Capitulo 29

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Atticus estaba sentado a la mesa de su despacho, con los codos

apoyados en la misma y la cabeza reposando sobre los nudillos de

sus puños cerrados.

Hacía un día que había tenido sexo con la hermana de Evelyn en

un intento desesperado por apartar de su mente a la chica que le

había robado el corazón ni que fuese durante unos segundos, pero

no había funcionado.

Tres días. Sólo hacía tres días que Atticus había tomado la

estúpida decisión de darle a Evelyn algo de espacio, algo de

libertad, algo de tiempo alejada de él. Había esperado que la

distancia la haría echarlo de menos, pero parecía que su lógica sólo

había funcionado para uno de los miembros de la pareja.

Tres días... En esos tres días, no había podido quitarse a Evelyn

de la cabeza. No soportaba el dolor atroz que lo había perseguido

cada segundo de ese tiempo.

Miró los papeles esparcidos por el escritorio. Algunos eran

misivas de miembros de la realeza que le pedían más poder,

sobornándolo con objetos exquisitos; otros eran informes de algunos

de los gobernadores que tenía por todo el planeta, cada uno a cargo

de distritos del tamaño de un país.

Estaba intentando distraerse.

Le reportaban información sobre un par de revueltas en áreas

del sur de Europa y le pedían permiso para ajusticiar públicamente a

los rebeldes. Atticus firmó su petición.

También le pedían que abriera unas cuantas granjas de

humanos más en el norte de Asia, y que autorizara una masacre en

Egipto: se habían registrado más de una docena de

transformaciones ilegales de vampiros.

El monarca firmó ambas peticiones para dar su permiso. Anotó

mentalmente que había llegado la hora de diezmar un poco la

población vampírica. Odiaba a todos aquellos convertidos en

vampiros de forma ilegal. Por ley, un humano sólo podía ser

transformado en vampiro con el permiso del gobernador del distrito,

de un lord o del propio Atticus.

Nada lo asqueaba más que los vampiros que no merecían la

inmortalidad. Cada año hacía decrecer la población que no tenía

nada que ofrecer a la sociedad. Su deseo de control era algo

inigualable. Atticus necesitaba gobernar el mundo con mano de

hierro y no dudaba en asesinar a quien se opusiera a sus deseos o

a su forma de pensar.

Reconocía que el modo en que trataba a los humanos o a los

vampiros de baja calaña era inhumano e inmoral, pero no se había

ganado la corona siendo bondadoso y cobarde.

Un Amor Oscuro Y Peligroso - Almas EternasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora