yo a mi derecha. Al principio también observó al atardecer, sin decir ni una palabra.

Había desconectado mi mente y ninguna parte de mi se ocupaba en razonar sobre la mujer que se hallaba a mi lado. No sabía quien era, que buscaba ni nada pero menos me importaba. Estaba en un completo transe de relajación.

La mujer se echó para atrás el reboso y dejó al descubierto su cabellera plateada que caía en cascadas onduladas por su espalda. Para ser mayor, seguía conservando un toque de belleza algo juvenil que le hacia parecer de menor edad con sólo ver sus ojos negros.

La miraba de reojo, como siempre, sin darle mucha importancia. Aunque quisiera no podía, la concentración se desvanecía cada que intentaba formular un pensamiento.

Pasaron minutos que permanecimos ambos en silencio, esperando atentos a que el sol se ocultara tras el eje del agua.

-Dime chico -habló la mujer con total delicadeza-. ¿Ya has conseguido algún avance?

-No lo sé -respondí vagamente incluso con más calma que ella.

-Hmm... es algo triste. Debes apresurarte, el tiempo se me acaba -señaló mostrando su mano huesuda debilitada como evidencia.

-¿En qué debo apresurarme? -pregunté.

-En encontrarme. -Me sonrió confiandome la encomienda. Regresé la vista al mar y la mujer acercó sus labios a mi oído para susurrarme:- Y librarnos del hechizo.

Después la mujer misteriosa se levantó lo más rápido que su delicadeza le permitía, lo cual no era mucho.

Sentí curiosidad y casi por si sola la duda salió a flote en mis pensamientos congelados.

-¡Espere! -le llamé. Ella se detuvo a unos cuantos pasos y sin voltear asintió.

-¿Si?

-¿C-cual es su nombre?

La mujer pareció meditarlo un momento. Giró su cuerpo y me miró a los ojos con una sonrisa incrédula en su rostro.

-Soy hazel -respondió con calma-. ¿Y tu?

-M-me llamo Carlos.

-Carlos -repitió para sí misma-. Cruella hizo bien, te pareces mucho a él.

-¿A quien?

-A Carlos, tu padre.

Todo comenzaba a borrarse lentamente y volverse más surrealista. De un momento a otro empecé a sentir mi cuerpo conscientemente.

-Carlos... Ptsss... -escuchaba en susurros zumbeantes en mi oreja-. Carlos... Despierta...

De un golpe recobre la autonomía y automáticamente me quejé de las molestias que me causaba el despertarme abruptamente.

Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora