Era curioso. Evelyn Blackburn vivía una vida que era la envidia de
toda clase de criaturas. Muchos de ellos habrían vendido su alma al
diablo por lo que ella había obtenido sin querer, sin hacer ningún
esfuerzo. El poder que poseía al ser el objeto del afecto de Atticus
Nocturne Lamia era algo que ella nunca había acabado de apreciar
ni entender del todo.
Resultaba irónico que fuera tan poderosa, tan temida y valorada
por muchos y, en cambio, ella se sintiera desvalida e impotente,
completamente sola.
Atticus había ordenado a cuatro guardias que se quedaran junto
a la puerta de la habitación de Evelyn día y noche. Los vampiros,
especializados y entrenados para formar parte de la élite de la
guardia real, estaban sobrecualificados para proteger a una simple
muchacha humana, o al menos así era cómo ellos veían la
situación. Habrían preferido estar en cualquier otro lugar del palacio
en el que hubiese más acción, algo que les supusiese mayores
retos, pero no tenían más opción, puesto que el rey les había dejado
claro que su deber era vigilar a Evelyn Blackburn.
Su seguridad era prioritaria.
—Vuestro trabajo es proteger a la señorita Blackburn. De
cualquiera o cualquier cosa que pueda suponer una amenaza para
su bienestar. Y cuando digo cualquier cosa me refiero a cualquier
cosa. Si, bajo cualquier circunstancia, los cuatro creéis que yo o la
propia señorita Blackburn podemos resultar una amenaza para su
persona, entonces deberéis hacer lo que sea más beneficioso para
ella. Eso incluye atacarme a mí o detenerla a ella. —Eran las
palabras que les había dicho Atticus Nocturne Lamia, y eran las
palabras que se les habían quedado grabadas a los cuatro hombres.
Cuando Evelyn abrió con cautela la puerta que separaba su
habitación de los iluminados pasillos del palacio, notaba mariposas
en el estómago. Se había enfundado en unos vaqueros negros, un
grueso suéter y un abrigo negro que era lo bastante tupido como
para protegerla del frío del exterior.
Su cuerpo necesitaba aire fresco y espacio. Y cuando abrió un
poco la puerta y vio los pasillos vacíos pensó que la suerte estaba
por fin de su parte y que ese día iba a brindarle un pedacito de cielo.
Sin embargo, se equivocaba. Cuando, tras sacar la cabeza, puso
un pie fuera de su nueva habitación, oyó de inmediato cuatro voces
masculinas desconocidas pronunciar su nombre al unísono:
—¡Señorita Blackburn!
Las rotundas voces resonaron en el corredor vacío y le hicieron
dar un respingo. Medio segundo más tarde vio a los cuatro hombres
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Un Amor Oscuro Y Peligroso - Almas Eternas
VampireHay dos Atticus: el monstruo poseído por la Oscuridad, que le utiliza como puerta de entrada para destruir el mundo, y el vampiro que lucha contra las fuerzas malignas para recuperar su alma. Evelyn sabe que para recuperar su libertad y salvar el mu...