Capitulo 3

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Si alguien le hubiese dicho a Evelyn que el rey de la Nación

Vampírica le daría un día un masaje en la espalda y el cuello no se

lo habría creído ni en un millón de años. Seguramente se habría

reído hasta desarrollar unos abdominales bien definidos.

—¿Lavanda o almendras dulces? — le preguntó Atticus mientras

le desabrochaba despacio y de forma seductora la cremallera del

vestido.

«En un momento estás cayendo desde un rascacielos y, al

siguiente, tienes a un rey masajeándote la espalda... Lo normal,

vamos», se dijo ella.

Estaba tumbada en la cama, boca abajo sobre las suaves

sábanas de seda y con los brazos algo temblorosos doblados bajo

la frente para apoyar la cabeza en ellos.

Se encontraba un poco nerviosa; se sentía vulnerable y como si

fuese el objeto de una broma cuando él le apartó el vestido para

dejarle al descubierto la espalda, el trasero y luego las piernas. Se lo

bajó hasta que la tela ya no tocaba su piel y estaba casi desnuda en

la cama.

«Dios... — Notó un escalofrío—. Por favor, no intentes

estrangularme en otro de tus ejercicios de confianza.»

Atticus no dijo nada.

—Oye, ¿me estás escuchando? — le preguntó ella.

—¡Si no has dicho nada! — respondió él riendo.

Evelyn notó cómo le tapaba la parte inferior del cuerpo con la

mullida colcha.

—Pensaba que podías leerme el pensamiento — dijo.

«Pensaba que no tenía escapatoria, que no podía librarme de ti

ni en mi mente.»

—Esta mañana no te he dado mucha sangre; tu cuerpo la está

absorbiendo poco a poco y se está deteriorando dentro de tus

células humanas. Cuando mis células se unen a las tuyas durante

demasiado tiempo, mi sangre pierde su magia. Uno es sólo igual de

bueno que sus compañeros, y eso es aplicable también a la sangre.

Evelyn estuvo a punto de echarse a reír al oírlo: hablaba de su

sangre como si fuese algún tipo de organismo. Pero el alivio y el

shock superaron a la diversión.

—Así que, ahora mismo, ¿no tienes acceso a mi mente? —

preguntó sonando demasiado contenta por ello. No pudo resistirse a

volverse un poco para mirarlo a la cara.

La mirada que él le dirigió no fue muy agradable; era su típica

mirada de eres-mía-y-de-nadie-más-y-soy-tu-rey-y-tu-superior-y-

puedo-darte-mi-sangre-a-la-fuerza-cuando-me-dé-la-gana.

—No olvides nunca con quién estás — dijo con severidad en lo

que casi parecía una amenaza. Colocó su mano sobre la colcha, a

Un Amor Oscuro Y Peligroso - Almas EternasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora