Raina tiene algo que decir...

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-¿Raina? -dije.

La chica aún seguía con el susto que chico le había dado e hizo caso omiso de mi presencia. Era raro verla de nuevo, desde hacía unos dias que nuestros caminos nunca se cruzaban.

-Raina, ¿estás bien?... -repetí mirandole al rostro que tenía cabisbajo, sin expresar ninguna emoción.

Estaba dispuesto a dejarla ahí mismo e irme, odiaba que las personas me ignoren y eso se suma al rencor que guardaba a Raina para formar mi primer enemiga. Desde que la conocí nunca me cayó bien pero habiendo joyas de pormedio no tiene que agradarte nadie.

Me giré con la intención de abandonar la sala pero una mano me detuvo de mi salida.

-Espera, yo... tengo... tengo algo que decirte -me dijo Raina con profunda seriedad en su voz. Se notaba que le costaba trabajo decirlo pero aún así lo hacía.

-Si es sobre el asunto de como terminó nuestra discución el otro día no quiero escuchar ni una sola palabra mas -aclaré denotando el fastidio y la incomodidad que la situación me causaba.

-Pues, entonces no diré una sola palabra -dijo suspirando algo temerosa y terminado de hablar se acercó a mi y ágilmente se colgó de mi cuello para después plantarme un beso.

Sentía sus labios, eran tibios y suaves al igual que la otra vez pero ahora había algo distinto que modificaba todo. Una sensación extraña inundó mi estómago y se acrecentaba al compás del movimiento de sus labios. Por razones extrañas del universo, me sentí obligado a corresponderle y como si alguna fuerza misteriosa me manejase cual marioneta la tomé de la cintura y la acerqué mas a mi.

El movimiento de nuestras bocas era calmado pero constante, diría que el beso duró una eternidad pero no podía negar que no fue del todo malo.

En eso, a la clase llegaron los alumnos por lo que Raina se vio obligada a parar pero por alguna razón yo no podía.

-Carlos, deten-te. To-dos nos mi-ran -decía la princesa entrecortada por mis labios rebeldes.

No fue hasta sentir como su palma golpeaba contra mi mejilla que recuperé el control de mis acciones. Sentía el ardor en mi cara por el golpe que me acababan de dar y por la vergüenza que provocaba en mi todas las miradas y susurros de nuestro alrededor.

La única solución que cruzó por mi cabeza, y que en ese momento parecía lo único que podría sacarme de esa situación, fue correr. Salí disparado de entre la multitud que se juntó en los pasillos, ya no soportaba el ardor en mis mejillas ni los cotilleos de la realeza.

Seguía corriendo sin percatarme de que detrás de mi también iba chico persiguiéndome. Llegué hasta el jardín de las flores, un jardín mágico, traído desde el país de las maravillas donde cada flor tenía voz y mente propia. Era un lugar insoportable, todas las florecillas cantaban todo el dia la misma tonada sin detenerse, nunca.

La falta de condición física me obligó a detenerme en medio de los cánticos florales. Necesitaba recuperar el aire para continuar con la búsqueda de Ben.

Chico se acercó a mi y yo di un salto al percatarme de su presencia pero no le di mucha importancia, en cambio lo miré. Fue cuando me di cuenta de que nunca me había detenido a observar un perro, no eran tan aterradores como en las pesadillas, sus ojos no reflejaban el miedo ni la debilidad y sus garras no eran tan afiladas como las espadas de los goblins. Nada era como lo pensaba.

Chico se sentó a mi lado y se quedó quieto, sin ladrar, sin correr y sin morderme. Era un comportamiento extraño en un animal, por una razón que desconozco, cualquier animal que está cerca de mi comienza a atacarme. Chico no lo hacía.

Di una profunda y extensa bocanada de aire y con eso concluí mi descanso. Reanudé la búsqueda dirigiéndome hacia el bosque. Recordaba que alguna vez Ben me contó de su lugar secreto en las montañas cercanas al instituto y pensé que sería buen lugar para buscarle.

Todavía conservaba un poco del sonrojo que me causó Raina ¿Por qué me había besado? ¿y por qué se sintió diferente que la primera vez? Era como si de verdad lo hubiera disfrutado pero tenía claro que no me interesaba ella, no de esa forma.

Miles de preguntas inundaban mi mente cada una confundiéndome mas, y luego se le sumaba el problema que Ben me encargó y que me seguía como si fuese mi sombra, en todo el camino por el sendero a las montañas apenas y se separaba de mi.

Sin notarlo llegué hasta la falda de la primer montaña, con suerte encontraría la dichosa guarida del príncipe. No había reparado en ello antes, tardaría horas en subir y aún más en encontrar el lugar pero con tal de deshacerme de un problema de la laaarga lista haría lo que fuera.

Caminé por horas entre las rocas, los pinos y las víboras que intentaban devorarme. Era un trayecto duro y pesado. Sentía como mis pies palpitaban del dolor y la inflamación que los tantos metros recorridos me causaban.

Me detuve un momento y descansé mis pies sobre una rocas pequeña que había a un costado del sendero. Masajeaba mis tobillos a la par que lanzaba insultos al aire esperanzado de poder desahogar el dolor.

-No hay necesidad de ser tan agresivo -escuché de la nada.

Me giré para todos lados en busca del que me había hablado pero no vi a ninguna persona mas que a chico, quien permanecía siempre a un metro de mi sentado sobre unas hojas secas sin moverse ni alterarse.

Unos crujidos provenientes de las ramas llamaron mi atención, era claro que había alguien mas aparte del perro y yo, no creo que Chico sea capaz de hablar.

Me levanté lentamente de la roca y me acerqué al área de arbustos de donde se escuchó el ruido. Estaba nervioso, debo admitirlo pero no sería la primera vez que me enfrento con algo (o alguien), en la isla desde muy pequeño tenías que aprender a defenderte y a escapar, yo simplemente prefería huir escalando y saltando por lo tejados de láminas a enfrentarme cara a cara con algún matón.

-Ahora estás nervioso -dijo la misma voz incorporea-. Se nota a leguas que no eres muy fuerte -continuó pero esta vez la voz se escuchaba del otro lado del sendero, parecía como si la persona fuese invisible y me estuviera jugando una broma.

-¿Q-quién eres? -pregunté con miedo a saber la respuesta.

-Mmm, ¿quién soy yo?... Pues en verdad no lo sé muy bien, pero ¿a quién le importa? Lo importante ahora es saber como te voy a comer: ¿Asado o crudo?... quizá, no tengo tiempo para hacer una hoguera y se me acabaron las especias asi que mejor será que corras -advirtió burlón.

Yo sin pensarlo dos veces me eché a correr montaña arriba, aunque mi fatiga no me permitía alcanzar una velocidad decente. Detrás mio escuchaba las plantas que crujían cuando lo que me perseguía las golpeaba.

Estaba cerca lo podía sentir en la piel, era como si un fantasma me estuviese persiguiendo, solo que un fantasma no me comería si me alcanzara.

Seguía corriendo lo mas rápido que podía pero, a pocos metros de llegar a una cascada, sentí una presión en mi espalda, como si alguien me empujó, y caí al suelo.

Intentaba levantarme pero la misma presión que me había tirado ahora me impedía moverme. Por un momento sentí un deja vú sobre la vez que me atacó el hombre-lobo en el pantano, recordé que nunca había indagado en quién era él, pero poco importaba eso ahora, estaba seguro que esto que me atacaba no era un lobo y, definitivamente no se convertiría en una persona...

Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora