ꜱᴇᴛᴇɴᴛᴀ ʏ ᴄɪɴᴄᴏ

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Otra vez en esa celda. Las paredes oscuras, el suelo roñoso, la luz lúgubre.

Guardias golpeándome.

Dolor, tormento, soledad, tristeza.

Dolor, tormento, soledad, tristeza.

Dolor, tormento, soledad, tristeza.

Si seguían golpeándome así terminaría muerta.

Ya no sentía ni la mitad de mi cuerpo, solo sentía la sangre recorrer mi piel.

Sollozos, llantos y todo tipo de aullidos de dolor salían de mi garganta.

Grité, intentando que alguien me oyera y viniera a buscarme.

Mis ojos se abrieron, no estaba en aquella celda del infierno, sino en mi habitación.

La habitación que me había dado Hange el día anterior.

Una habitación normal y corriente, sin barrotes.

Había tenido una pesadilla.

La puerta se abrió de golpe, apareciendo Levi sin camiseta, con el pelo desordenado y unos pantalones negros que se pondría para dormir.

Sus ojos estaban abiertos del susto, supongo que por el grito que acaba de escuchar todo el cuartel entero.

Mi respiración estaba tan acelerada, tanto que por un momento pensé que no sería capaz de seguirla.

Las lágrimas resbalaban por mis ojos, estaba segura de la cara de pánico que tenía plasmada en mi rostro.

El pelinegro se acercó hasta la cama de manera apurada, sentándose en la orilla de esta justo en frente mía.

Yo me había enderezado del susto, y no me había movido ni un pelo.

Sus brazos desnudos me rodearon, y una de sus manos me pegó la cabeza contra su pecho.

Sentí su corazón en mi mejilla.

—Estás bien. Estás a salvo.—Murmuró. En menos de unos segundos su torso ya estaba bañado por mis lágrimas.

Continué sollozando contra su pecho, intentando olvidarme de las horribles imágenes que volvía a sacar a la luz mi mente.

Apoyé mi mano en su abdomen, sintiendo sus abdominales entre mis dedos.

Sentí el calor de su cuerpo, y aunque me moleste admitirlo me sentí segura entre sus brazos, recordando aquella sensación tan familiar de hace tiempo.

—Ya está.—Intentaba tranquilizarme, acariciando mi cabello con delicadeza.

—Respira, amor.—Continuó diciendo en voz baja, suficiente para que yo le escuchara.

Amor.

Me ha vuelto a llamar amor.

Empecé a controlar mi respiración que estaba totalmente desbocada, haciendo que mi pecho subiera y bajara de manera constante y desesperada.

Así nos quedamos durante casi un minuto entero.

Al separarnos, estábamos tan cerca que todo el control sobre mi cuerpo volvió a perderse, sus ojos se posaron sobre los míos entristecidos, pero con amor.

Sus dedos subieron hasta mi mejilla, apartando unas lágrimas de mi rostro con delicadeza y cariño.

Yo temblé al sentir el tacto de sus dedos, fue como una caricia más que nada, como si me acunara una nube de azúcar.

—¿Una pesadilla?—Preguntó, y yo asentí con un pequeño puchero en los labios haciendo que volviera a acariciar mi mejilla.

Cerré mis ojos sintiendo tranquilidad después de tantísimo tiempo.

Como voy a odiarle, si él es un ángel.

Volví a abrirlos, encontrándome con su mirada analizando cada rincón de mi cara.

Mis labios se curvaron hacia arriba, en un esbozo de sonrisa sincera, él pareció muy sorprendido.

—¿Por qué sonríes?—Preguntó, pues no era muy normal que después de la pesadilla, después de los llantos y el grito, yo me pusiera a sonreír como si nada.

—Porque he tenido muchas veces pesadillas.—Hice una pausa en la que otra lágrima se escapó de las cuencas de mis ojos.—Pero ninguna de las veces había alguien abrazándome cuando despertaba.—Su cara se estremeció, en una mueca de dolor.

Él se acercó aún más, para posar sus húmedos labios sobre mi frente.

No podía describir la de sentimientos que me provocaba lo que acaba de hacer, pero intenté reprimirlos todos nuevamente bajo mi pecho.

—Intenta volver a dormir.—Me aconsejó, apartando su mano de mi cara y levantándose de la cama, no sé porqué, quise decirle que no se fuera, que se quedara acariciándome la mejilla toda la noche, pero las palabras seguían sin salir de mi garganta.

—Sabes que cualquier cosa estoy en la habitación de al lado.—Me recordó y yo asentí con la cabeza.

La puerta se cerró.

Me costó bastante volver a dormirme, pero no pensando en la pesadilla, sino pensando en el contacto de sus labios en mi frente.

Finalmente lo conseguí, y horas después ya tuve que volver a despertarme, desgraciadamente.

Echaba tanto de menos tener una habitación, ropa limpia, un baño donde asearme, lo echaba tantísimo de menos.

Salí de mi habitación a la hora del desayuno, pues desde que me fui de Marley no había probado ni un bocado.

Ver tanta comida me provocó náuseas.

Con mi bandeja ya en las manos, me dirigí a una mesa solitaria, con las miradas de todos sobre mí y me senté en ella a comer sin levantar la cabeza del plato.

Hasta que alguien se sentó enfrente mía.

—¿Que tal estás?—Alcé la mirada para ver a Jean, hablaba con delicadeza, como intentando tantear de qué humor estaba hoy.

—Desayunando.—Evité responder la pregunta.

Acababa de salir de estar encerrada cuatro años, claramente no estoy bien, pero tampoco me apetece decirlo.

—Quiero que sepas que me alegro de que estés aquí, a pesar de todo.—Yo volví a agachar la mirada a mi plato al escucharle.

—Gracias, supongo.—Intenté no ser dura, hoy no me apetecía ver las caras de decepción en la gente.

—Espero que algún día puedas perdonarme...—Le interrumpí.

—Yo fui la que te hizo daño. Deberías perdonarme tú a mi.—Hablé, mientras nuestras miradas se conectaban.

—Comparado con todo lo que sufriste tú, eso no es nada.—Tragué duro.

¿Por qué después de haber tratado tan mal a todos ellos seguían siendo buenos conmigo? Es algo que nunca llegaré a entender.

—Tómate el tiempo que necesites, mejor amiga.—Finalizó apretando los labios, para después levantarse sin dejarme responder y salir del comedor.

Mejor amiga.

¿Seguía siendo su mejor amiga después de tanto tiempo?

No. Una mejor amiga no te hace lo que yo le hice a él.

ᴀʟᴍᴀ. [Levi Ackerman]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora