CAPÍTULO 66

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NEKROS

DEMIAN

La muerte es necia e intransigente. La muerte obra sin pedir perdón ni permiso. La muerte quita sin explicar el por qué. La muerte no solo es capaz de arrebatarte a alguien que amas, sino que también te roba un pedazo de ti y jamás te lo devuelve.

No la puedes frenar, no puedes detenerla, no puedes evitarla. Aún si le ruegas con desespero, sesta no tiene piedad por nadie ni muestra clemencia ante nadie. Solo viene, te destruye, te reduce a cenizas, te convierte en polvo y se marcha, llevándose consigo todo.

He vivido esto muchísimas veces, más de las que me gustaría recordar. En cada una, una parte de mi alma ha muerto. Las veces que me han obligado a despedirme de alguien me carcomen por dentro. Las veces que he tenido que ver el cuerpo de un ser amado reducirse a cenizas y desaparecer, me persiguen hasta en mis sueños.

No es la primera vez que esto sucede, pero cada una se siente como si lo fuera. ¿Es justo detener que despedirse de alguien sin querer hacerlo? No, no lo es, pero no queda más que hacer. Somos humanos y nuestras vidas son frágiles. Podemos creernos invencibles, pero no somos más que abono para los gusanos.

Somos pasajeros en este mundo. No somos más que instantes en la eternidad del universo. Tan fáciles de apagar como las llamas de una vela y estamos condenados a enterrar a quienes amamos.

Pero yo me niego a enterrar a quienes fueron parte de mi vida. Sigo la tradición y les devuelvo a las estrellas el polvo del cual fuimos forjados. Me niego a que su cuerpo sea devorado por los gusanos. Me opongo a enterrar a alguien y que se quede atado a esta maldita tierra llena de sufrimiento y muerte. Le doy la libertad que merecen, libertad que jamás pudieron tener en vida, pero que en muerte gozarán.

Después de la muerte de Aitor entendí que en cualquier momento puedo perder a otro miembro de mi familia y ahora la realidad volvió a quitarme a alguien más, dándome la razón. Todo lo que Caleb fue queda en nuestra memoria, más nada más guardaremos con nosotros.

Este es el precio que debemos pagar.

—Debemos volver, Demian. —murmura Ciara a mi lado con voz rota.

La veo destrozada, con los ojos hinchados y rojos, con el dolor palpable en sus facciones. Sé que todos estamos pasando por lo mismo, pero se siente tan íntimo, propio. Este dolor, que parece tan nuestro, en realidad es compartido. Todos aquí, en este lugar alejado y apartado, estamos sufriendo.

—Lo sé, solo... Caleb merece unos minutos más —pido, con mi voz pendiendo de un fino y débil hilo. Ciara asiente, se aleja para volver con Tara y fundirse en un abrazo.

Sé que Ciara esperaba esa respuesta, al igual que todos, porque ellos no parecen querer moverse a pesar de que el sol ya salió y el cuerpo de Caleb ya no existe. Solo quedan los restos de sus huesos, de los cuales unas sombras se encargarán de enterrar en el mismo lugar donde los de Aitor están.

Porque lo único que enterramos es lo que no podemos devolverle al viento.

—Demian —ella susurra a mi lado suavemente, captando toda mi atención—, es hora de volver. Por él, por Caleb, debemos hacerlo.

Heaven me ha sostenido en todo momento, no me ha dejado caer. Ha limpiado mis lágrimas como ahora y me ha brindado su calor. Está herida físicamente, su abdomen fue lastimado por el roce de una bala y sigue aquí, de pie.

De pie a mi lado como mi compañera, como mi mano derecha, como mi consorte. Heaven dejó de ser hace mucho una simple subordinada en mi equipo. Heaven es parte de mi familia y soy capaz de dar mi puta vida y más por ella.

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