Capitulo 30

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Los integrantes de la guardia real eran como perros bien

amaestrados: se desvivían por complacer a su amo y señor.

En un minuto, dos a lo sumo, se habían colocado ya en el

despacho de Atticus dos sofás oscuros y una mesita entre ambos

con media docena de platos llenos de deliciosos dulces.

—Mi rey — oyó decir el monarca a uno de sus guardias. La voz lo

sacó de su ensoñación.

Ethan, vestido con el uniforme rojo y negro de la guardia real,

estaba de pie entre dos vampiros más altos que llevaban

exactamente el mismo uniforme. Pero los guardias mantenían las

manos de Ethan a su espalda, como si el humano fuera una especie

de prisionero, lo que, en cierta manera, seguía siendo.

—Ésa no es forma de tratar a nuestros invitados — dijo Atticus

con sarcasmo—. Vamos — ordenó a los dos vampiros que tenían

sujeto a Ethan con una sonrisa arrogante—, dejad al señor Redfern.

Adelante, muchacho, toma asiento.

Ethan miró en todas direcciones con recelo antes de centrar la

vista en Atticus.

—¿Tu despacho? — preguntó, y se dirigió al sofá colocado

enfrente del rey. Mantenía la cabeza bien alta y había algo

majestuoso en su caminar.

Atticus asintió.

—Correcto.

—Esperaba cadenas, rehenes colgados boca abajo, esclavos

atados en una esquina para cuando te entra hambre — los ojos de

Ethan observaban los colores neutros, las altas estanterías y las

elegantes antigüedades que decoraban la estancia—, pero no esto.

—Me gusta trabajar en un entorno limpio.

El muchacho tomó asiento frente a Atticus, acomodándose y sin

un atisbo de miedo en la mirada. El monarca estaba sorprendido:

había esperado que temblara de terror. Después de todo, se

encontraba en presencia del rey de los vampiros, a quien había

traicionado, además.

Los ojos verdes de Ethan aguantaban con valentía la mirada de

los ojos oscuros de Atticus. Su sonrisa era igual de confiada que la

del rey.

—¿Por qué estoy aquí?

—Directo al grano, ¿eh? — rio Atticus—. Esperaba que antes

pudiésemos hablar de cosas intrascendentes. ¿Quieres probar mis

dulces? ¿Un té?

—No, gracias.

—¿Seguro?

Ethan cogió un trozo de bizcocho y se lo comió.

—¿No te da miedo que haya pedido que los envenenen?

—Ya vivo a tu merced: si quieres matarme, puedes hacerlo

Un Amor Oscuro Y Peligroso - Almas EternasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora