Advertencia:
Contenido sensible, no apto para todo tipo de público.por favor mantener discreción. Leer bajo su propia responsabilidadLA CAJA DE PANDORA
ES ABIERTA (II)NARRADOR OMNISCIENTE (Antonio Davies)
Ignacio cerró la puerta de la enfermería despacio, sin hacer un ruido brusco. Tenía miedo de asustar a aquella mujer que lo esperaba a su espalda. Aunque, reflexionó, la pelirroja mostraba tener una personalidad bastante fuerte. Fue capaz de escaparse, golpear e insultar a un hombre que le saca tres cabezas.
Se giró y la vio, parada mirando hacia el suelo, con su mano en una visible herida ubicada en su hombro. Lograba ver la mano de ella con restos de sangre. Le dio una mirada rápida, no quería incomodarla.
Aunque odiaba decirlo, ella estaba indefensa en este lugar y es normal que no confíe en nadie. Ella lo demostraba no solo con sus palabras, sino que también con su forma d protegerse con su cuerpo.
Ignacio esperaba, no, él quería que ella confiara en él. Algo dentro de si mismo revoloteaba por la idea.
—Por favor, siéntate para poder curarte las heridas —le habló amablemente a la mujer. Esta levantó la mirada, conectándola con la de él, dejándolo otra vez anonadado por la intensidad de esta.
—¿Dónde? —preguntó ella.
Ignacio no entendió hasta que cayó en cuenta de la ausencia de sillas y camillas en la enfermería. Quiso golpearse por el ridículo que acababa de hacer frente a ella.
—Oh, mierda, lo olvidé. Lo siento mucho, normalmente este lugar está vacío, así que guardamos los implementos bajo llave —trató de sacarle una sonrisa, pero no lo consiguió, ella solo lo miró y asintió. Quizás no era el momento de hacerle bromas. Él no sabía por el infierno que ella debió haber pasado por culpa de su hermano y su retorcida mente.
Caminó hasta la puerta que quedaba en la parte trasera de la enfermería y saco una llave escondida en un frasco. Abrió la puerta y saco con cuidado la camilla plegable. La armó ante la vista de la mujer.
La mujer, por su parte, solo lo miraba, analizaba cada movimiento que su cuerpo hacía. Le causaba un poco de gracia como aquel hombre trataba torpemente de armar la camilla. El hombre se giraba de vez en cuando regalándole una sonrisa a la que ella no le respondía.
Era guapo, no, más que eso. Guapo no es la palabra que podía definirlo. Aquel hombre torpe tenía una belleza única. Su corazón saltaba en su pecho cuando él le regalaba esas sonrisas sin sentido. Cuando sus ojos cruzaron con los de él sintió como si el aire de sus pulmones hubiera escapado. Cualquier persona, sin importar su orientación sexual, podría caer ante él y eso era peligroso para ella, aun más en su jodida situación.
Ella no confiaba en él, no quería confiar en nadie del lugar, para ella todos son unos cerdos que pretendían venderla a otros cerdos.
Aquello le dolía, le dolía pensar en que hubiera sido de ella si este hombre no hubiera aparecido y encarado al jefe para que las dejara ir. Eso era un punto para él, se podía decir que confiaba un poco en él, de alguna manera se lo había ganado.
¿Cómo no hacerlo? Literalmente él no solo la salvó a ella de ser violada por dinero, sino que a todas las demás mujeres que venían con ella. Pero seguía alerta, seguía en modo defensivo, no bajaba la guardia. No quería confiar tan rápido en aquel hombre, ya cometió el error de confiar en uno y terminó de esta manera. Siendo parte del trafico de humanos como producto sexual.
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EFÍMERO
Acción«La venganza es el manjar más sabroso condimentado en el infierno.» Las Vegas oculta secretos que nadie desea conocer o, de lo contrario, todo aquel que lo desee sucumbirá ante un solo destino: la muerte. El perfecto oasis de diversión, perversión...