Atticus estaba sentado a la mesa de su despacho, con los codos
apoyados en la misma y la cabeza reposando sobre los nudillos de
sus puños cerrados.
Hacía un día que había tenido sexo con la hermana de Evelyn en
un intento desesperado por apartar de su mente a la chica que le
había robado el corazón ni que fuese durante unos segundos, pero
no había funcionado.
Tres días. Sólo hacía tres días que Atticus había tomado la
estúpida decisión de darle a Evelyn algo de espacio, algo de
libertad, algo de tiempo alejada de él. Había esperado que la
distancia la haría echarlo de menos, pero parecía que su lógica sólo
había funcionado para uno de los miembros de la pareja.
Tres días... En esos tres días, no había podido quitarse a Evelyn
de la cabeza. No soportaba el dolor atroz que lo había perseguido
cada segundo de ese tiempo.
Miró los papeles esparcidos por el escritorio. Algunos eran
misivas de miembros de la realeza que le pedían más poder,
sobornándolo con objetos exquisitos; otros eran informes de algunos
de los gobernadores que tenía por todo el planeta, cada uno a cargo
de distritos del tamaño de un país.
Estaba intentando distraerse.
Le reportaban información sobre un par de revueltas en áreas
del sur de Europa y le pedían permiso para ajusticiar públicamente a
los rebeldes. Atticus firmó su petición.
También le pedían que abriera unas cuantas granjas de
humanos más en el norte de Asia, y que autorizara una masacre en
Egipto: se habían registrado más de una docena de
transformaciones ilegales de vampiros.
El monarca firmó ambas peticiones para dar su permiso. Anotó
mentalmente que había llegado la hora de diezmar un poco la
población vampírica. Odiaba a todos aquellos convertidos en
vampiros de forma ilegal. Por ley, un humano sólo podía ser
transformado en vampiro con el permiso del gobernador del distrito,
de un lord o del propio Atticus.
Nada lo asqueaba más que los vampiros que no merecían la
inmortalidad. Cada año hacía decrecer la población que no tenía
nada que ofrecer a la sociedad. Su deseo de control era algo
inigualable. Atticus necesitaba gobernar el mundo con mano de
hierro y no dudaba en asesinar a quien se opusiera a sus deseos o
a su forma de pensar.
Reconocía que el modo en que trataba a los humanos o a los
vampiros de baja calaña era inhumano e inmoral, pero no se había
ganado la corona siendo bondadoso y cobarde.
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Un Amor Oscuro Y Peligroso - Almas Eternas
VampiroHay dos Atticus: el monstruo poseído por la Oscuridad, que le utiliza como puerta de entrada para destruir el mundo, y el vampiro que lucha contra las fuerzas malignas para recuperar su alma. Evelyn sabe que para recuperar su libertad y salvar el mu...