Capitulo 79

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Unos ojos grandes con el iris cristalino, entre azul y verde,

pestañeaban alertas, temerosos.

El hombre con el traje del color de la medianoche estaba

apoyado contra un muro. Tenía un cuchillo sujeto entre el índice y el

pulgar y lo balanceaba delante de él haciéndolo girar con gracia,

como una bailarina de puntillas.

Había una leve sonrisa en el rostro de Atticus. Tenía los ojos

puestos en el cuchillo entre sus dedos. De vez en cuando, la hoja

captaba un rayo de luz que se reflejaba bien en Atticus, bien en

Hansel o bien en la pared como una cicatriz alargada y blanca,

fugaz.

—Acaba con esto — le pidió Hansel volviéndose hacia él—. Has

venido a matarme, ¿no?

—¿Acabar con esto? — rio él. Su risa hizo que el estómago de

Hansel se encogiese—. ¿Por qué iba a hacerlo? Después de todo lo

que has hecho, si estuviese aquí para matarte sería una muerte

lenta y dolorosa, increíblemente dolorosa. ¿No te parece?

—¡Pues hazlo! — lo provocó—. Hazlo, mátame. Es lo que

quieres, ¿no? La mujer de tu vida se ha enamorado de mí, y tu ego

infantil no puede soportarlo. — Hansel sacudió la cabeza y añadió—:

¿En serio crees que teniéndola en una jaula, abusando de ella y

haciéndole daño se enamorará de ti? Eres un gilipollas enfermizo y

retorcido. No mereces ser amado. ¡Ni siquiera sabes qué es el

amor! ¿Llamas amor a lo que sientes por ella? ¡Atticus! ¿Qué has

hecho tú para demostrarle tu amor? ¡El amor consiste en dar tanto

como tomar! Tú lo único que haces es tomar, no has hecho el menor

sacrificio por ella... Eso no es amor.

La sonrisa del rey desapareció.

Y el corazón de Hansel se encogió.

La expresión de Atticus se volvió sombría y los labios le

temblaron.

De repente, la pena fue como un jarro de agua fría lanzado a la

espalda de Hansel. Sus tripas se estremecieron ante la visión.

El notorio rey cerró los ojos y respiró hondo.

Por un momento, el vampiro de pelo rizado pensó que iba a

llorar, a desmoronarse allí mismo como una pila de runa. Quiso

decirle que lo sentía, pero no pudo. Algo lo detenía. El mundo

parecía limitarse a su celda, el resto desapareció cuando vio al

hombre que lo había salvado volver la cara.

Las lágrimas asomaron a los ojos del monarca.

«Lo siento, lo siento, lo siento.»

Hansel abrió la boca, pero de ella no salió palabra alguna.

En ese momento se odiaba a sí mismo. No sólo por lo que

acababa de decir, palabras que habían hecho daño a Atticus, sino

por querer a Evelyn, por ser tan débil como para enamorarse de la

mujer a la que amaba su creador. También se odiaba por no haber

intentado con la suficiente fuerza que Atticus fuese menos violento e

irracional con ella. Aquel hombre era un monstruo, un horrible

monstruo sin alma, pero, a la vez, era el hombre que lo había

salvado a él, concediéndole la inmortalidad, la vida.

Hansel lo odiaba y lo amaba a partes iguales.

—Yo... — empezó a decir. Se dio cuenta entonces de que él

también estaba llorando.

—No te disculpes — saltó Atticus—. Por favor, no. Merezco lo

que has dicho. Merezco cada insulto y más... — Negó con la cabeza

—. No me perdones. No merezco el perdón. — Tiró el cuchillo y éste

rodó sobre el suelo empedrado. Su mirada se elevó para

encontrarse con la de Hansel—. ¿Crees que tengo alguna

posibilidad de cambiar la situación?

—No. — La respuesta salió de su boca antes de que Hansel se

diera cuenta. Luego hubo una pausa. Un instante de remordimiento.

Y añadió—: O a lo mejor sí, si encuentras la forma de borrar sus

recuerdos.

Silencio.

Justo después, en la celda se oyó una leve risa. Ambos rieron.

Un momento fuera de lugar, un momento de normalidad en aquella

cámara de sufrimiento.

La música de fondo eran los gritos y los gemidos de los

torturados. Hansel había sido objeto de los sádicos pasatiempos de

Atticus hacía menos de una hora, pero, de algún modo, casi ni lo

recordaba.

Atticus era su amigo. Atticus estaba destrozado.

Hansel habría deseado saber cómo consolarlo, cómo curarlo,

encontrar la luz que reparara su alma. Pero no podía hacerlo. Sólo

Evelyn podría. Y esa oportunidad se había desvanecido la noche del

motel. Atticus había abusado de su confianza y le había hecho lo

indecible. Ya no había nada que pudiera hacerlo rebobinar y borrar

todo aquello.

—Siempre te perdonaré, incluso cuando no lo merezcas, incluso

después de que me hayas encerrado en una celda y me hayas

torturado. Algo que, por cierto, es extremadamente doloroso. Tío, no

mola nada — añadió Hansel con una sonrisa en un intento de

mejorar el humor de Atticus—. ¿Y si intercambiamos los roles y te

torturo yo un rato?, ¿cómo lo ves?

El rey levantó la vista. Sus ojos castaños estaban llenos de

lágrimas.

El corazón de Hansel se partió en dos al verlo.

Una brisa fría recorrió la celda.

—Hansel — la voz de Atticus era poco más que un susurro—, he

hecho algo terrible...

Antes de acabar su confesión, cayó de rodillas.

—Atticus...

Un gemido.

Hansel contuvo la respiración.

El destrozado rey sollozaba.

—¿Qué ha pasado? — preguntó Hansel tirando de sus cadenas,

desesperado por estar al lado de su amigo.

—Romeo, mi hijo... Lo he matado.

Un Amor Oscuro Y Peligroso - Almas EternasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora