Lanzar cuchillos se convierte en desestresante natural

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POV Annabeth

Engrandecerse.

Una, dos, tres miradas desviadas ante cada paso dado, las cabezas girando y el murmullo enmudeciendo a mis ya reconocidas pisadas, pequeñas y repetidas acciones que elevaban mi satisfacción hasta niveles desorbitantes.

Antes habían tantos fallos en la tripulación que solo recordarlo me daba asco, el buen rollo, sonrisas y ambiente divertido entre capitanes y tripulantes debería ser inadmisible, cometí el error de permitirlo años atrás. Afortunadamente eso ahora es historia, por fin la línea de poder y mando estaba establecida: yo mando y ellos obedecen. Sin rechistar, sin opinar, una sola palabra que no sea de mi agrado y su vida se deslizará como una suave caricia de entre sus manos. Rápido, preciso y efectivo.

Aún así costaba, mantener una figura de autoridad inexpugnable es tan complicado como lograr que mantengan la posición en combate. Es un grupo bueno, tan bueno que peca de confianza en sí mismos y lo peor, esperanza.

-Has tomado una buena decisión al permitir que nos quedemos - se colocó Beckendorf a mi lado caminando.

Había tratado de eliminar esa sonrisa con las palabras más cortantes, desplantes y cualquier alternativa que se me ocurría. Uno de mis grandes fracasos, ese chico no dejaba de sonreír, ni siquiera a mi, al menos era servicial y estaba a mi vera siempre, no me llevaba la contraria jamás. Gracias a eso aún vivía, él y su novia, al igual que todos los que aún se atrevían a sonreír como si fuesen felices.

-La decisión no ha sido totalmente mía, si fuese por mí ya estaríamos a millas de este barco - finalicé.

-Thalia a veces tiene sus momentos de lucidez - volvió a sonreír pero noté la pequeña maldad en sus palabras, insinuando que yo era quien estaba equivocada.

-La decisión correcta no es esta, pero acepté que podemos sacar provecho de esto. No te atrevas a pensar que estoy errada.

-Jamás dije eso - se apresuró a decir, no le creía - Solo... Thalia hizo bien en convencerte.

Escuché su suspiro derrotado cuando aceleré el paso alejándome de él, no me interesaba seguir hablando, menos con personas que lo único que hacían era retroceder cada vez más y más o peor, quedarse estancadas en su fantasía de luz y color.

Llegué a envidiarles, a todos ellos, tan débiles que sin conocer mi total potencial me daban envidia. Lo peor es ser una persona fuerte porque todo el sufrimiento, dolor y decepciones parece olerte y sentirse atraído por ti dispuesto a arrebatarte la humanidad poco a poco, lágrima a lágrima, grito a grito.

Aprender. Quizás la mejor palabra que existe y a la vez la más endemoniada, la más oscura. Es tan bueno adquirir conocimientos, maneras de actuar nuevas, formarse a uno mismo poco a poco; pero lo malo es lo que te hace aprender, aquello que sacude tu vida para que el instinto de supervivencia se active y tengas que avanzar o morir. Y para más hipocresía, quiénes hemos avanzado dando un paso más allá, somos los que "hemos cambiado" -para mal-, según el resto. Tener que aguantar caras decepcionadas, irreconocibles, ... todas ellas que solo te enferman; su debilidad y estancamiento enferma, porque tratan de hundirte y arrastrarte hacia el punto de partida de nuevo basándose en su propia percepción de la realidad.

Reconocí el agarre fuerte y frío en mi muñeca, tirando de mi hacia una de las puertas como si alguien pudiese vernos, claro error, estaban ocupados agachando sus cabezas por donde pasaba. La bien organizada sección de cañones en la bodega estaba libre, todos socializando en su tiempo libre en el comedor o aprovechando para dormir en sus habitaciones, dejándome a solas con Nico Di Angelo como llevaba quedándome los últimos meses.

Lost at sea: CollapseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora