ꜱᴇᴛᴇɴᴛᴀ ʏ ꜱɪᴇᴛᴇ

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No había podido dormir en toda la noche, pensando en ese estúpido baile y en cómo iba a tener que fingir que estos desgraciados me caían bien.

Esa mañana me levanté con unas ojeras kilométricas y los ojos completamente rojos.

Tenía unas pintas horribles y me iba a tener que presentar así delante de más de cien personas.

Maldecí el momento en el que acepté ir al baile y me revolví entre mis mantas para a ver si así me libraba de ese sufrimiento.

Pero poco después, no tardó en venir una mujer, un soldado de la legión, que supuestamente venía para ayudarme a prepararme.

¿De verdad era necesario que me enviaran a una niñera?

Me trajo uno de mis antiguos vestidos que claramente se había quedado aquí después de que me fuera. Casi se me desboca el corazón al verlo, tantos recuerdos, y solo era una prenda.

Me puse aquel vestido blanco, con encajes en los bordes, encima me puse el corsé negro, se me había olvidado como se sentía al no poder respirar con esta cosa.

La mujer me hizo un hermoso peinado, no voy a negarlo, un recogido adornado con hermosas pinzas doradas.

También, me puso con el dedo un carmín rojizo en los labios y algunos polvos rosas en los mofletes.

Por primera vez después de tanto tiempo, me volví a ver hermosa.

La hora llegó, y Hange fue a buscarme hasta la habitación.

Me dijo que todos estaban ya en el lugar, que me tranquilizara y no me sorprendiera si todos me miraban alucinados.

Las manos me empezaron a sudar.

—¿Preparada? Si en cualquier momento sientes que no puedes con esto, díselo a Levi y él te sacará del baile, ¿vale?—Yo asentí con la cabeza repetidamente, nerviosa.

Tras esa puerta, habría una gran sala llena de gente del muro Sina, gente de otros países y la propia reina de Paradis.

—Suerte.—Eso fue lo último que me dijo.

Me armé de valor y empujé la gran puerta escuchando como los murmullos y música se detenían.

Tragué duro.

La sala era amplia, con techos altos y columnas, con una escalera gigante hasta donde se encontraba la gente, vestida con sus mejores prendas, con copas en las manos y los ojos fijos en mí.

Todo se quedó en silencio, se escucharon susurros entre algunos, miradas juzgadoras y carraspeos de garganta.

Intenté tranquilizar mi respiración, que hacía que mi pecho subiera y bajara con velocidad.

Apoyé el brazo en la barandilla de madera y comencé a bajar con completa lentitud aquellas escaleras.

Se me hizo eterno, la ansiedad comenzaba a subir por mi garganta provocándome ganas de vomitar, las manos me temblaban, mi mirada recorría a cada una de las personas de aquel lugar que parecían no tener una cosa mejor que hacer que analizar como bajaba aquellas jodidas escaleras.

Por un momento agaché la mirada para ver cuantos escalones me quedaban, viendo al final de estos a Levi.

Llevaba un traje negro, siempre pensé que los trajes habían sido creados para que él los luciera, pues le quedaban magníficos.

Un calor recorrió mi pecho, y cuando nuestras miradas se conectaron a medida que continuaba bajando las escaleras, me olvidé de todas las demás personas, me centré en analizar cada rasgo de su cara, su expresión seria, como me miraba de arriba abajo, ese brillo en sus pupilas.

No tardé mucho en llegar hasta los últimos escalones.

Desde ahí, el capitán alzó una mano en mi dirección, yo la tomé sin pensármelo, sintiendo un escalofrío por todo mi cuerpo con solo su tacto.

Mi respiración se volvió pesada y algo revoloteó en mi interior.

No podía separar mi mirada de la suya por mucho que lo intenté, y al llegar por fin al suelo, me colocó la mano en su brazo, sintiendo sus músculos entre mis dedos.

Me estremecí, recordando aquellos musculosos brazos a ambos lados de mi cuerpo sosteniéndose encima de mí en la cama.

Comenzamos a caminar. No sé a dónde íbamos pero si me continuaba mirando así, le seguiría hasta la mismísima muerte.

—Estás increíble.—Murmuró en mi dirección.

Yo me aferré a su brazo para no caerme de morro al suelo.

—No hace falta que finjas aún, nadie nos escucha.—Le dije.

—Lo digo en serio.—Respondió, aún sin apartar su mirada de la mía, añoraba ese azul grisáceo de sus ojos.

Tras unos segundos, rompí esa conexión mirando al frente, para ver como una mujer de mediana edad, pelo negro y ojos rasgados se acercaba hasta mí, con la intención de hablarme.

—Tú debes Alma. Mi nombre es Kiyomi.—Habló, yo hice mi mayor esfuerzo en levantar las comisuras de mis labios.

—Me contaron lo que te pasó, me alegro de que estés viva y con la gente a la que amas.—Continuó diciendo, su mirada cayó en Levi, mientras plasmaba un esbozo de sonrisa en sus labios rojizos.

—Muchas gracias.—Pude decir, aunque sus palabras acuchillaran mi corazón una y otra vez.

—Se nota que después de tantos años seguís enamorados, solo hay que ver como os mirabais el uno al otro hace un minuto.—Comentó, ensanchando aún más la sonrisa.

Mi corazón casi se detuvo unos segundos.

Volteé la mirada hacia Levi, viendo el dolor en sus ojos, que intentaba ocultar.

Yo le devolví la sonrisa como pude.

Si supiera la verdad...

—Espero que me invitéis a vuestra boda algún día.—Dolor. Sentí un dolor en el pecho inhumano al escuchar las palabras de aquella señora, que sin saberlo estaba haciéndome recordar cosas que no quería.

—¿He dicho algo malo?—Me preguntó, mirando a mis espaldas, y cuando me di cuenta, Levi se estaba alejando de nosotras.

Supe inmediatamente que él estaba sintiendo el mismo dolor en el pecho, incluso peor, recordándonos a ambos aquel momento en el que me dijo que me casara con él y que nos fuéramos a vivir a una casa en el bosque, eso fue lo último que me dijo antes de que me secuestraran por cuatro años.

—No, no se preocupe. Esto es reciente y la herida aún está abierta.—Intenté arreglarlo, dedicándole una sincera sonrisa a la mujer.

—Oh. Disculpadme, no era mi intención.—Se disculpó, hundiendo las cejas y agarrando ambas de mis manos.

—Os deseo lo mejor, que tengas una buena velada.—Yo solamente dije un igualmente, hasta que la mujer continuó su camino hacia otro grupo de personas.

ᴀʟᴍᴀ. [Levi Ackerman]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora