CAPÍTULO 48

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EL LLAMADO DE LA MUERTE

DEMIAN

Le doy un trago del agrio whisky barato de la barra. Siento como va bajando por mi sistema. Quemando mi garganta con lentitud. Levanto mi vista y miro lo que antes era un prostíbulo moribundo de cuarta.

Antes, antes de entrar y matar a todos sin piedad. Menos a los que torturaré.

—¡Por favor! ¡Por favor, señor Davies! ¡Prometo que no sabemos nada! escucho los lastimosos ruegos del hombre brutalmente golpeado en el piso. Su llanto y ruego sacan una carcajada de mi boca.

Sin girarme hacia ellos tiro la botella de whisky a la pared. El brusco sonido del vidrio haciéndose pedazos silencia la sala. Callando el ruego de no solo una, sino de más personas.

Siento en mi nuca sus miradas suplicantes. De pequeños asustados.

La gente puede hacer muchas cosas con tal de sobrevivir. Llorar, rogar, dejar el orgullo, suplicar, apelar a la bondad, mentir y, hasta, convertirse en otra persona. El desespero por sobrevivir orilla a cualquiera a ser otra persona.

Todo aquello a lo que ellos se aferran por sobrevivir no es más que su propia fuerza de voluntad. Pueden tener el cuerpo brutalmente desfigurado, pero si su fuerza de voluntad es sólida como un roble, todos esos golpes parecerán un puto juego de niños.

Desmoronar la voluntad, atacar la mente, jugar con los principios y derrumbar la fuerza. Pasos claves para hacer que alguien suelta la información que deseo encontrar.

Mi vista baila en los rincones del lugar. El escenario lleno de sangre, que gotean al piso, y cuerpos tirados por todas partes, no me exalta en lo más mínimo. Es el escenario, la película, que he visto desde que tengo memoria y es el que veré hasta que termine en uno de ellos.

—Ibrahim Yilmaz. Origen turco e inmigrante ilegal. Padre de tres hijos y esposo de Elif —hablo sin mirarlo, pero siento como su rostro se deforma—. Tu hijo mayor y tu esposa creen que eres un gran empresario. ¿Verdad? El otro día fui a visitar a tu hijo a su escuela, me contó, orgulloso, como su padre trabajaba tan duro y como quería convertirse en alguien como él —suelto una risa y me giro para ver su rostro incrédulo, paralizado, ante mis palabras—. ¿Cómo crees que se sentirá el cuándo se entere que su padre no es más que un proxeneta de mierda?

Él se levanta del suelo, adquiriendo una gran fuerza momentánea, y corre hacia mí. Me apoyo de la barra y lo espero con una sonrisa burlesca en mis labios.

—¡Aléjate de mi hijo, Demian! ¡Juro que si le tocas un solo cabello...! —una de las sombras no lo deja terminar y lo golpea en el rostro, tirándolo al piso.

—¡Vamos! Dime qué me harás. Estoy tan ansioso por saber —me burlo, mirándolo desde arriba.

—J-juro que te asesinaré... —habla en el suelo mientras escupe sangre.

—Eso suena jodidamente motivador, Ibrahim. Pero la verdadera pregunta es: ¿Saldrás con vida esta noche como para cumplir aquella penosa promesa? —levanta la mirada. Todos los demás amarrados bajan la suya—. Tu vida está en mis manos y no solo la tuya —alzo mi voz—. Conocemos la vida de todos en este lugar. Familia, trabajo, dirección, amigos. Así que es mejor, para sus seres queridos, que empiecen a hablar antes de que cabezas comiencen a rodar. No olviden quien soy y de lo que soy capaz.

Él baja la mirada al instante en el que levanto mi mentón, intimidándolo con tan solo este simple acto. Veo como todos ahí comienzan a temblar. Es bastante irónico de pensar. Aquellas personas capaces de secuestrar y vender como objetos sexuales a mujeres sin ningún tipo de piedad, tiemblan ante mí en estos momentos.

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