Capitulo 32

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Un aroma divino y sensual inundaba el espacioso cuarto de baño.

Las paredes y los suelos estaban cubiertos de piedra lisa de color

beige, y el techo era de mármol oscuro con luminosos destellos

dorados.

Mientras las delicadas doncellas llenaban la bañera de Evelyn de

pétalos, espuma y aceites perfumados con gran esmero, ella

contemplaba el techo: centelleos de luz contra un fondo de

oscuridad le recordaron al cielo nocturno. Era precioso.

Todo el cuarto de aseo era una maravilla, igual que el resto de su

nueva habitación. Si sus anteriores aposentos ya le habían parecido

lujosos y extravagantes, sencillamente no tenía palabras para

describir los nuevos.

—Señorita Blackburn, su baño está listo — le dijo una de las

doncellas con una reverencia.

Más que una bañera, parecía una piscina pequeña o un jacuzzi

gigante. En una esquina había también un cubículo de tres por tres

metros, rodeado de una mampara de cristal. Evelyn supuso que se

trataba de una ducha. ¿Quién en el mundo necesitaba una ducha

tan grande?, se preguntó.

—¿Desea algo más, señorita Blackburn? — le preguntó otra de

las muchachas.

—No, gracias — se apresuró a responder ella.

Intentó sonreírles a todas, pero ninguna le devolvió la sonrisa.

Se marcharon sin decirle adiós siquiera. Por su falsa amabilidad,

Evelyn se dio cuenta de que no les gustaba.

—Y ¿por qué ibas a gustarle a nadie? — dijo para sí dejando

escapar una risa amargada—. Eres la perra que les ha robado al

hombre de sus sueños.

De repente se echó a reír ante la ironía de la situación. Evelyn

había visto el modo en que las mujeres miraban a Atticus. Todas

ellas lo observaban con lujuria. Y no podía culparlas.

El vampiro era tan atractivo como un dios, más allá de cualquier

posible descripción. Incluso ella misma, en el primer momento que

lo vio, había sentido una punzada de deseo.

Pero el deseo no era amor; no era la única base necesaria para

construir una relación y una vida conjunta. El deseo no le hacía

sentir a Evelyn querer pasar el resto de su existencia con un hombre

al que odiaba.

Necesitaba algo más que simple deseo. Necesitaba a alguien a

quien poder considerar su amigo, alguien que la entendiera, alguien

en quien pudiera confiar, con quien bromear, con quien ser ella

misma.

«¿Alguien como Hansel?», oyó preguntar a su subconsciente.

«No — respondió para sí—. No como Hansel, cualquiera menos

Un Amor Oscuro Y Peligroso - Almas EternasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora