EFÍMERO

CAPÍTULO 59

Por favor, lean la nota que se encuentra  al final del capítulo. Muchas gracias

SERENDIPIA

MEAVE STEVENS

Octubre, 2017

Existe una pregunta que repetidas veces ronda mi mente, más en las noches, donde el insomnio me ataca sin piedad ante los recuerdos que cruzan por mis ojos, tan vívidamente como si los estuviera experimentando otra vez.

¿Merecía todo lo que me sucedió desde que tengo memoria? Es mi eterna interrogante.

Experimente lo que es el terror, hambre, pánico y tristeza desde temprana edad. El terror nocturno de lo que me pudiesen hacer mientras dormía aparecía cada noche, sin dejarme pestañar por más de un milisegundo.

La falta de comida, sentir que mis tripas se devoraban a ellas mismas en busca de algo que pudiera alimentarme, aunque fuera un poco.

El pánico de lo que mi futuro me deparara, de lo que tuviera que vivir más adelante, de que mi realidad jamás cambiara y tuviera que experimentar la pesadilla que vivía cada día, desde que tengo memoria, hasta mi muerte.

La arrolladora tristeza de la soledad, del sentirse desamparada y abandonada. Porque fue así, porque desde el inicio se me dijo que no era más que un objeto que nadie quiso, ni siquiera quienes debían amarme.

Si mis propios padres me abandonaron desde mi nacimiento, ¿Quién podría amarme? ¿Quién podría acogerme?

Mi vida fue una pesadilla desde que tengo consciencia. Estaba destinada a ello. Siempre fue mi camino.

Antes creí que jamás nadie entendería mi dolor, mi perdida, mi soledad, mi tristeza, rabia e impotencia contra la vida. No hasta que llegaron ellos dos a salvarme. Algo que jamás esperé vivir, la compañía de alguien más en mi pesadilla.

Es decir, confíe en alguien que me decía amar y los llamé mamá y papá rápidamente. Solo bastó un poco de amor y afecto para que me sintiera devota y agradecida con ellos. En menos de lo que debía ser ya los consideraba lo más preciado que tenía.

Confianza... un arma que puede salvarte o destruirte.

Aunque algo bueno salió de ello, de aquella experiencia terrorífica y mortificante que me tocó vivir: la llegada de una verdadera familia a mi vida.

Ellos llegaron en mi peor momento y me salvaron. Me tendieron la mano, no me abandonaron como todos y me aceptaron como parte de los suyos, aun si yo deseaba huir y no confiar otra vez en nadie.

Ya no estaba sola, tenía un propósito, tenía una misión y era alguien para otra persona.

Quizás no compartíamos sangre entre todos, pero si las misma heridas y dolor. Eso nos unió, fue un lazo irrompible. Nos elegimos para cuidar del otro y nos protegimos del mundo entero, que parecía conspirar contra nosotros y nuestra felicidad.

Jamás pensé que otra persona en el mundo pudiera entender como ellos mi dolor, no hasta hoy, no hasta que aquel cuadro me llamó y acaparó toda mi atención por sobre todos los demás. Cada línea, color, expresión, forma dentro del cuadro frente a mí parecía detallar mi dolor como si fuera tallado por mi alma.

¿Cómo es posible? ¿Cómo puede algo inerte y tan abstracto pueda identificarme tan bien?

No podría descifrar qué era, qué me llamaba más la atención de la pintura, pero había algo. Quizás no era visible dentro de lo expresado en cada trazo, sino lo que guardaba bajo llave únicamente para aquellos quienes podrían descifrar el mensaje.