Aún en son de paz, nos tienen miedo

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POV Percy

Comenzaba a estar harto de que me llamasen "Capitán Jackson", nunca me gustaron las formalidades, ahora incluso menos. Thalia sí que es la única que parecía disfrutar con nuestro título, aunque lo repitiesen unas veinte veces al día. Sea como sea, los capitanes del Argo II nos habíamos hecho más famosos que nunca y esta vez por una buena razón.
Casi prefería que me tratasen como un criminal.

Algunos aún continuaban mirándonos con resentimiento, a ellos solo quería darles las gracias, me gustaba mucho más. El resto solo eran halagos y muestras de afecto que si antes me gustaban en mi época de pretor, ahora lo aborrecía. Demasiada presión sobre nuestros hombros; familias enteras, personas individuales, pequeños trabajadores, niños,... todos dejando ver cómo confiaban en nosotros y en que venceríamos.

-Prefería cuando nadie sabía de esta misión - suspiró Piper tirando de mi brazo para caminar por un callejón que no estuviese demasiado transitado. - Cuando vivían en la ignorancia.

-Yo también.

Ahora si perdemos, todos lo sabrán. De una manera más oficial, seremos nosotros quienes condenaremos el mundo.

Había más revuelo que nunca, la supuesta fecha de la batalla había circulado de boca en boca tan rápido que habían carteles por la calle anunciándolo para que hasta el mas despistado se enterase.

-¡Quedan veinticuatro días para el juicio final! - frené a Piper para no pasar delante de otro vendedor ambulante que tiraba de una gran carretilla lanzando panfletos. - ¡Compren las mejores joyas! ¡La nueva vida nos espera! ¡Ni los patricios poseen esta calidad!

-Vaya negocio - murmuró Piper viendo cómo algunos se le acercaban. - Se creerán que si mueren con joyas tendrán mejor destino.

-A Océano quizás le gusten las gargantillas de perlas - bromeé.

De lejos vi a Clarisse pasear por el centro de la calle totalmente a su bola. A ella y a su novio eran a los únicos que no se le acercaban, habían repudiado cualquier conversación sea para halagarles o no. Su carisma natural seguía asustando a la gente y nadie les molestaba, ni para desearles suerte. Les envidiaba.

-¡Lo pagaréis caro! - nos gritó a Piper y a mí una señora desde su ventana. - ¡Nuestro Dios os castigará!

-Titanes... qué barbarie - comentó otro desde su ventana, encima de la señora. - Piratas, tienen engañados a todo el reino. Mírales, desfilando como si fuesen héroes.

-¿Pero ha visto el callejón en el que estamos? ¡¿Usted cree que esto es desfilar?! - les recriminó Piper elevando la mirada y poniendo los brazos en jarra.

Puse la mano en su espalda, empujando para que avanzase y dejase de discutir. Sí, habían algunos que aún no nos creían, sobretodo aquellos que creían en un único ser omnipotente. Les entendía, tan católicos que parecían haber entregado toda su vida a su Dios y ahora llegaban unos piratas a insultarles en su cara sus creencias. No podía hacer mucho, mi realidad y la de la mayoría era diferente a la suya, así que solo podía ignorarles y rezar para que no me tirasen un crucifijo a la cabeza.

Aún me extrañaba, hasta que no se hicieron notar aquellos que rechazaban la existencia de los dioses no lo había contemplado. Me había acostumbrado a conocer a gente como Octavian que simplemente creen en los dioses pero no en la existencia de un titán asesino, eso les tomaba más tiempo hasta que lo aceptaban. En cambio estas personas, que para ellos titanes y dioses no son más que una invención, ni dándoles un buen espectáculo con los poderes de Leo, Nico y Thalia, nos creían; para ellos solo somos unos perfectos timadores.

Llevábamos ya varios días completos en España, al quinto día estábamos preparados con todo el apoyo que había suministrado el Senado para nuestra misión, pero Leo y Charles nos habían pedido al menos dos días más para que el Argo II volviese a ser lo que era, el mejor barco de guerra de la historia.

Lost at sea: CollapseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora