CAPÍTULO 72

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LA UNICA QUE ME IMPORTA

OMNISCIENTE

La luz del amanecer se reflejaba en cada rayo naranja que salía por el horizonte, esta se mimetizaba en la piel morena de la mujer parada en el balcón. La taza de café humeaba, contrastando el clima templado de la mañana.

Se oían las gaviotas a lo lejos, alzándose en el aire mientras el viento movía los arboles y las olas reventaban en la orilla. El viento traía consigo el especial olor a mar, uno tan tranquilizante como pacifico. Se podría decir que en ese momento ella se encontraba en paz, como en muchos años no lo ha estado.

El pasado, el presente y el futuro que vivía en Las Vegas desaparecieron, y solo quedó el instante; ese instante que estaba disfrutando en la costa de San Diego, uno que se deslizaba de sus manos como la fina y suave arena.

—¿Sabes lo irritante que fue despertar sin ti, señorita Heaven O'Niell? —la pelinegra se dio la vuelta para verlo de pie en el umbral del ventanal, con el cabello desordenado y claro rastro de somnolencia— Pensé que te habías escapado.

—¿A dónde iría de hacerlo, señor Demian Davies? —el hombre alzó sus hombros, entrando en el balcón— Tampoco es como si fuera tu prisionera. Estoy aquí porque quiero. —aclaró, enarcando una ceja.

Las manos de Demian rodearon la cintura estrecha de Heaven, haciendo que la chica se pegara a su cuerpo firme y trabajado. Ella posó las manos en sus hombros, alzando la cabeza para mirarlo bien por la diferencia de alturas.

—¿Quién diría La rebelde Heaven que me apuntó con su arma muchísimas veces, peleó conmigo en cada ocasión que tenía y me dio varios golpes, se encontraría voluntariamente a mi lado siendo solo nosotros dos en el lugar? —se mofó.

Heaven sonrió ladino, con picardía. —Soy una mujer que jamás deja de sorprender y eso es lo que te vuelve loco de mí, ¿no es así? —la voz sonó llena de suficiencia.

—Toda tú me vuelve loco, Heaven. —soltó, sincero y Heaven quedó muda por varios segundos, buscando en las facciones de Demian algún atisbo de falsedad y tragó cuando no lo encontró.

—¿Es así? Entonces, dime todo —lo retó—. Quiero cada pequeña cosa que te vuelve loco de mí y pensaré si mereces un premio por tu sinceridad.

Demian posó sus ojos en los suyos, mirándolos como si estuviera buscando más allá de sus pupilas y Heaven se lo permitió. Digamos que no era la primera vez que ella no lograba entender qué significaba la mirada del hombre, pero no se negaba a recibirla, sino todo lo contrario.

—Tienes un estilo de vestir particular, nunca había visto a alguien vestirse como tú. —comenzó, enumerando— Tu estilo musical es para dormir, nunca escuchas cosas que tengan un instrumental más animado. La decoración de tu departamento apesta, ¿quién pone una mesa negra junto a una pared negra? Eso debería ser ilegal. Y ni hablemos de tu orden, es como si le tuvieras fobia a mantener un lugar ordenado, deberías contratar servicio de limpieza, mujer.

—¡Te dije cosas buenas! —exclamó, disgustada y con el ceño fruncido.

—También eres jodidamente terca, orgullosa, precipitada, desobediente, frívola, desconfiada, rebelde, peleadora, despistada, ególatra, algo narcisista y muy llevada a tus ideas. —Demian no se detuvo, parecía que no escuchaba los gruñidos y palabras de advertencia que la pelinegra soltaba.

—Voy a golpearte las pelotas, Davies.

Heaven luchó por salirse del agarre del hombre, pero este la afirmó con más fuerza y arrinconó contra la madera del balcón, encerrándola entre su cuerpo y la baranda.

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