- Ojos turbios, piel pálida - dijo el médico meditando su diagnóstico.
- Parezco un pescado - añadí con gracia.
- Y sentido del humor intacto. - mencionó divertido sacando un frasco de vidrio transparente de su peculiar cajón de instrumentos - Su majestad, parece que tiene un estómago delicado, si toma este elixir y cuida mejor de lo que come en cuestión de días se encontrará mejor.
- Muchas gracias - le respondí tomando el frasco y colocándolo sobre mi escritorio. El hombre salió en silencio.
Éste era el cuarto doctor que me revisaba; el resto sólo había dicho que me encontraba bajo un cansancio y estrés extremo, él que acaba de salir era el primero que decía algo diferente.
- Señor, - entró un agha - el embajador griego desea verle.
- Hazlo pasar al balcón - yo salí y me senté en el diván que se encontraba en aquel lugar, esperando la aparición del hombre.
- Señor -hizo una leve reverencia - ¿Cómo se encuentra? - intentó sonar natural.
- Vicenzo deja los rodeos a un lado y ve al grano, ¿Qué es tan importante como para que vengas hasta mis aposentos? - su postura perdió un poco de firmeza pero no titubeó.
- Probablemente sabrá de la gran hambruna que lleva desde hace meses mi país, por piedad, los almacenes otomanos están a punto de colapsar de tanto alimento que guardan, haga que su comida llegue hasta Grecia - las personas de dicho lugar nunca me agradaron.
- ¿Y qué te dice que los otomanos no los necesitaremos?
- Su gobierno es rico en alimentos y oro, si no lo hace por humanidad a sus habitantes, hágalo por su abuela, la difunta sultana Kösem, ella si... - no iba a permitirle continuar.
- Kösem, no, es, mi, abuela, - dije de forma pausada queriendo que estás palabras se grabaran en la mente del embajador - cometió sus propios errores y aunque mi padre jamás le haya dado el lugar que merecía como la mujer que le dio la vida es mi abuela, Hatice Mahfiruze es mi verdadera antecesora, en mis venas corre la sangre circassiana, no la griega.
Había escuchado miles de veces la historia de como la primera mujer del sultán Ahmed había perdido su lugar en el harén pero siempre lo consideré injusto. Quería escuchar de su propia voz como terminó alejada de mi padre, pero desgraciadamente nací cuando ella ya había muerto; el único consuelo que había en mi corazón era saber que Osmán, mi padre, no le permitió ser valide a la mujer que le causó tanto daño a Mahfiruze.
- No sea rencoroso señor, - ahora su voz estaba un poco temblorosa, pero no lo suficiente como para hacerlo retroceder - no guarde en su corazón el daño que Kösem le causó a su abuela.
- Número uno: para ti es la sultana Hatice Mahfiruze y segundo, antes me pedías que lo hiciera por ella y ahora quieres que olvide lo que hizo ¿Cuántas contradicciones más dirás?
- No nos trate así, morirán de hambre.
- Largo - dije de manera cortante.
Honestamente no pensaba dejarlos sin ningún tipo de apoyo, sin embargo no daría todo lo que había en los almacenes, cuando mucho usaría uno de ellos.
Nuevamente volví a meditar en lo que tenía; llevaba días con problemas con la comida, lo poco que comía al poco tiempo sentía que se me regresaba. Halime en más de una ocasión ha estado en aquellos momentos en que me da el malestar, pero he logrado controlarme.
- Señor, la sultana Halime me ha enviado a preguntar si quiere que se prepare está noche, claro está, después de llegar del orfanato - me preguntó Nazú.
ESTÁS LEYENDO
Amable:Una sultana escondida |COMPLETA/CORRECCIÓN|
Historical FictionDolor, traición, venganza, rencor, deshonra y muy poco amor son el pan de cada día en el palacio de Topkapi ¿Qué darías tu por amor? ¿Eres capaz de renunciar a lo valioso? ¿O simplemente te resignas a perder lo que amas? ¿Realmente el amor soporta t...