Incluso si el mundo ardía en llamas, con todos los demonios y las
víctimas de su pasado, amenazando con consumirlo por toda la
eternidad y más allá, no le importaba. Habría dado la bienvenida a la
llama, a la muerte. Era invencible. Era Atticus Lamia. Podía tener el
mundo a sus pies con tan sólo chasquear los dedos, pero no había
sido capaz de ganarse el corazón de la mujer que amaba. No
merecía ser feliz. Tan cerca, pero, a la vez, tan lejos.
Tenerlo todo y, aun así, no tener nada.
Se apoyó contra la ventana de la habitación y examinó el lugar
donde ella pasaba sus noches. Incluso la habitación parecía vacía y
sin vida. Jamás había considerado el palacio de él su casa, supuso.
Era sólo algo temporal. A lo mejor siempre había sabido que algún
día la dejaría marchar y que su tiempo allí se iba acortando cada día
que pasaba, hasta que al fin él vería la luz y la dejaría ir. A lo mejor
tenía fe en que habría un resquicio de bondad entre aquellos
pensamientos monstruosos.
El corazón de Atticus sangraba. Deseaba hundirse, caer de
rodillas y llorar y llorar hasta que no le quedasen lágrimas y todos
sus recuerdos de ella se hubiesen evaporado y él estuviera
finalmente libre de aquellas cadenas.
—No lo hagas — le advirtió Lucifer. Su afilada figura se manifestó
entre las sombras de la luna plateada. Pasó la mano por la espalda
del rey, haciéndole notar un escalofrío, intentando despertar la furia
y la Oscuridad que habitaban en su interior—. No la dejes ir. El bebé
puede salvarse todavía. Yo puedo salvarlo. Déjalo vivir. Ella querrá
al niño y te querrá también a ti. Puedes hacer que te ame. Rómpela
hasta que no sea nada. Quema las partes de ella que quieren a
Hansel. Reemplázalas por amor hacia ti.
—Déjame en paz.
—No la dejes ir.
—¡Que me dejes en paz! —gritó Atticus, su expresión cada vez
más sombría, los colmillos asomando bajo su labio superior. Sus
ojos, rojos de tanto llorar, ardían con sed de sangre, igual que cada
célula de su cuerpo, ávidas de notar el dulce placer de una muerte
violenta, la delicadeza de la sangre en sus manos.
—Es tuya, ¿sabes? Todo en este mundo lo es. Te pertenece.
Todo te pertenece. Te la puedes follar y jugar con ella. Es tuya. Si la
quieres de rodillas, con la boca alrededor de tu verga y sus tetas en
tus manos, puedes hacer que suceda. Tienes que luchar por lo que
deseas, Atticus. No eres un cobarde. — Las palabras de Lucifer eran
como una canción, melódicas y suaves, rítmicas y elegantes, cada
una danzando en la punta de su lengua y saliendo como un torrente.
Atticus apartó la cara. Con la mandíbula apretada y los puños
contra el alféizar de la ventana, deseó poder aniquilar a Lucifer,
cortar al bastardo en pedazos hasta que no fuese más que un
picadillo de sangre y huesos, un festín para las ratas. Deseaba que
su corazón no se decantara por hacerle caso, que su interior no
danzara al son de la idea de futuro ofrecida por la siniestra bestia a
su lado.
Todo cuanto decía aquel demonio era verdad. Atticus estaba
escogiendo el camino menos transitado. Uno en el que él iba a sufrir
todo el dolor y el néctar de la felicidad sólo lo saborearían otros,
nunca él. Pero también podía quedarse con Evelyn, su Evelyn, allí
mismo, encerrada en su palacio para ser su puta y su juguete y su
amante y su reina y todo lo que él quisiera. Podía hacerlo. Sólo
necesitaba determinación y un corazón de piedra.
Miró la oscuridad de la noche ante él, el jardín moteado con
puntos de luz. Pensó en Hansel, esperando en los establos. Todo
cuanto necesitaba era un gesto de la cabeza, un movimiento rápido
y la tierra se teñiría de rojo con la sangre de su amigo. Evelyn
lloraría, sí, pero se le pasaría. Atticus se aseguraría de ello. Una vez
supiera lo del bebé, puede que al principio se asustara, deseara su
muerte. O a lo mejor eso la llenaría de alegría y los amaría a los
dos, a él y al pequeño, con todas sus fuerzas. En cualquier caso,
daba igual. Si Atticus quería quedarse el bebé, el bebé viviría.
—Te pertenece. Y el niño también. Eres Atticus Lamia, no te
arrodillas ante nadie. No temes a nada. Toma lo que quieres, lo que
mereces, la felicidad que se te debe desde el inicio de los tiempos.
Toma a la mujer que amas y hazla tuya.
—¡Cierra el pico! — rugió Atticus, sus palabras una explosión que
quemaba con la promesa de la muerte. La habitación tembló cuando
las ondas de sonido reverberaron en las paredes. Apartándose de
Lucifer, que se había ido acercando a él con cada frase, añadió—:
Déjame.
El diablo sonrió.
—Sabes que es la verdad. ¿Por qué soportar ese dolor? Ser
altruista está sobrevalorado. ¿Por qué anteponer a nadie? No hay
sentimientos más importantes que los tuyos. Evelyn no ha hecho
más que herirte, Atticus. Házselo pagar. Espera a que vuelva,
espera a que puedas tenerla entre tus brazos, espera a tenerla
contra la pared, su cuerpo tan suave y tan joven contra el tuyo. No
podrás dejarla ir. Nunca has tenido la fuerza de voluntad para
dejarla ir. Siempre te querrás más a ti que a ella.
—Te equivocas. — La voz del vampiro era un gruñido vacío.
Algunas cosas era más fácil decirlas que hacerlas.
Lucifer le mostró una última sonrisa de oreja a oreja; sus ojos
rojos brillaron en la oscuridad antes de desvanecerse entre las
sombras.
Un segundo después, Atticus oyó pasos en el pasillo, ligeros y
rápidos.
Evie.
Su Evie.
Evie, su Evie.
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Un Amor Oscuro Y Peligroso - Almas Eternas
VampireHay dos Atticus: el monstruo poseído por la Oscuridad, que le utiliza como puerta de entrada para destruir el mundo, y el vampiro que lucha contra las fuerzas malignas para recuperar su alma. Evelyn sabe que para recuperar su libertad y salvar el mu...