Los integrantes de la guardia real eran como perros bien
amaestrados: se desvivían por complacer a su amo y señor.
En un minuto, dos a lo sumo, se habían colocado ya en el
despacho de Atticus dos sofás oscuros y una mesita entre ambos
con media docena de platos llenos de deliciosos dulces.
—Mi rey — oyó decir el monarca a uno de sus guardias. La voz lo
sacó de su ensoñación.
Ethan, vestido con el uniforme rojo y negro de la guardia real,
estaba de pie entre dos vampiros más altos que llevaban
exactamente el mismo uniforme. Pero los guardias mantenían las
manos de Ethan a su espalda, como si el humano fuera una especie
de prisionero, lo que, en cierta manera, seguía siendo.
—Ésa no es forma de tratar a nuestros invitados — dijo Atticus
con sarcasmo—. Vamos — ordenó a los dos vampiros que tenían
sujeto a Ethan con una sonrisa arrogante—, dejad al señor Redfern.
Adelante, muchacho, toma asiento.
Ethan miró en todas direcciones con recelo antes de centrar la
vista en Atticus.
—¿Tu despacho? — preguntó, y se dirigió al sofá colocado
enfrente del rey. Mantenía la cabeza bien alta y había algo
majestuoso en su caminar.
Atticus asintió.
—Correcto.
—Esperaba cadenas, rehenes colgados boca abajo, esclavos
atados en una esquina para cuando te entra hambre — los ojos de
Ethan observaban los colores neutros, las altas estanterías y las
elegantes antigüedades que decoraban la estancia—, pero no esto.
—Me gusta trabajar en un entorno limpio.
El muchacho tomó asiento frente a Atticus, acomodándose y sin
un atisbo de miedo en la mirada. El monarca estaba sorprendido:
había esperado que temblara de terror. Después de todo, se
encontraba en presencia del rey de los vampiros, a quien había
traicionado, además.
Los ojos verdes de Ethan aguantaban con valentía la mirada de
los ojos oscuros de Atticus. Su sonrisa era igual de confiada que la
del rey.
—¿Por qué estoy aquí?
—Directo al grano, ¿eh? — rio Atticus—. Esperaba que antes
pudiésemos hablar de cosas intrascendentes. ¿Quieres probar mis
dulces? ¿Un té?
—No, gracias.
—¿Seguro?
Ethan cogió un trozo de bizcocho y se lo comió.
—¿No te da miedo que haya pedido que los envenenen?
—Ya vivo a tu merced: si quieres matarme, puedes hacerlo
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Un Amor Oscuro Y Peligroso - Almas Eternas
VampireHay dos Atticus: el monstruo poseído por la Oscuridad, que le utiliza como puerta de entrada para destruir el mundo, y el vampiro que lucha contra las fuerzas malignas para recuperar su alma. Evelyn sabe que para recuperar su libertad y salvar el mu...