Antes que él

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Sonreí para intentar alivianar el rostro de Sheld. Bajamos las escaleras hacia el comedor. El olor a comida se esparcía por todo el lugar. No había sentido hambre hasta que los aromas arrivaron a mi nariz.

Seguía a Sheld por el pasillo. Abrió una puerta de malla que conectaba con la cocina. Me dejó pasar antes.

Di un vistazo rápido al lugar, lucía muy rustico y descuidado, se notaba que no eran partidarios de la limpieza. Rápidamente desvie la mirada al descubrir a los amigos de Sheld. Me sentía incómodo frente a ellos a pesar de que aún no los conocía ni un poco.

El chico que nos encontró juntos en la habitación estaba frente a la estufa haciendo panqueques con desgane. Se notaba que estaba fastidiado de aquella tarea.

El otro estaba sentado a la mesa, con el pesado arco a un costado suyo y afilando la punta de una flecha con una roca negra contra la que la frotaba. Sentía el sonido sórdido de la piedra contra piedra, el deslice tan escalofriante aún incluso a través del sonido de las llamas cocinando el desayuno.

Pase saliva intentando calmar un poco mis ansias. Sheld me tomó del brazo y me llevó hasta una silla junto a la mesa. El se sentó a un lado de mi, separandome del chico con el arco.

Sentía la piel erizada al escuchar el roce de las puntas de flecha. Hubiera preferido irme antes que estar aquí. Me sentía realmente incómodo en una casa ajena con personas a quien simplemente no conocía; supuse que ellos se deberían de sentir igual ante mi presencia. Ninguno de los dos había dicho una sola palabra o dado una simple mirada fuera de sus actividades.

-Hmm... -se aclaró la garganta el chico-gato para llamar la atención.

El chico al lado de él dejó las flechas de lado, cosa que agradecí enormemente. Dirigió una mirada seca y corta hacia él.

Rick, apagó el fuego de la estufa y se dirigió a la mesa donde dejó el plato lleno de unos cuantos panqueques.

Cada quien tomó uno y comenzaron a comer, excepto Rick quien regresó a la encimera para traer una jarra de madera llena de agua con bayas. Cumplida su parte de las tareas alimenticias se sentó a la mesa y comenzó a desayunar como los demás.

No sabía si a los demás también les resultaba incómodo mi presencia. Si así era, lo disimulaban perfectamente, pareciera que estuvieran viviendo una mañana cualquiera. Ninguno de los dos se inmutaba con mi presencia y, por absurdo que sonara, hubiera preferido lo contrario.

-Hhmm... -traté de llamar la atención de Sheld. Golpeé con el codo su brazo lo más discreto que pude. Cuando por fin llamé su atención me miraba con desconcierto. Levantó una ceja cuestionando mi llamado de atención.

No sabía cómo decir sutilmente que me incomodaba el estar conviviendo en silencio con personas de quienes vagamente sé sus nombres.

Intenté indicarle con los ojos, señalar a sus amigos y esperar que hablara y rompiera ese silencio que me mataba.

El gato, a pesar de ser muy astuto para algunas otras cosas, era muy malo para comprender las indirectas silenciosas. Insistí de nuevo haciendo más señas que, de haber sabido que me hacían parecer un idiota, hubiera parado. La única respuesta a todas fue una cara de confusión de mi anfitrión.

Cesé los intentos y regresé la vista a mi plato. Aún no había tocado la comida siquiera, mi mente divagaba cuando me sentía nervioso, era como si Sheld me hubiese llevado a conocer a sus padres y todo estuviese saliendo realmente mal. Paseé el cubierto por alrededor del panqueque especulando sobre cómo había llegado hasta ahí.

Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora