Capitulo 24

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Era increíble, verdaderamente, cómo la información genética podía

pasar de generación en generación a través de unidades tan

simples como nucleótidos formando una estructura de doble hélice.

No hay nada tan simple y a la vez tan complejo como el ADN.

Había una vez, mucho antes de que Atticus naciese, dos

civilizaciones que habían descubierto el secreto escondido en el

núcleo de sus células.

La civilización dreyana y la civilización atlante eran ambas

increíblemente avanzadas, aunque las dos se habían extinguido

hacía milenios. Algunos argumentan que fue debido a su exceso de

sabiduría, invenciones y creaciones; otros, que fueron castigados

por un poder supremo por haber descubierto secretos sagrados del

universo e intentado romper las leyes de la naturaleza haciendo

mutar sus genes.

La historia no es algo preciso, y la desaparición de ambas

civilizaciones situadas en dos puntos geográficos cercanos y mucho

más avanzadas que sus contemporáneas ocurrió hace demasiado

tiempo como para tomar cualquier tipo de información al respecto

como precisa, pese a los datos proporcionados por los testigos de la

destrucción de las mismas todavía vivos.

Los dreyanos descubrieron el secreto del ADN antes que los

sabios de la Atlántida. Técnicamente, los atlantes no lo descubrieron

después, sino que más bien obtuvieron dicha información de los

cadáveres de los dreyanos. Sin embargo, los atlantes supieron dar

un mejor uso a este secreto que los dreyanos. Al fin y al cabo,

fueron ellos los que crearon la raza vampírica.

En cuanto Samuel oyó mencionar el «gen dreyano» pensó que

qué demonios era eso. No obstante, la pregunta desapareció de su

mente en el momento en que vio a Atticus clavarle los colmillos a

Aspen.

Lo que hizo después fue puramente instintivo. No en vano,

Aspen era seguramente lo más parecido a un hermano o un hijo

para él. Lo conocía desde que era un niño y lo había visto crecer y

convertirse en un hombre en los últimos quince años.

Puede que quince no fuesen demasiado para un vampiro como

Samuel, que había vivido cientos de años, pero en los instintos

primarios de paternidad y el amor fraternal que Aspen le había

despertado al entrar en su vida, las leyes temporales eran

irrelevantes.

Aspen chilló.

—¡No! — rugió Samuel. El grito no provenía del frío e impasible

vampiro tras el que había estado escudándose, sino del chico

Un Amor Oscuro Y Peligroso - Almas EternasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora