ᴄɪɴᴄᴜᴇɴᴛᴀ ʏ ꜱɪᴇᴛᴇ

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—Por la mañana me fui de tu habitación porque tenía miedo. No sabía como reaccionar ni que hacer cuando te levantaras, me moría de la vergüenza. Pero no sabes cuánto me arrepiento, me hubiera encantado amanecer contigo en la cama.—Dije, sacando la valentía de donde no la había para decirle todo lo que sentía.

Él entreabrió los labios y sus ojos brillaron.

—Y no dije que estaba enamorada de ti en el comedor porque pensé que quizás tú no querías que se supiese lo nuestro.—Continué hablando, no sabéis lo difícil que era concentrarme con solo una toalla rodeando su cadera.

—Pero yo también te quiero, Levi. Te quiero.—Terminé de hablar, bajando el tono de voz.

Una sonrisa apareció en los labios del pelinegro, lo que me hizo inevitable sonreír a mi también.

—A ver repítelo, que no se ha escuchado bien.—Bromeó, con picardía en sus ojos.

Yo me reí.

—Pues te lo has perdido porque ha sido precioso.—Hablé.

Él se acercó a pasos lentos hasta mí.

—Eso significa que...—Comenzó a decir, agarrando mi cara con ambas de sus manos e inclinándola para que nos miráramos directamente a los ojos.

—¿Aceptas ser mi pareja, Alma Noboa?—Preguntó, sin quitar esa pícara sonrisa que tanto me gustaba de sus labios.

—Acepto.—Contesté, sin pensármelo dos veces.

Y de un momento a otro depositó un cálido y suave beso sobre mis labios.

Cerré los ojos como si me estuviera acunando en una sedosa y blanda nube de amor.

Nunca me cansaría de esta sensación, nunca.

Al separarnos me miró a los ojos, como si fuera lo más bonito que había visto en su vida, y volvió a depositar otro y otro beso en mis labios.

Yo me reí por los seguidos besos y él hizo lo mismo.

—Y yo nos declaro marido y mujer.—Se burló y yo solté una sonora carcajada.

—Ya te gustaría a ti casarte conmigo.—Dije, entre pequeñas risas y miradas juguetonas.

—Bueno, ¿te vas a quedar a ver el espectáculo?—Preguntó irónicamente señalando su ropa sobre el escritorio.

—Mejor espero fuera a que te cambies.—Hablé, sin embargo él me lo impidió, colocando su musculoso brazo sobre la puerta con una sonrisa ladina plasmada en sus labios.

—¿Me tienes miedo?—Preguntó de manera jodidamente caliente.

—¿Tenerte miedo a ti? Tú eres el que debería tenerme miedo.—Continué la broma, observando aquellos ojos azules rasgados mirarme como a una presa.

—Demuéstramelo.—Susurró, acercándose a mi oído.

El calor recorrió mi cuerpo al escucharlo, se pensaba que era una mosquita muerta, pero le voy a demostrar que se equivoca.

Apoyé ambas manos en sus hombros haciéndole retroceder hasta su cama, y una vez ahí, con un empujón le hice caer de espaldas en ella.

Él me miró con lujuria tumbado en el colchón, esbozando una sonrisa pícara, al igual que yo.

Sentía la sangre hervir en mis venas, pero ahora no podía echarme atrás.

Me acerqué hasta él, subiéndome a horcajadas encima de su entrepierna, separándome de él solo una toalla mal puesta.

Junté nuestros labios rápidamente, comenzando a fusionarnos en un ardiente beso, en el cual su lengua forzó a que abriera más la boca para continuar con lo que había empezado.

Nuestros labios no se separaban, y tampoco el trayecto de sus manos que se ceñía en apretar mi cintura contra su cuerpo, mientras las mías permanecían agarrando su cuello.

La temperatura aumentaba y mis ganas de desnudarle también, así que no me esperé ni dos segundos más.

Comencé a desabrochar los botones de mi camisa al separarnos, con su mirada traviesa sobre mi y sus manos ayudándome a desvestirme.

En cuanto lo conseguimos volvimos a juntarnos, y sus manos no tardaron en subir hasta mi pecho, sintiendo una presión proveniente de su entrepierna.

Cada vez nos besábamos más desesperadamente, como si no hubiera tiempo en el mundo, despues siguió mi sujetador, mis pantalones y por último mi ropa interior restante y aquella maldita toalla.

Esta vez yo estaba al mando, era yo la que estaba encima.

Volví a ver las estrellas al sentirlo dentro de mi, hice los mejores movimientos que pude aún siendo una inexperta, sudé y gemí por placer como no lo había hecho nunca, él me ayudaba con sus manos en mi cintura subiéndome y bajándome cada vez más fuerte, con más intensidad, y echaba la cabeza hacia atrás lo que me hacía ver que le estaba gustando a la vez que se mordía el labio inferior.

Me apartó de encima con delicadeza antes de terminar, cosa que yo había hecho segundos antes, hasta finalmente estar tumbados en la cama con las respiraciones entrecortadas pero un buen cuerpo que no era capaz de describir.

Había pasado más de media hora y yo lo había vivido como si hubiera sido solo unos minutos.

Volteé mi cabeza para mirarle, y él me sonrió de manera dulce depositando un beso sobre mi frente.

Me encantaba cuando hacía eso.

—No sabía que te movieras tan bien.—Murmuró, y yo sonreí halagada mientras mis mejillas se teñían de rojo inconscientemente.

—No exageres.—Reí.

—Eres jodidamente perfecta, Alma.—Me dijo, borrando la sonrisa de su boca, con la expresión más seria que se podía tener, para que me quedara bien claro lo que decía.

Yo le dediqué la sonrisa más dulce que tenía, ¿como podía ser tan adorable y a la vez tan caliente?

Me acurruqué en su pecho mientras él recorría con sus dedos mi espalda causándome todo tipo de escalofríos, y cerré plácidamente los ojos.

Se sentía tan bien estar a su lado, era como estar en un sueño.

Ojalá poder quedarme aquí para siempre, vivir el resto de mis días aquí.

ᴀʟᴍᴀ. [Levi Ackerman]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora